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Javier Castaño, en el patio de cuadrillas, antes de hacer el paseíllo con la mirada puesta en el ruedo. FOTOS: ALMEIDA
LA ENTREVISTA

Javier Castaño, ante su retirada: «Ahora me da vértigo mirar para atrás y ver lo que hice en el toreo»

El domingo se retira en Zaragoza, donde pondrá broche a una de las carreras más meritorias, honradas e importantes del último cuarto de siglo. En la Feria del Pilar, certificará una hoja de servicios que le sitúa después de los tres colosos charros. Tras 24 años de alternativa y con 397 corridas de toros en ocho países diferentes, Javier Castaño dice adiós a los ruedos

Javier Lorenzo

Salamanca

Miércoles, 1 de octubre 2025, 07:00

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Le quedan cinco días para retirarse del toreo en activo. Y eso no es decir cualquier cosa. Es dar carpetazo, pero con lo mal que suena eso será mejor decir que va firmar su última página en el toreo. El domingo le espera Zaragoza, la plaza que le relanzó de nuevo a las ferias en las que no se asentó tras una alternativa (2001) que no fue precipitada pero sí atropellada. Como atropellado resultó el ansioso y poco cuidado lanzamiento empresarial en su estreno al escalafón mayor. Tanto que terminó en el pozo del olvido de todos, hasta que resucitó en aquella Feria del Pilar de 2010, que dio paso a sus años de esplendor, donde se reinventó como un torero poderoso, capaz, solvente, maduro, valiente y experimentado con las ganaderías más duras de la cabaña brava. En esa misma batalla se va a despedir el domingo en el coso de la Misericordia en una corrida concurso de ganaderías, en la que será su última tarde vestido de luces, porque torero será para los restos. Porque torero no nació pero sí lo fue siempre. De sus 45 años, el 13 de noviembre se cumplen 31 del primer día que entró en la Escuela de Tauromaquia de Salamanca. Y eso significa haber dedicado una vida entera al toro. Estos últimos días los vive con la entrega absoluta que siempre le dedicó a una profesión que te exige vivir al límite, y lo hace con la misma pasión, la misma constancia en el entrenamiento y la misma fidelidad al toro. Y, lógicamente, en todos los resquicios del día brota la inevitable sensación de nostalgia que invade un pasaje así. La retirada es la decisión más importante en la vida de un torero. Mantiene la voz pausada, no enseña sus miedos ni tampoco aparece el nerviosísimo propio de un envite definitivo. Lo tendrá pero no lo transmite. Es la paz templada del torero del alma de acero; que además siente el orgullo de haber sido una pieza importante, de haber logrado muchos sueños y escrito una página relevante. Habla la voz de la experiencia. No solo expresa sino que también transmite. Y eso tampoco lo hacen todos. Habla un torero que es un ejemplo en el que mirarse. El torero que venció el cáncer, el que se aferró al toreo para dar una lección de vida. El de los miuras, el que hizo una hazaña que se parece inalcanzable con seis de este hierro en Nimes, el salmantino que se sitúa ya tras El Viti, Capea y Robles con mayor número de corridas de toros toreadas en la historia... Eso, y todo lo que le envuelve, son palabras mayores.

¿En qué piensa cuando se queda solo?

—Trato de no pensar que es la última, aunque es inevitable y se amontonen los recuerdos. No es fácil decir adiós; las sensaciones son de responsabilidad y nostalgia, pero prevalece la ilusión.

Y en Zaragoza que fue una plaza clave.

—Siempre contó conmigo en los momentos más especiales. Cuando no había una plaza que me diera ese empujón, Zorita confió en mí, Tiburcio lo luchó y Zaragoza estuvo ahí. Fue la que me dio el empujón para entrar de nuevo en las ferias y ahora me da la despedida.

Entre la emoción de la despedida se encontrará una plaza y un aficionado exigente, un toro de primera...

—La responsabilidad es máxima. Además es una corrida concurso, que siempre tiene un plus de exigencia. Será emotivo sin duda pero también una tarde sin opción de lamentos ni de dormirse.

Sabedor de que son los últimos miedos de su carrera, ¿son distintos al resto?

—Quizá sí. O no. El miedo está ahí, convivimos con él. ¿Especial? A mi el miedo me acompañó desde el primer día. Miedo a la responsabilidad, al ridículo, al toro, hasta el último día de mi carrera estará. El valor de los toreros es saber afrontar ese miedo. Es distinto por lo que lo rodea pero siempre está ahí.

¿Cuándo llega a la decisión del adiós?

—No hay un momento concreto si no una sucesión de ellos. La pandemia marcó un antes y un después en esta decisión. Ahí empecé a darle vueltas... Siempre me costó decidirme. Podía haber esperado a los 25 de alternativa que cumplo en 2026, pero ahora era el momento. No ha sido un arrebato. El adiós a treinta años en la profesión no se decide en un día, ha sido una decisión muy pensada.

¿Lo consultó o fue decisión propia?

—Sí que lo consulté, pero con la decisión ya tomada. A mi mujer y a mi hija les dije que había llegado el momento y me apoyaron. Y se pusieron contentas por un lado, aunque saben que lo que me hace feliz es torear. Por otro lado, dejan de sufrir ellos también. Con tantas tardes de dureza la familia lo pasa mal, más cuando caminas por un circuito tan duro como ha sido el mío.

¿Qué quiso conseguir y no logró?

—Aunque hubiera llegado más alto, hubiera querido más. Eso es de toreros. Si le preguntas a la máxima figura seguro que le quedan sueños por cumplir, a mí más. La puerta grande de Madrid de matador de toros, confirmar en México...

¿Qué logró que no llegó a imaginar?

—El respeto de aficionados y compañeros me enorgullece, porque al final eso es lo más importante. Y también, qué duda cabe, lograr un número de corridas de toros muy importante, que hoy no es nada fácil. Haber toreado en todas las ferias del mundo. Ni me lo podría imaginar cuando con 14 años entré en la Escuela.

¿Qué supone situarse como el cuarto salmantino que más toreó en la historia tras El Viti, Capea y Robles?

—Un orgullo tremendo. Por el respeto y admiración a maestros tan importantes, y también después de tantos matadores tan buenos que ha dado Salamanca. Estar en ese lugar me enorgullece.

¿Cuál fue su referente?

—Siempre fui un torero que bebió de muchas fuentes. Entre todos hubo uno, Juan José, que ha sido mi maestro, en el que me he visto reflejado muchas veces. Estos días es inevitable acordarme de él, de sus enseñanzas, de todo lo que viví a su lado, me da mucha pena que no pueda vivir este momento de mi adiós.

Dígame la primera tarde que a bote pronto se le venga a la cabeza.

—Zaragoza, Nimes , una de Pamplona, la de Gijón, alguna de Madrid (con Adolfo, Carriquiri…), me acuerdo de momentos más que de faenas.

¿En qué momento se sintió importante?

—Cuando los empresarios me llaman y pude negociar, ese es el síntoma de estar en el buen camino. Eso lo logré, en esta última etapa de las ferias con las ganaderías duras: 2012, 2013, 2014. Aquellos años, por ejemplo Madrid estaba a favor mío, sentí respeto y admiración.

¿Cómo se resiste con las divisas que nadie quiere, en las que es imposible cortar orejas y con las que se exigen trofeos?

—Con ilusión y ambición. Siempre queda la sensación de que en ese circuito se camina por la cuerda floja, en cuanto se te va un pie lo pagas caro. En ese circuito no se puede triunfar con una, dos, tres orejas cada tarde. Los toros no dan facilidades, estás ante un público torista que es más duro y exigente, cuesta mucho canalizar todo. El triunfo es salir de la plaza con orgullo, por tu propio pie pero dando la cara. Eso muchas veces de cara a los empresarios no les vale, pero para el respeto del aficionado sí y a nosotros también.

Miuras, cuadris, victorinos, adolfos… ¿Da vértigo mirar para atrás?

—¡Mucho! Miro a otros compañeros que están ahora en esa guerra y veo, y valoro, el mérito que tienen. Antes lo hacia yo y lo veía como algo normal. Ahora veo carteles, vídeos... y valoro de verdad el mérito que tienen.

Complete la frase: Javier Castaño fue un torero...

—Capaz. Hablando de definiciones de toreros se suele decir «Este ha sido gente». Es una frase de los taurinos, que quiere decir que has dejado huella.

Dígame una plaza clave en su vida.

—Hubo tres que me marcaron mucho. Pamplona, Nimes y Sevilla. Son tres plazas distintas, pero muy personales en mi carrera, en las que tuve la suerte de triunfar de distintas manera en las tres. De calar en su afición y eso me lo llevo. Fueron tres plazas muy distintas pero muy importantes para mí.

¿Y si hablamos de ganaderías?

—Miura. Por triunfos, por el número de corridas que maté e incluso por la relación personal que logré con los ganaderos. Fue talismán en mi carrera y muy representativa. Siempre mi nombre se asociará a esa ganadería y eso, sin duda, es un orgullo del que no cualquiera goza.

¿Y las personas clave?

—El primero mi padre, que fue quien de verdad quiso que yo fuera torero y quien me introdujo aquí. El segundo, Juan José, que fue fundamental al entrar en la Escuela taurina, donde me costaba aprender más que al resto, era más bruto y lo que los demás lo hacían en una hora a mí me costaba una semana; y gracias a mi afición y constancia Juan José vio en mis condiciones que en otros no veía, confió en mí, me empujó y me dio la confianza que necesitaba. Ahí también fue clave Flores Blázquez. Luego Mateo Carreño, que fue mi primer apoderado; y por supuesto, Tiburcio Lucero, que llegó en un momento clave, estuvimos juntos en los años más importantes de mi carrera, que fueron los más especiales. Me une a él una relación de familia.

Javier Castaño apura un trago de agua del torero botijo en una tarde de toros.

No se si merece la pena hablar de la despedida que no llegó en La Glorieta.

—Mi ilusión hubiera sido despedirme aquí, a donde llegué con 14 años, donde empezó mi vida taurina y donde me siento un salmantino más. Paseé 30 años el nombre de Salamanca por el mundo y eso lo digo bien alto. Solo puedo agradecer a todos los aficionados que me dieron su aliento y por eso mi deseo era torear la última corrida de toros delante de ellos. Al final entiendo que los empresarios miren por ellos, lo que no entiendo es la falta de respeto a un torero, que eslo que han hecho conmigo.

¿Qué fue más difícil, tomar esta decisión de la retirada o la de volver a torear después de vencer un cáncer?

—Esta sin duda. Aquella la tomé convencido en contra de la opinión de todos. Aquello estaba claro y esto no tanto, lo tuve que madurar más. Esta fue muy difícil, aquella me ayudó muchísimo, necesitaba torear para poderme curar.

¿Cómo recuerda aquello?

—Como una tremenda locura. Estaba enfermo de cáncer, tratándome con sesiones de quimioterapia en las que mi único pensamiento era recuperarme para poder torear. Tenía la cita de Sevilla y cada vez estaba peor por los efectos secundarios del tratamiento. Pero yo solo pensaba en La Maestranza. E incluso mi mujer me decía que no fuera a Sevilla y que no hiciera temporada. Y en 19 días afronté el gran reto de mi vida. En ese momento no me daba cuenta, pero después, con el paso del tiempo, pude hablar con médicos, con enfermos... y me dijeron que mi caso ha sido un ejemplo para otros. Si te marcas un objetivo, a veces, se puede superar.

Le preguntaba antes que si daba vértigo ver todas las divisas que mató, no se si esto ahora da más vértigo aún...

—Entonces no me impresionaba tanto, aunque sí recuerdo ahora las caras de las personas a mi alrededor. Yo estaba sin pelo, con un aspecto muy demacrado, muy mal físicamente, pero no me daba cuenta. Sufren a tu alrededor los daños colaterales, pero en ese momento sabía que lo podía hacer. Y necesitaba hacerlo. Cuando llegué a la finca de Miura en el primer tentadero tras la enfermedad no podía con la muleta, solo le pude pegar dos tandas a una vaca y los ganaderos se quedaron muy preocupados; pero yo me fui de la finca sabiendo que lo podía lograr. Era la fuerza que le da el torero al hombre, sabía que lo conseguiría.

¿Fue el gran triunfo de su vida?

—La tarde más emocionante de mi vida fue esa de Sevilla. Fue la única vez que en la furgoneta, en el camino del hotel a la plaza, me temblaban las piernas. No me había pasado nunca, no lo controlaba. Tras saber que había vencido a la enfermedad, solo pasaron 19 días y estar en Sevilla y con una de Miura, me sirvió para sentirme más vivo que nunca. Fueron sensaciones únicas que no olvidaré. Al deshacer el paseíllo fui el hombre más feliz del mundo. Encima luego todo salió muy bien.

¿Le volverán a temblar las piernas este domingo en Zaragoza?

—Espero que no (risas). Serán sensaciones bonitas, complicadas. Se mezclarán ahí muchas sensaciones que espero controlar, disfrutar y saborear al máximo.

¿Ya tiene el vestido preparado?

—Quiero ponerme el teja. Me lo he puesto en todas las tardes de este año menos en Madrid. Y lo quiero guardar en una vitrina como el vestido del año de mi adiós. Es el primero que estrené después de estar enfermo. El bordado me lo diseñó con todo el cariño del mundo un amigo de Málaga; lleva las hojas del castaño y en la espalda de la chaquetilla tiene una leyenda: 'La fuente de la vida'. Tiene un significado especial y quiero que sea el último traje de mi vida.

Su perfil

El torero que venció el cáncer. Llegó a Salamanca con 14 años con el objetivo de ser torero. Y no solo lo logró sino que se situó como uno de los diestros clave de la historia en Salamanca. La última, el domingo en Zaragoza, será la corrida de toros 397 de su carrera en ocho países diferentes. Serán 360 corridas de toros en España y Francia, lo que le sitúa tras las cifras de los tres colosos del toreo charro: El Viti, Capea y Robles. 2013 fue el año más intenso con 42 corridas de toros anunciado en las ferias superando en tres festejos los 39 con los que culminó la atropellada campaña de su alternativa (2001). 175 contratos firmó Javier Castaño entre 2010 y 2016, que fueron los siete años clave de su esplendor, entre ellos la memorable tarde ante seis toros de Miura en solitario en Nimes que saldó con cinco orejas (26 de mayo de 2012). Esas 175 corridas de toros enmarcadas en el ecuador de su trayectoria llegaron antes de una de las faenas de su vida: la que protagonizó el 17 de abril de 2016, cuando reapareció en Sevilla solo 19 días después de vencer un cáncer.

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