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Marco Pérez ajustándose el chaleco delante de la capilla instalada en la habitación del hotel antes de salir a la plaza J. LORENZO
Así fueron las horas previas al debut de Marco Pérez: del reguetón a la pasión de Las Ventas

Así fueron las horas previas al debut de Marco Pérez: del reguetón a la pasión de Las Ventas

LA GACETA vivió con Marco Pérez los momentos previos al paseíllo. Desde que se despertó en la mañana de toros hasta su llegada al coso. De allí salió consagrado como la nueva esperanza del toreo tras cortar cuatro orejas

Javier Lorenzo

Salamanca

Miércoles, 17 de mayo 2023, 19:03

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«¡Empieza la fiesta!», con esa frase rompió Marco Pérez el silencio de la habitación. De manera literal. A las nueve y media de la mañana había bajado de la habitación a desayunar a los salones del Urso hotel Spa, muy cerca de la calle Génova, con semblante risueño, una sorprendente y aparente tranquilidad y la naturalidad de quien tenía todo controlado. 15 años de edad. Bromea con su padre, Vicente, al que no le salen las palabras, bastante más nervioso que su hijo: «Papá, si hoy corto cuatro orejas, nos compramos una finca...». Un vaso de colacao con cereales, en la mesa. «Se ha tomado la mitad», puntualizó Lourdes, la madre del torero. En la mesa, además de los padres, su hermana Andrea, seis años mayor; y Joselito, su mozo de espadas. A ellos se une José Ramón Martín, hombre de confianza y sombra del torero, que acaba de llegar de Las Ventas de elegir tres de los seis novillos de Jandilla desembarcados en los corrales de coso el domingo. Zapatillas deportivas, pantalón vaquero y sudadera en color teja, Marco sigue con el run rún de no encontrar un cable que le sirva para conectar un altavoz... «Me escribió a las siete de la mañana para que le buscara el dichoso cable...», comenta José Ramón.

Tras el desayuno, Marco volvió a la habitación, aunque, casi a la desesperada, decidió volver a bajar de nuevo por su cuenta en busca del cable del altavoz a recepción: «¡Voy a preguntar a ver si tienen uno...!». A los diez minutos subió con uno de la mano. 10:32 horas. Sobre la mesa de la habitación hay un jarabe que Marco se toma para la alergia; y dos capillas de cuero, aún plegadas. Una se la regaló Joselito Adame el año pasado en México; la otra, también de cuero curtido en el que están trabajadas sus iniciales, tiene en la portada la Virgen de la Peña de Francia. En ellas guarda las imágenes que le regalan los aficionados: «Antes de torear en Sevilla tenía las capillas casi vacías y aquel días las llené», dice. Abre las dos, las coloca en pie y distribuye decenas de imágenes por la mesa, junto a una fotografía de sus padres y su hermana. Lleva cuatro rosarios, uno se lo regaló su abuela: «Está bendecido por el Papa», puntualiza. También un macho de un traje de luces que le regaló Roca Rey en 2016 cuando toreó en Ledesma. En la colocación de la capilla empleó veinte minutos contando anécdotas. Empezaba la fiesta... en boca del torero. Conecta su iPhone por bluetooth al altavoz que ubicó en una de las mesillas que flanquean la cama. Sobre ella, el monito de peluche que siempre le acompaña. De repente, a todo meter, el reguetón, su música preferida y la que le acompaña en cada ritual de vestirse de torero.

10:50 horas. Entra a ducharse. Joselito, el mozo de espadas, ya tiene listo sobre la silla de la habitación el traje corto que estrenará en Las Ventas y que es otra obra maestra de Raúl Rodríguez, el sastre de Béjar predilecto de las figuras y que ha vestido siempre a Marco. Calzona larga en tono gris con lineas verticales y horizontales finas y separadas beige que dan forma a cuadros apenas imperceptibles; camisa blanca y chaleco y chaquetilla negra de terciopelo. Una preciosidad.

11:10 horas. «Coco Chanel», de Eladio Carrión y Bad Bunny; «Pero tú», de Karol G y Quevedo; «Mi Nena» de Maikel Delacalle y Quevedo; «Supernova», de Saiko; «Niña», de José Rey; «Escopeta», Deikirisy y Moncho Chavea; «Conmigo», de Moncho Chavea y Omar Montes suenan en la habitación, convertida en una discoteca ordenada y seria. Cuanto más alta, mejor. Marco quiere intensidad. Bajo el reguetón se va vistiendo, canta las canciones y mueve su enjuto cuerpo sin parar. Los pantis y sobre ellos los calcetines negros. La camisa blanca él mismo se la abrocha. Una vez colocada la calzona, Joselito lo levanta en vilo para que le encaje de manera perfecta. Botines negros. Se mete la camisa por dentro de la calzona. La sujeta con unos tirantes blancos. 11:20 horas. Marco está casi listo. «Hoy hemos empezado muy pronto y nos hemos vestido rápido...», lo repite varias veces. Tiene previsto salir hacia la plaza a las 11:55 horas.

A Marco se le está haciendo la espera eterna... Siguen los estiramientos, enreda con el móvil. Los últimos en aparecer allí son sus padres y su hermana que ven los últimos pasos del ritual. Apura para cepillarse los dientes mientras deambula por la habitación, donde es el más tranquilo. 11:45 horas. Le pega el último empujón al traje corto. El chaleco le pide a Joselito que se lo aprieta bien en las cuerdas de la espalda para que le quede prieto en el pecho. Sobre él, la chaquetilla. El reguetón está en todo lo alto. Marco también. Se hace una foto con sus padres y su hermana. Completamente vestido de torero, de repente él mismo para la música, y en la habitación se hace un silencio estremecedor. Tira al suelo una almohada, y se clava de rodillas delante de la capilla. Cuatro minutos eternos. Él marca los tiempos. Cuando se pone en pie, sin que nadie se atreva a abrir la boca, se funde en un abrazo con sus padres y su hermana. Marco es el primero que sale de la habitación y enfila el pasíllo al ascensor, que toma para bajar las dos plantas que le llevan al hall del hotel. Estaba en la habitación 207. La misma en la que vivió el mal trago de vestirse su primer traje de luces hace quince días en Aguascalientes (México); el mismo número de la habitación del hospital en el que tuvieron que ingresarle tras el proceso vírico que le puso en jaque en tierras aztecas.

11:55h. La hora prevista. A la puerta, la furgoneta, de la Escuela taurina de la Diputación de Salamanca. El reguetón, de nuevo, a todo meter. En el viaje, de quince minutos larguísimos, Marco a veces cierra los ojos y canturrea las canciones. Se las sabe todas. «Haz de cada muletazo un acontecimiento, siéntelos», le dice Rafa González, maestro de los toreros de plata que le acompaña. Juan Bautista viaja a su lado y es quien le habla despacito y le aconseja. «¿Qué hora es? —pregunta Marco, 12:12h.— Nos quedan solo cinco minutos de tranquilidad», puntualiza. Se alternan las risas para romper la tensión con silencios asustados por el reguetón. Marco Pérez sigue pensando en las cuatro orejas.... «Si puede ser los dos primeros novillos, mejor», dice en un vídeo que está grabado. El pasaporte de la finca. José Ramón, en el asiento frente al torero, le bromea que en La Atalaya está en venta una por 35 euros. «¡Mira! Todos estos autobuses son los de Salamanca...». 12:17h. Ya está en la explanada de Las Ventas. Cuando se abre la puerta de la furgoneta, la música se funde con el estruendo de admiración de sus seguidores. Cientos le rodean y no le dejan caminar los 20 metros que le separan del patio. Un ligero paso por la capilla antes de entrar al túnel oscuro, el de los miedos previos al paseíllo. Sigue tranquilo. 12:30 horas. Suenan clarines y timbales. Lo que sucedió de ahí en adelante ya lo saben. 15.000 personas en los tendidos, tres novillos de Jandilla, cuatro orejas... y la apoteósis de la puerta grande. Un capítulo más de un viaje que no ha hecho más que comenzar, aunque tenga unos registros inéditos en la historia del toreo.

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