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Dos tercios de entrada (más de 6.000 espectadores) en tarde soleada y de agradable temperatura.
GANADERÍA 3 toros de El Capea , (el 4º para rejones) y 1 de Carmen Lorenzo (1º para rejones), 2 novillos de Carmen Lorenzo (3º y 6º). Noble y apagado el 1º; deslucido el mortecino 2º; noblón el 3º; noble y boyante el 4º; bravo el 5º; y bueno el 6º.
TOREROS
PABLO HERMOSO DE MENDOZA Dos pinchazos y rejonazo (silencio); y pinchazo y rejonazo (saludos).
ENRIQUE PONCE Botella y oro Estocada baja (ovación con saludos); y estocada (dos orejas).
MARCO PÉREZ Blanco y plata Pinchazo, estocada y tres descabellos (saludos tras aviso); y pinchazo, media, casi entera y 14 descabellos (vuelta al ruedo tras dos avisos).
Igual que hubiera sido injusto que una actuación del nivel que demostró Marco Pérez hubiera quedado empañada por el descalabro con la espada, tampoco procedía cerrarla con la vuelta al ruedo que se pegó en el sexto cuando a punto estuvo de escuchar los tres avisos en el momento en el que Africano se tapó la muerte e hizo que buscar ese punto casi milimétrico del descabello resultara casi un milagro. Cerró la testuz, levantó la cara, estiró el cuello y fue misión imposible. A Marco Pérez se le puso un nubarrón encima con el drama de los tres avisos más cerca que lejos. Hubiera sido un accidente que no hubiera emborronado una actuación extraordinaria con todo menos con la espada. No quedaba otra que recibir la ovación, retirarse entre barreras y, en la salida del coso andando, recoger de nuevo el cariño de sus paisanos. Eso forma parte del orgullo, que sirve para crecer como torero y para aprender como hombre.
Dicho lo cual la tarde de Marco Pérez resultó un prodigio. Y no hay que quitarle mérito. Pudo salir con tres orejas. A hombros con Ponce porque fue un derroche fabuloso de virtudes ante Flor, el tercero. No le importaron las coladas que le propinó por el pitón izquierdo en los dos primeros tercios. Se fue a los medios y allí lo recibió con un cambiado por la espada. En la plaza se hizo el silencio que aparece en la antesala de los acontecimientos. El de la expectación, las ganas de descubrir algo bueno y grande a la vez. No pasa siempre. Lo puso todo Marco, porque el de Carmen Lorenzo no traía grandes alegrías. Insulso y soso, con un recorrido pobre y el ímpetu olvidado en Espino. Los pases de pecho resultaron monumentales por cómo se enroscaba el novillo a su enjuta figura. Y esa fue la clave de la faena; la intención de darle a cada muletazo carácter de acontecimiento. Por eso tuvo importancia todo. Por inventarse una faena, en la que siempre buscó las líneas curvas en el trazo de los muletazos. La suavidad fue superlativa, el mimo en el trato también. Y así se fue enroscando al animal, en curvas exageradas y no en muletazos de viaje recto. Y otra de las claves que denotó la inteligencia de Marco: como citaba siempre con la muleta planchada a media altura, cómo la bajaba en el momento del embroque y cómo la levantaba tras vaciar cada viaje para aliviarlos y que duraran más las exiguas embestidas. Le ofreció el pecho siempre, de frente en todo momento, cuando ya estaba encunado entre los pitones en pureza extrema. Y en esos terrenos en los que a muchos le queman los pies Marco encontró oxígeno para transmitírselo a su oponente y sacar circulares por la espada que ya nadie esperaba. Aquello, además, tuvo la variedad de las suertes de entrada y de salida.Antes y después todo en la versión más asentada, pura y clásica que Marco. Se despeñó todo con la espada, que es máxima irrenunciable e incuestionable en el toreo.
No acabó ahí. Por otro palo llegaron los méritos en el sexto. Africano, todo bondad y nobleza en los primeros compases, se afogonó a mitad del trasteo. Abrió con un farol de rodillas pero se agotó rápido el murube y se esfumaba el triunfo. Y ahí apareció otra vez la inteligencia del torero para amarrar el triunfo. Si el toro no embiste embisto yo... Se metió entre los pitones, se los dejó llegar a la barriga, le dejó que juguetearan con sus muslos, no movió ni un ápice los pies del suelo; y en ese arrimón soberbio le sacó tres muletazos por la espalda que lo pusieron la olla en ebullición. Otro modo de lanzarse, pero luego fue cuando flirteó con el infierno de la espada y llegó la improcedente vuelta con el berrinche aún caliente.
Ponce estuvo en maestro en cada segundo. Y así se fue aclamado con una de las ovaciones más sentidas, rotundas, vibrantes y emocionantes que se recuerdan, cuando acabó de dar la vuelta al ruedo con las dos orejas del bravo quinto, Salinero. Más que la faena en sí, fue el reconocimiento a una carrera inigualable e inalcanzable. El magisterio del temple innato en sus prodigiosas muñecas, y que brota de la mayor inteligencia, sostuvo y le permitió acariciar las acometidas de un segundo que viajó en mortecinas embestidas. Lo contrario que Salinero, que competirá con quien quiera para ser el más guapo y mejor presentado de la Feria. Una belleza. Un toro bravo, con sus virtudes y defectos. Tuvo una fea salida del toril; se arrancó de largo y emotivo, derribó con estrépito en el caballo y empujó cuando sintió el castigo de la puya. El inicio de Ponce con la pierna flexionada resultó exquisito, pero no calibró después en las dos siguientes tandas la bravura del toro. Éste desarrolló más genio y violencia que la entrega que hubiera brotado al sentirse podido. De ahí en adelante fue un toma y daca, más emotivo que brillante. La estocada fue contundente y las dos orejas benévolas. Tuvo más valor el reconocimiento unánime en la vuelta que lo que pasó con la muleta. Se fue un maestro con todas las letras. Su tarde fue tal y estuvo a la altura de su carrera. No pasó lo mismo con Pablo Hermoso, una triste sombra de lo que fue.
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