La faena de su vida... y nuestras vidas
Morante de la Puebla pone en ebullición La Glorieta con una faena portentosa a un soberbio Garcigrande al que le corta el rabo de manera incontestable. Tras la cumbre del genio Marco Pérez respondió a lo grande con una actuación templada y muy meritoria poniéndose a la altura de la tarde y uniéndose al triunfo
LA FICHA
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Salamanca. La Glorieta. Sábado, 14 de junio. Más de tres cuartos de entrada en los tendidos. Unos 8.000 espectadores. Tarde soleada y de calor.
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GANADERÍA Toros de Puerto de SanLorenzo (1º y 4º), Garcigrande (2º y 5º) y Hnos García Jiménez (3º y 6º), noble y rajado el 1º; deslucido el 2º;sin gracia ni fondo el 3º;noble y de gran calidad el apagado 4º, excelente el bravo 5º, Repique, número 47, negro de 520 kilos, que fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre;y extraordinario por su infinita calidad y humilladas embestidas el 6º.
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DIESTROS
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MORANTE DE LA PUEBLA Turquesa e hilo blanco Tres pinchazos y bajonazo (ovación); pinchazo y estocada casi entera habilidosa(silencio);y soberbia estocada (dos orejas y rabo).
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MARCO PÉREZ Lila y oro Dos pinchazos y estocada trasera y tendida (silencio);tres pinchazos, aviso, estocada con siete descabellos (silencio tras aviso);y pinchazo, estocada y descabello (dos orejas).
Les aconsejo no seguir leyendo. A quien lo vio quédense con las sensaciones, a quien no lo vio, créanse todo lo que le cuenten que seguramente fue incluso más. La histórica obra que firmó Morante de la Puebla en La Glorieta no admite explicaciones por entrar de manera directa en la historia. En la que vivimos y en la que nos contaron. Un prodigio solo al alcance de los genios que se aderezó con un desparpajo insólito, una verdad suprema, una entrega máxima, un arrebato indescriptible, un compromiso sorprendente y una torería sublime. La tarde iba camino del descalabro hasta que salió Repique. Y todas las campanas se pusieron en danza. El maestro a sus treinta y quince clavó las dos rodillas en el suelo y le endilgó al de Garcigrande dos tijerillas enroscándose el capote a la cintura. Vinieron luego dos largas soltando el capote a una mano y después la alegría de unas chicuelinas que fueron un frenesí. La plaza despertó de la modorra y sucumbió segundos después cuando el maestro clavó los pies en el suelo, entre las dos rayas de picar, citó al toro de Justo Hernández que estaba entregado bajo el peto del caballo de Espartaco, sacó tímidamente los vuelos, le ofreció el envés y ahí surgieron unas tafalleras ganándole pasos que fueron un prodigio. Un clamor. La belleza suprema. Morante había cuajado al toro de capote y eso parecía que iba a ser ya el gran acontecimiento. Pero no. Sonaron clarines y timbales y cuando se cambió el tercio se quedó a solas en el escenario con Repique y, apoyado en el estribo, no se sabía muy bien por dónde iba a salir. Dos pasos hacía adelante, cuando ya estaba fijada la atención del toro, y ahí brotó el arrebato de clavar las dos rodillas en la arena para jugar a la ruleta rusa en unos portentosos ayudados por alto barriendo el lomo del toro que fueron tremendos. Saltaron chispas de cada embroque. No se puede pasar un torero un toro más cerca. No se puede torear a dos manos mejor, ni más puro, ni más reunido ni más ceñido. Aquello fue otra explosión que dinamitaba sobre la traca capotera anterior. El arrebato desatado de un genio que anda suelto y en estado de gracia. Cuando uno cree que Morante ha tocado su techo te sorprende con una nueva cima. Estaba por venir una faena que supera a la del rabo de Ligerito en La Maestranza, la del Pelucón de Alcurrucén de la Beneficencia de 2022 o la del Seminarista de Garcigrande de hace diecisiete días en Las Ventas. Cumbre sobre cumbre.
Tras aquel inicio llegó una sinfonía irrelatable como lo indescriptible de los sentimientos. A unos le salían los olés de lo más profundo, otros bramaban, los hubo que se rompieron las camisas e incluso también los que lo disfrutaron en silencio porque no salían las palabras Cada muletazo fue un estruendo. No sobró ni faltó ni uno. Todos tuvieron una lentitud superlativa, un ajuste mayúsculo. La despaciosidad de cada uno, en los que el vuelo de la muleta acariciaba la sublime embestida de un toro especial, los convertían en seda y gloria eterna. Morante se dormía en cada una de aquellas embestidas mientras los mortales apretábamos los ojos para no despertar del sueño. Y uno y otro, el tercero era mejor que el segundo, el cuarto que el tercero, el quinto que el cuarto... Y así brotaba todo en series que eran verdaderos acontecimientos. Hasta los molinetes con la muleta invertida y montaba con la espada con los que se enredó el toro a su grácil cuerpo fueron alegremente bellos y toreros. Parecía no entrar más. Pero sí. Una estocada monumental no solo por cómo enterró la espada en la misma yema, sino por la verdad, el compromiso y la pureza con la que hizo la suerte resultó bárbara. Y la lentitud de ese viaje al infinito... El rabo era indudable aunque no haya trofeos para tanta grandeza.
El escenario estaba sumido en una catarsis brutal, cuando Marco Pérez tenía sobre sí la faena de su vida. No la del toro, sino la del compromiso de torear tras Morante. No hubo localismo, ni paisanaje. No hizo falta, porque Despertador, un toro excelso, lo invitó a torear a placer. Y a placer lo toreó, a la verónica con las dos rodillas en tierra en el saludo; el quite de oro no acaba de convencer ni de llegar a los públicos, y por eso tomó de inmediato el capote a una mano por la esclavina y se puso a torear como si fueran naturales que resultaron inmensos. La plaza estalló. Marco estaba desatado y la plaza rota. Brindis al público y desde los mismos medios toreando a placer. Cada vez más asentado, templado y despacioso. La faena tuvo un mérito tremendo porque en cada pasaje paladeó la dulce embestida del pupilo de Matilla. Le hizo todo. Y todo bien. Se metió entre pitones, lo toreó con la muleta invertida tomando el estaquillador al revés, las luquecinas, y luego, y luego y luego. Y tanto le hizo que se pasó de faena y el toro lo acusó. Por eso le costó matarlo. Por eso el pinchazo. E incluso la agonía. No importaba la faena era de premio. Y premio tuvo para acompañar a hombros al rey de los toreros. Si han llegado leyendo hasta aquí, tiene mérito, créanse todo. Probablemente me haya quedado corto contando la mejor faena de la vida de Morante y seguro que de nuestras vidas. Hasta que el genio nos regale otra.
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