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Mantiene el porte de torero antiguo. Enjuto y delgado como si estuviera a punto de seguir a estas alturas la temporada en América. Como si estuviera en activo. Desprende torería. Mantiene esa ligera curvatura en las piernas, consecuencia de haber pasado toda una vida montado a caballo. Bajo sus pobladas cejas, los ojos de su mirada delatan la bondad de un hombre bueno, fiel escudero de grandiosas figuras del toreo. Victoriano García ‘El Legionario’ nos recibe detrás de una mascarilla, en su casa de Boadilla. El salón está repleto de trofeos que custodian sus miedos y la grandeza de toda una vida en los ruedos. En las grandes plazas, en las mejores ferias. Sobre el sofá, una foto inmensa, la portentosa media de rodillas de Julio Robles que captó Botán para hacerla histórica. En esa misma pared, otra del brindis que Javier Valverde le hizo vestido de torero en el ruedo de La Glorieta, la tarde de su última actuación en Salamanca; y a la derecha un soberbio puyazo a un toro de El Puerto de San Lorenzo en este mismo coso. 1987. Aquel toro al que picó de manera magistral le propinó todos los trofeos de aquella feria. Y además esconde una curiosa historia: “En aquella feria, Julio toreaba dos corridas, la de Santa Coloma y la del Puerto. La tarde de Santa Coloma sufrió una lesión de los abductores y no pudo torear la del Puerto. En esta corrida había un toro que no le gustaba y llegó a decir que si iba aquel toro, se quitaba del cartel. El caso es que el toro se quitó de la corrida por deseo propio del torero. Tras la lesión, Julio ya no pudo torear esa segunda tarde y el toro volvió a entrar en la corrida. Vino Sánchez Puerto, piqué yo con él y me tocó a mi picarlo. Al final fue el más bravo de la Feria. Me llevé los trofeos de la feria y el toro también”. La foto es imponente y la forma de agarrarse El Legionario con él, portentosa.
–¿Por qué ha perdido la importancia que tuvo la suerte de varas?
–Ya casi no se pican los toros. Ha perdido importancia, los toros se agotan antes. Ahora dicen que los matan en el caballo y es mentira. Si no los picaran se caerían igual, hay veces que no se les pica. Luego están las prisas de los matadores, la mayoría los ponen mal en suerte al caballo. El toro hay que ponerlo delante, para que tú le puedas ir de frente y con el pecho por delante. La mayoría lo ponen mal, no porque no sepan, por las prisas, por si se los cambian. Y ahí no hay más que ponerle el palo y ya está...
–Así se priva al espectador de una parte fundamental de la lidia...
–La suerte de varas se está perdiendo porque no le dan importancia. Al toro hay que dejarlo en el sitio correcto y dejarlo venir, y cogerlo en lo alto antes que llegue al peto. Que hay que pegarle menos, se le pega menos... si hay que darle más, se pone otra vez. Lo importante es que se vea. Con prisas no se luce la suerte.
–Si serían fundamentales los picadores que les dieron la opción de vestirse de oro igual que los matadores. Esa categoría se la daba la importancia que tenía la suerte de varas en la lidia.
–¡Hombre claro! El picador era el que tenía la llave para que aquello funcionara. Antes los toros eran menos bravos pero eran más fieros, no estaban atacados de carne, estaban hechos en las fincas. Antes, en Sepúlveda, Campocerrado, Pedraza... estaba todo abierto, para recoger una corrida se tiraban tres o cuatro días en el campo, estaban los toros salvajes, llegaban a las plazas y se iban a todo lo que se movía. A aquellos toros había que darle. Ahora, desde chicos ya se les echa de comer y se les manosea mucho. Ahora son más bravos. Antes daba igual que pesaran 400 kilos que 300, si en algún momento que no había nada de comer, se le echaban hieros o algarrobas si acaso. Aquellos estaban hechos a campo y estos están cebados como lo cebones de pila. Ahora coges un cebón de pila y lo mueves un poco y se asfixia, si coges uno de bellota de campo puedes estar corriendo todo el día detrás que no lo coges. Ese es el problema de los toros de ahora. Ahora se les corre, se enfundan... se les mete en el mueco mucho. Demasiado embisten...
–¿A quién tuvo de maestros?
–A mí me ayudó mucho Juan Mari García, que para mí era un Dios, él fue quien en Campocerrado me animó a que sacara el carné de picador. Juan Mari, Barroso, Aurelio, Jesús Matías... El Mozo grande, era otro de los que admiraba. Luego, en la plaza, yo siempre salía a estar mejor que el resto.
–¿Cuál es el secreto para ser buen picador?
–Dominar bien el caballo, montar bien, estar seguro y practicar mucho. Estar al hilo de lo que digan los matadores. Para picar un toro no hay que hacer fuerza. Se necesita la justa, la clave es mover la mano izquierda, esa es la que domina, la que mueve el caballo. Al toro se le pica con el caballo, la mayoría de los que han funcionado los ves que pican con la mano más que con la puya. Un toro cuando llega y le metes las cuerdas ya no hay que hacer fuerza. Cada uno puede hacer lo que quiera, respeto a todos, pero no entiendo a esos que ves que llega el toro y se ponen encima a hacer fuerza, con gestos... será por la forma de cada uno. Pero es que no hace falta. Conmigo se ha metido poco la gente, tenía esa forma de picar. Y quedaban los toros picados. Así lo hacía Juan Mari, Barroso... no los ves hacer fuerza ni retorcerse en el caballo.
–Leyenda de los picadores, el único varón de sus cinco hijos, decidió seguir sus pasos, ¿qué consejo que le dio?
–Que fuera honrado. Y que no fuera nunca por menos de lo que hay que ir. Hubo una época que venían colombianos y mexicanos e iban de cualquier manera. Él que fuera por lo suyo. A lo mejor le ha perjudicado porque haya toreado menos, pero yo creo que no.
–¿Con quién le hubiera gustado picar y no lo llegó a hacer?
–A veces pensaba si sólo toreo 40, 50 corridas y fíjate aquellos las que torean. Alguna vez, por el egoísmo de torear más y ganar más, pensaba que podía haber ido con este, con aquel... pero no. Nunca me pudo eso. Siempre me gustó más estar a gusto con quien iba... Fui con muy buenos toreros, pero no eran de los que más toreaban. No me importó. Una vez que estaba con uno era ya como de mi familia, les cogía aprecio, salía a la plaza y salía a darlo todo por ellos.
–Tras un leve silencio, sigue y rescata una anécdota...
–Fui con El Regio a torear a Madrid una de Luciano Cobaleda, que fue malísima. Los toros no llegaban al caballo, se quedaban sin picar. Nos tocó uno así y el presidente cambió el tercio. Le tocaba picarlo a Fabián, habíamos dado tantas vueltas detrás del toro que ya no sabía dónde estaba. Yo estaba casi en la puerta grande tirando a los chiqueros y él en la de salida. Tocan para cambiar, y veo a El Regio que le hizo una señal para que no se fuera, pero Fabián no se enteró y se salió. Yo que lo vi, desde aquel sitio, el toro estaba en los medios, corté y me puse delante de chiqueros... el toro me llevó a las tablas, luego al 7, luego a los medios, pero lo piqué. No lo hice por hacer de menos a Fabián, pensé que se quedaba sin picar, y había que solucionarlo. La ovación fue... pero eso no me importó. Aquella tarde mataron un caballo, había tres picadores en la enfermería. Cuando salí estaba el padre de Jesús Matías, otro compañero, en nuestro burladero y, al entrar, me dijo: ¡Bien muchacho, bien. Pero de estas pocas que empalagan. La Policía vino a denunciarme y les dije: ¿Qué quieren que quede el toro vivo? Lo recuerdo con orgullo, no lo hice para presumir, sino para solucionar la papeleta. Si no lo hago el torero lo hubiera pasado mal. Si me la tenía que jugar por los toreros, no lo dudaba. Nunca me gustó vestirme de picador solo para llevarme el sueldo... Con Aparicio me pasó, no estaba a gusto, había una cosa rara que no me iba. Estuve un año y lo dejé.
–Y ahí si que Julio Robles está por encima de todos...
–Aquí vivimos como en familia... Me acuerdo una noche, aquí, en este mismo salón en el que estamos. Eran las cuatro de la mañana, y sonó esa puerta, Robles ya estaba en la silla, y me digo, ¿quién coño será a estas horas? Abro la puerta, y ahí estaba Julio, que me dice ¡Vamos saca esa guitarra ibérica...! Entró y estuvimos aquí hasta las diez de la mañana. A las 7 o las 8 le dijo a mi mujer que nos hiciera unas sopas de ajo... Éramos como familia y venía aquí con toda la confianza y yo a su casa igual.
–¿Cómo surgió la relación con el maestro?
–Por aquí nos conocíamos todos. Un día recién llegados de América, él y María, se presentaron en mi casa y me lo dijo. Nos conocíamos antes de vernos en las tientas en Atanasio, sobre todo. Aquello sí que era una guerra, allí he picado yo toros, en mayo que se han lidiado en agosto en Bilbao, toros de aquí te espero. Con Juan José, Antoñete, Amadeo, Falcón, él... Allí nos veíamos, aquel año surgió, me llamó y estuvimos hasta que pasó el accidente.
–¿Por qué está tan mal el toreo?
–Ha explotado todo con el dichoso virus, pero viene de muchos años atrás, no se le ha echado cuentas, a los que le iba bien les iba bien y a los que no, no les iba tan mal. Ahora el toreo está para tres o cuatro y para los demás nada. Antes lidiaban todos los ganaderos, unos más, otros menos, pero había para todos, ahora se ha reducido a 10 ó 12 hierros. Y ese es el problema. En las cuadrillas, lo mismo. Entonces, estabas suelto y toreabas 70 tardes.
–¿Por qué antes el toreo tenía más vida que hoy?
–Entonces los chavales jugábamos a los toros sin complejos. En este pueblo (Boadilla) había dos o tres días había festejos con vacas, te tirabas medio año jugando a los toros y ahora es al fútbol, al toro no lo ve nadie. Ahora en los colegios, si saben que es torero lo miran mal. Antes había afición, te lo metían desde chico. En casa de Atanasio llegaban a la tapia 20 ó 30 chavales que querían ser toreros y así en todos los sitios.
–Y, sin embargo, hoy, con todo a la contra, siguen saliendo toreros y aficionados...
–¡Ahora tiene mérito! Es la fuerza del espectáculo. No se puede comparar con otro, y cuando lo descubres...
“No hay una noche que no sueñe algo de toros, que vamos de viaje, que no llego al sitio, que llego tarde, que se ha escapado el toro...”, afirma El Legionario que ya otea los 80: “No me importaba ahora mismo montarme y subirme a un caballo para picar un toro. Me quité a los 67 y me tenía que haber ido a los 55. Y me quité por el hijo, me daba corte, había que dejar paso a los jóvenes. Aquí casi nadie se quita voluntario”, afirma. ¿Qué tiene el toro? “Es una vida distinta, nunca haces lo mismo que ayer, cada día es nuevo. Nunca es el mismo toro, nunca es la misma gente. El que ha vivido en el toro, se queda para siempre”.
“En casa de mi abuela había un retrato de un tío carnal que murió en la Guerra de legionario y, cada vez que iba allí me tiraba media hora viéndolo. Yo también me alisté a la Legión para hacer el servicio militar”, comenta Victoriano García, antes de explicar el origen del apodo que pasearía por los mejores cosos del mundo: “En el campamento, una vez al año, se hacía una capea y yo salía a torear, y ya me empezaron a llamar el torero. Y me dijeron que, si algún día llegaba a ser algo, me tenía que anunciar como El Legionario...”. Y así fue. “Cuando me licencié, me hice picador y arranqué en serio. Todos los compañeros me firmaron el diploma”, asevera orgulloso. Y lo conserva intacto 60 años después. En otra de las dependencias custodia un maravilloso rincón con sus recuerdos: Dos chaquetillas, una tabaco y oro, de las últimas que se hizo y la primera que compró, en azabache, en Sevilla: “Me fui en el tren desde Salamanca a una dirección que me dio Juan Mari García donde había un señor que vendía de segunda. Le compré la maleta, la chaqueta, los hierros y el sombrero por 17.000 pesetas”. Tiene fotos, recortes, los carteles de sus dos últimas ferias: Salamanca y Zaragoza de 2008. Una puya de oro, como premio de la concurso en la que se alzó con el premio al mejor puyazo, a un Miura que toreó Zotoluco, “el premio fue acompañado de 20.000 duros”, concreta con media sonrisa. Un suculento galardón que se queda pequeño al lado del trofeo de Canal Plus que ganó en San Isidro de 1993: “Aquel fue de un millón de pesetas”. Fue el toro de Manolo González al que Manzanares le cortó las dos orejas.
CABRILLAS. Nació en el año 1942. Victoriano García (Cabrillas, 1942) se crió en un orfanato los primeros cuatro años de su vida. De ahí en adelante se fue a vivir con su tío y sus abuelos hasta los 16 años, cuando se instala en Boadilla, donde hoy sigue disfrutando de su feliz retiro como una de las leyendas de los picadores.
EL SAHARA. Servicio militar. Cuando le llegó la hora de hacer el servicio militar le tocó en el departamento de Transmisiones de El Sáhara. Y se alistó en la Legión, donde estuvo tres años cumpliendo el servicio. A su vuelta a Salamanca, por recomendación y el incentivo de Juan Mari García, decidió sacarse el carnet de picador de toros: era el año 1968. En Campocerrado, en Casasola y donde los Guerra, Marcelino Sánchez Corral, comenzó su carrera. Pronto, ya se convertiría en uno de los fijos en las tientas en las fincas de Salustiano Galache, su hermano Francisco, Alipio Pérez Tabernero, los Charro...
SALAMANCA. Festival de la Cruz Roja. En este festejo benéfico celebrado en La Glorieta, donde se lidiaron en una misma jornada una veintena de toros, y a las órdenes de Pallarés, picó el primer toro de su vida, un astado berrendo de Francisco Galache. Era el año 1969.
SUS TOREROS. Comenzó a torear a las órdenes de un torero palentino, Félix Rodríguez ‘El Regio’, luego llegarían otros toreros de Salamanca como Paco Pallarés, Víctor Manuel Martín, Cesterito, Paco Muñoz, Flores Blázquez... hasta que apareció Julio Robles a finales de los 70. Con él estuvo más de una década, hasta que sucedió la desgracia de Béziers en 1990. Después actuó cinco años a las órdenes de José María Manzanares padre, Julio Aparicio, José Tomás desde su alternativa hasta su primera retirada; y de ahí en adelante, Juan Diego, El Zotoluco...
ZARAGOZA. Retirada en 2008. Con 66 años, El Legionario decidió retirarse y lo hizo a las órdenes de Javier Valverde. Con él toreo su última tarde en la Feria de Salamanca, el 17 de septiembre de 2008, picando una corrida de Valdefresno. Un mes después, también junto a Valverde, hizo su último paseíllo en la feria de El Pilar de Zaragoza, 15 de octubre, para picar uno de Alcurrucén.
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