Diosleguarde, una faena de categoría
Diosleguarde firma un trasteo revelador, con arrojo, técnica y valor ante un novillo complicado al que se impuso con autoridad antes de enrocarse con la espada. Cayetano se lleva el premio gordo de un asado de Juan Manuel Criado premiado con la vuelta al ruedo
La Ficha
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CIUDAD RODRIGO Lleno en los tablaos en tarde fría, entoldada y con lluvia en el tercero. 8 grados de temperatura.
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GANADERÍA Novillos de JUAN MANUEL CRIADO, noble y de excelente calidad por ambos pitones el 1º, que fue premiado con la vuelta al ruedo. Deslucido e inválido el molesto 2º; reservón el poderoso 3º; noble el 4º. Encierro variado de hechuras, cuajo y juego
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DIESTROS
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CAYETANO Estocada (dos orejas)
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PACO UREÑA Estocada (ovación).
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MANUEL DIOSLEGUARDE Cinco pinchazos y descabello (ovación)
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TRISTÁN BARROSO Gran estocada (dos orejas)
La tarde fue una montaña rusa de emociones. La disparó el primer novillo con un juego soberbio, la avivó Diosleguarde con una macerada faena al incómodo tercero; no se aburrió Ureña con el más deslucido, el segundo; y se desató Tristán Barroso con el que cerró la función.
De preciosas hechuras, con cuajo en la hechuras y gacho en las defensas, derrochó bondad en primero de Juan Manuel Criado en el saludo capotero, que Cayetano remató con una serpentina. Midió en el castigo en varas porque su oponente había mostrado debilidad en los primeros compases. Sin embargo, sacó carácter en el tercio de banderillas, donde se vino arriba, comprometiendo en la salida del par a Gómez Pascual y Agustín de Espartinas, antes de que Cayetano brindara al respetable. Espléndido el utrero de Criado fue un dechado de bondad y se entregó con una calidad superlativa por ambos pitones. La fijeza fue otra de las mejores virtudes de un novillo que no se cansó de embestir de ensueño. Cayetano no caldeó el ambiente hasta que tiró de efectos con pases mirando al tendido, pasado el ecuador de la faena. Tuvieron arrebato y pasión los molinetes en cadena con los que epilogó la obra. El presidente dictó sentencia sacando antes el pañuelo azul para el novillo que el blanco de la segunda oreja para su matador.
Paco Ureña, vestido impecable, como Diosleguarde, salió con el sombrero calado, como es menester y no hizo nadie en toda la tarde en los saludos de capa. El tercero de Criado, muy terciado, gacho, cubeto y brocho, manseó de salida y renqueó sin disimulo, no podía con su alma cuando se fijó en el capote. En los primeros compases no dejó de darle argumentos al presidente para sacar un pañuelo verde que se contuvo ante la desesperación de la parroquia. La papeleta de Ureña no fue sencilla: asentarlo, mantenerlo en pie, sostenerlo y ordenarlo. El temple era la receta, pero también el mando y la exigencia porque ante el alivio se hacía el dueño. Ureña jamás se aburrió en faena de escasa conexión con el tendido y donde, para colmo, también apareció el viento. Y luego, la lluvia. Lo trató con suficiencia y autoridad en faena eterna en la que le terminó en encontrando la mejor tanda de naturales que guardaba con recelo.
Causó impacto el pelaje negro salpicado del tercero, muy apretado de carnes, que desarrolló violencia en las telas de Diosleguarde. Y genio en el caballo que montaba Alberto Sandoval, que le bajó los humos con autoridad en un puyazo soberano. La brega resultó un quinario, se llevó capotazos a estopa y casi terminó agotando las opciones del animal. Diosleguarde le vio lo que nadie atisbaba. Muleta plana y firme, la autoridad en el trazo, la seguridad y aplomo en el cite, sirvió para que el animal rompiera a embestir a un diestro que se inventó una faena laboriosa, de mérito, de técnica, de solvencia y de capacidad. No le importaron las miradas ni los parones a destiempo, los aguantó con arrogancia y se impuso sin contemplaciones a un astado que no le regaló nada. Faena reveladora. Seria. Valiente. Capaz. De una capacidad bárbara. En la suerte suprema el de Criado hizo presa y le dejó colgado por el pecho de un seco y certero pitonazo del que salió noqueado el torero, que se atascó con la espada.
Con media docena de faroles de rodillas, un animoso saludo y unas comprometidas chicuelinas se hizo notar Tristán Barroso, que salió a quitar después por caleserinas para tratar de frenar la bronca que se llevó El Legionario, su picador, por salir a picar con un abrigo como si estuviera en Siberia. Al parecer se le rompió la chaquetilla antes de entrar en escena. Luego firmó Tristán Barroso una faena de enorme entrega, disposición y arrebato, muy variada en suertes, en la que los mejores momentos llegaron al natural y a la que puso broche con la mejor estocada de la tarde. Por contundencia, por la rectitud con la que se tiró y por la verdad. Las orejas de más valor de la función. Las otras, las que ganó Diosleguarde, se las llevó la espada.