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Marco Pérez y Fernando López Charro, hijo del ganadero, a hombros al finalizar el festejo. J.L.
Diez muletazos monumentales

Diez muletazos monumentales

Marco Pérez pone en efervescencia la Sierra con una pletórica actuación en San Miguel de Valero donde puso el «no hay billetes» y enamoró de principio a fin ante tres buenos novillos de Loreto Charro que se unieron a una fiesta que se saldó con una apasionada puerta grande tras pasear seis orejas y dos rabos

Javier Lorenzo

San Miguel de Valero

Sábado, 28 de septiembre 2024, 22:18

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LA FICHA

  • San Miguel de Valero. No hay billetes (2.000 espectadores) en tarde soleada.

  • GANADERÍA 3 novillos de Loreto Charro, con cuajo, volúmen, hondas hechuras. De cómodas y agradables defensas. Manejable el 1º, excelente el 2º que tuvo un son y una clase excepcional en sus rítmicas y despaciosas embestidas, con más intensidad el noble 3º, Pajarero, premiado con la vuelta al ruedo.

  • DIESTRO

  • MARCO PÉREZ Verde manzana y oro Estocada tendida (dos orejas); estocada (dos orejas y rabo);y estocada (dos orejas y rabo).

En los tres primeros muletazos de la segunda faena, Apenado se destapó como un superclase. Rompió a embestir al ralentí y a confirmar lo que había hecho en los primeros lances de capote. Y Marco Pérez se puso a torear a cámara lenta muleta en mano. Como si fuese de salón. Como si fuera fácil. Como a veces se sueña. El ritmo de las embestidas fue bárbaro y el torero las desgustó como pocas veces este año con la suerte de espaldas en los lotes. Este utrero de Loreto Charro embistió como pocos. La manera de descolgar la cabeza y de humillar resultó bárbara y el ritmo con el que se desplazaba en cada viaje fue de los que solo tienen los elegidos. Y ahí Marco Pérez soltó las muñecas, dejó caer los hombros, se olvidó del cuerpo e hizo que aquel novillo con hechura de toro viajara alrededor de su enjuta figura con una entrega superlativa. Diez muletazos fueron sublimes, de los que te encogen el alma, de lo que hacen esbozar una sonrisa, de los que te levantan del asiento. De los que sirven, de repente, para mirar al futuro. Precisamente por eso, por el asiento de la figura, por el encaje de riñones, por ver como el torero sentía y gozaba a partes iguales esas embestidas, aquello resultó excelso. Así navegó todo en aquel segundo capítulo que fue la cima de la tarde. Una obra medida, justa. De las de gozar y hacer disfrutar.

Fue la clave de una actuación plagada de argumentos. La tarde fue una fiesta. Porque así lo vivió el pueblo y así se sintió en los alrededores del coso antes de comenzar el paseíllo. La plaza abarrotada hasta la bandera. En los tendidos se multiplicaron casi por siete los poco más de trescientos empadronados del pueblo. Ni una sola entrada quedó en la taquilla, dos mil almas ilusionadas con un torero que es mucho más que el nuevo ídolo de la Sierra. Tres novillos con cuerpo y hechuras de toro, con volumen, cuajo y hondo aparato. A la vez, fantásticas hechuras. Cómodas y agradables caras, propias del escenario. Y muchas teclas que tocar para descifrar primero y amarrar el triunfo después. Los tres se dejaron mucho pero ninguno fue sencillo ni tampoco regaló nada.

Al tercero le dieron la vuelta al ruedo, pero el que más mereció ese premio fue el segundo. El primero fue el menos entrega dentro de su nobleza. Franco y largo por el pitón derecho, por el izquierdo fue más protestón y le costó entregarse en las telas. A la primera de cambio Madrileño casi se echa al torero a lo lomos y, éste, lejos de amedrentarse, y con el destino de la tarde aún por resolver, lo terminó cuajando por naturales de mando, arrebato y autoridad, para terminar disfrutándolo como al principio y al final por la derecha. Fue faena de oficio, recursos y capacidad, de taparle defectos y exprimirlo al máximo en el momento oportuno.

Al segundo lo cuajó a placer en una obra que fue para paladear, le faltó alcanzar por la zurda los niveles de excelencia que gozó por la derecha. Y por la de los millones terminó metiendo en la muleta a Pajarero, el tercero, que fue el que más se movió de los tres astados criados en Peña de Cabra. También fue el de más cara y seriedad, con el que más le costó no centrarse pero sí meterse en una primera parte del trasteo en el que todo quedó en tierra de nadie, aunque pasado el ecuador volvió a poner las cosas en su sitio para cerrar con autoridad la función. Reconectó con el público cuando, a la tremenda, Marco se metió entre los pitones y, en terrenos inverosímiles, volvió loco a su oponente por uno y otro lado. Un derroche de autoridad. Antes de pasárselo cerca y reunido en las luquecinas finales con las que se volvió a encontrar en los medios para cerrar de esa forma la obra.

A los tres novillos los mató no con contundencia pero sí con facilidad con una estocada a cada uno de ellos. Con los tres estuvo variado con el capote. En el primero quitó por arrebatadas chicuelinas; al segundo lo saludó por tijerillas y le firmó el quite de oro con el capote a la espalda antes de enroscárselo por escobinas y con el tercero se adornó por vistosos delantales. Las faenas tuvieron variedad e improvisación. Y medida, la que no tuvo la salida a hombros con el pueblo entregado a un torero que llegó y se fue entre la adoración sin límites en una fiesta de principio a fin.

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