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Javier Adán ‘El Balilla’, con sus abuelos, sus padres y su hermana, dejó atrás el drama de su Algemesí natal para darle un respiro a la angustia vivida los treinta últimos días. Y se vino a Salamanca para recoger el cariño y la comprensión de El Capea, que les tendió la mano y les abrió la puerta de su casa en un quite de alivio a la desazón de sus vidas. Un mes y un día después de la tragedia de Valencia. Un cruel suceso de la naturaleza acrecentado por el desastre político, que sigue latente porque hay cosas que el tiempo no siempre cura. La gota fría del 29 de octubre se llevó la vida por delante de cientos de personas y dejó maltrechas a otros miles más en la Comunidad Valenciana. La brutal riada arrasó de manera inmisericorde. Muchos lo perdieron todo. Los supervivientes quedaron enfangados hasta el cuello con sus vidas huérfanas de todo. El mundo impactado ante la pasividad de unos dirigentes que no pensaron en otra cosa que en repartir mierda. Valencia hundida y España sensibilizada con la causa. Cada uno ayudó a su manera.
A Pedro Gutiérrez ‘El Capea’, como al toreo entero, le encogió el corazón la imagen de El Balilla jugando al toro a la puerta de su casa en medio de la tragedia mientras su familia y sus vecinos trataban de recomponer lo que no tenía remedio. Los colchones a la puerta de casa, los muebles destrozados apilados en las calles, las ropas sucias, las neveras vacías, los electrodomésticos reventados, los coches con las ruedas por alto, las vidas rotas y el alma de la humanidad partida en dos. Las calles enfangadas y todo cubierto de ese barro marrón que coloreó la sensibilidad del mundo entero.
Y ahí apareció la imagen de El Balilla, un niño inquieto de solo cuatro años, que, sin antecedentes taurinos en la familia, lleva el veneno del toro metido en la sangre. Fue uno de los supervivientes de Algemesí y, con la ingenuidad inocente de un niño, se aferró a su pasión por el toreo para ponerle buena cara a la tragedia en pleno caos de su día a día. Su imagen jugando al toro en las calles de su pueblo en medio de aquel lodazal se hizo viral y provocó un atisbo de sonrisa a los que vivimos al otro lado del drama. Entre ellos El Capea, que rápido empezó su búsqueda, para identificarlo y ayudarles, para abrirle las puertas de su casa e invitarlos a su finca para que ese pequeñajo huyera por un segundo de la tragedia y tuviera un alivio de felicidad. A través de las redes sociales hizo un llamamiento, lo logró ahora cumple su palabra. El Capea encabezó el cartel del festival de Alba. Y aquí estaba El Balilla.
Llegaron el viernes a Ledesma, donde se han instalado. El maestro Pedro Gutiérrez Moya ‘El Niño de la Capea’ les invitó a toda la familia a comer antes del festival en Salamanca y el pequeño tuvo la suerte de compartir mesa con unas de las grandes figuras de la historia. Y, poco después de las tres de la tarde, José Ignacio Cascón llevó al pequeño hasta Alba para el encuentro con El Capea, el impulsor del sueño de El Balilla. El impulsor de su gran alegría. Estuvo con el diestro salmantino en la habitación del hotel donde vio cómo se vestía de torero . Ya no se separaron ni un segundo. El propio Balilla fue quien le puso la chaquetilla al torero. Se lo llevó con él en el coche camino del coso. Y vivió a su lado cada uno de los segundos previos, de miedos e incertidumbres del patio de cuadrillas antes de que sonaran clarines. Allí fue el padre quien le dijo a El Capea lo que más le gusta al pequeño: liarse el capote como lo hacen sus ídolos para el paseíllo. Y fue el propio Pedro quien lo lío segundos después de que El Juli estrechara la mano del pequeño.
El Balilla fue el primero en salir al ruedo, al compás del pasodoble “Valencia”, que estremecía el alma. Se quitó la montera, que como el capotillo que el año pasado le trajo Papá Noel, y en nombre de Valencia, saludó a las 1.400 personas que acudieron en solidaridad con la tragedia. Hizo el paseíllo de la mano de El Capea. Se subió al tendido junto a su familia para ver el festejo del que no perdió detalle y en el que cumplió su sueño y ahora queda pendiente el de El Capea, que se lo dijo al pequeño en el brindis: “Ojalá algún día me brindis un toro tu a mí”.
El sueño de El Balilla no termina ahí. Lo seguirá disfrutando, porque El Capea se lo llevó a su casa y hoy visitará su finca y disfrutará de una jornada de campo en Espino Rapado, en San Pelayo de Guareña cría sus toros de Murube. El Balilla los verá de cerca, admirará la grandeza del toro bravo en la inmensidad del campo en plena naturaleza. Esa naturaleza que un día se encabritó y puso la vida de su familia, de sus vecinos patas arriba. Y a la que mañana tendrá que volver a acercarse para seguir viviendo. Porque en Valencia la tragedia aún se sigue viviendo y no será fácil desperezarse de ella. Por eso toda ayuda será poca. Hoy y también mañana… No se olviden. Ni los olviden. A El Balilla y a todos los damnificados anónimos que tratan de recomponer sus vidas.
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