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La quiosquera, con LA GACETA, en su negocio. OBES
GENTE DE PRENSA

«Yo en verano vendía cuatro palets de flashes...»

María Rosario Gomez regenta un quiosco en el barrio de Garrido: «Me puedo jubilar ahora mismo y no quiero. Yo me lo paso bomba»

María Regadera

Salamanca

Viernes, 27 de junio 2025, 16:42

«Después de 34 años, mis clientes son como una familia». Estas son las palabras de María Rosario Gómez, la mujer que lleva más de tres décadas al frente de un quiosco en el corazón del barrio de Garrido. El negocio, ubicado en la calle Los Robles, abrió sus puertas en un momento de gran crecimiento del barrio. Ella lo puso en marcha desde cero, sin experiencia previa ni tradición familiar. «Antes trabajé en fábrica, estudié peluquería y mecanografía, entre otras cosas. Pero la vida te va llevando por otros caminos y te da opciones, yo me alegro de haber elegido esta», cuenta.

En su pequeño local se despachan todo tipo de productos: prensa, lotería, tabaco, alimentación, paquetería, decoración, juguetes, dulces, golosinas y regalos. Desde su experiencia particular, asegura que lo más gratificante de este trabajo es la relación con la gente: «Te conoces sus cosas, después de tanto tiempo es como si fueran parte de tu vida».

No obstante, reconoce que los comienzos no fueron fáciles para ella. Tuvo que adentrarse en el sector para conocer más a fondo su funcionamiento. «No tenía mucha información y empecé sin saber apenas nada. Tuve suerte y un par de amigos que trabajaban en otros quioscos me echaron una mano. Sin querer, fuimos cogiendo pequeñas experiencias», reconoce. También recuerda a su hermana, una pieza imprescindible en su vida y la persona que le ha ayudado con el negocio a lo largo de los años. En un corto periodo de tiempo, la quiosquera se hizo al negocio. Rememora con nostalgia los primeros veranos de su trayectoria. «El barrio estaba lleno de niños. Hace treinta años, yo vendía en el verano cuatro palets de flashes. Íbamos con una furgoneta a buscarlos a la propia fábrica», dice.

El paso del tiempo se nota mucho en la clientela que cruza cada día sus puertas. La quiosquera ha servido a varias generaciones de vecinos. «Ahora muchos son hijos y nietos de mis primeros clientes. He visto crecer a familias enteras. Eso te da una alegría que no se paga con dinero», asegura.

Durante la pandemia, mantuvo el quiosco abierto. Gómez recuerda el miedo y la incertidumbre que vivía cada vez que levantaba la trapa. «Fueron momentos muy duros, pero la gente se portó bien. Había respeto, hacían las cosas como se debía», recuerda.

La quiosquera todavía no ha encontrado un relevo generacional sólido para el futuro de su negocio. No obstante, no quiere dejarlo. El local que regenta, ya de su propiedad y se ha convertido en el fruto del trabajo de toda una vida. Además, quiere seguir sintiendo cerca el cariño de sus vecinos, que tantas alegrías le han dado. «Yo me puedo jubilar cuando quiera y ahora mismo no quiero. Yo me lo paso bomba, y eso que trabajo de ocho de la mañana a nueve de la noche, descansando solo media hora», manifiesta.

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