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Un viaje a la pobreza con mucho que ofrecer desde la Casa Escuela Santiago Uno

Treinta jóvenes han vuelto a Salamanca tras pasar un verano de voluntariado en Marruecos, donde han construido un polideportivo y han convivido con una cultura que les ha cambiado la perspectiva

Viernes, 23 de septiembre 2022, 18:19

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Los jóvenes de la Casa Escuela Santiago Uno se vieron visiblemente cansados al día siguiente de volver. No hay jet lag, pero casi. Han llevado a cabo un largo viaje en furgoneta, que les ha llevado, tanto en la ida como en la vuelta, a través de 1.600 kilómetros, con paradas en Cáceres, Sevilla y Cádiz, para luego atravesar el Estrecho de Gibraltar hasta Tánger y pasar por Casablanca y Marrakech tras ver el mar en Agadir y bordear al sur por la costa para, tras cuatro días en la carretera, llegar a la provincia de Sidi Ifni.

Santiago Uno cumple 14 años involucrado con el proyecto ‘Levantando Escuelas’, que, cada verano, lleva a un grupo de jóvenes, procedentes en su mayoría de entornos desestructurados y al amparo de los servicios sociales, a realizar un servicio de voluntariado en poblados rurales pobres de la región de Souss-Massa Draa, donde tienen la oportunidad de cooperar en la comunidad trabajando para los demás en un entorno en el que la escasez de recursos y el calor abundan en extremo.

Alterados y cansados por la experiencia, al día siguiente de su vuelta, varios de los jóvenes se muestran desconcertados ante LA GACETA. “¿Por qué os interesa algo así?”, pregunta una de las chicas. Y es que los jóvenes del centro están acostumbrados a encabezar las noticias de sucesos en los periódicos locales. “Solo se interesan cuando se ha incendiado algo o liamos alguna”, indican con tono jocoso, mientras reconocen que no se creen que la gente se interese cuando les ocurren cosas como la que han vivido en Marruecos.

Sami Barba, Naira Vargas, Dolores Estrella, Mario Manzano y Roberto García, son cinco de estos jóvenes aventureros que se han reunido con su coordinador, el educador Jorge Hernández, para revivir algunos momentos del viaje que a más de uno le ha hecho reflexionar.

El coordinador es el que lleva la voz cantante y reconoce la labor de estos chicos, que aquí tienen etiquetas como “infractores”, pero cambian el perfil al viajar a Marruecos para ser “cooperantes” en pueblos abandonados por el gobierno local.

Hernández asegura que estos poblados se encuentran “muy habitados, pero desperdigados entre sí”, y que, durante los meses estivales, abren la escuela de verano que atrae a la comunidad local, ya que, tras 14 años, confían en los voluntarios para dejarles a cargo de sus hijos y ayudar en las construcciones o aprender materias en la escuela como coser u organizar un dispensario médico.

Este año, el grupo de jóvenes y la comunidad local han recolectado dinero a través de más de 150 pueblos para llegar a 100.000 dirham, 10.000 euros al cambio, con el que financiaron la mitad de la inversión total del polideportivo que han construido. La obra, una pista de fútbol y una cancha de baloncesto, está ocupada cada hora del día independientemente de las arduas temperaturas que haya, al igual que ocurre con el nuevo parque infantil, cuyo tobogán acumula “colas dignas de la Warner”.

En esta ocasión, los jóvenes han vivido una experiencia “más inmersiva”, ya que los de Santiago Uno han tenido un contacto más íntimo con las familias marroquíes al ser acogidos en sus propias casas. “Son familias muy sanas que acogían a nuestros chicos sin pedir nada a pesar de vivir en la pobreza. Comparten todo y eso a nuestros chavales les remueve algo por dentro al acudir a sus hogares”, explica Hernández, que valora como “increíble” la relación que puede llegar a establecer gente que se comunica en distintos idiomas.

“Es un privilegio de experiencia educativa, una historia de convivencia, esfuerzo y diversión sana”, describe el educador, ya que, en Salamanca, “el alcohol y los porros son algo imparable que tenemos en la puerta de casa y parece que no hay manera de divertirse sin drogarse”. Por eso, aprecia que sus jóvenes hayan dejado todo eso en España para pasar esos dos meses “sudando, riendo y con algunos lloros en las despedidas”.

Los chavales reconocen que los inicios fueron duros, ya que, al llegar, tuvieron que dormir todos juntos en la misma habitación en unas esterillas que, sumado a las altas temperaturas, hizo “muy agobiantes” esas primeras noches en África. Más tarde, se instalaron en el colegio, pero solo después de llevar a cabo algunos arreglos como la grifería o las camas para luego comenzar la labor de la cancha.

La gente local, ya sea a través de un plato de comida que apenas tenían, o bien en la construcción de la cancha, ayudaban a los jóvenes españoles en la medida que les era posible, mientras que los de Santiago Uno también tenían otras tareas tan mundanas como llevar a cabo el lavado de la ropa, a mano, como se hacía antaño y solo después de ir al pozo a por agua, ya que cada dos o tres días se quedaban secos.

Sin embargo, todo aquel sudor y el esfuerzo del par de meses mereció la pena una vez completaron la obra entre todos y empezaron a disputar partidos con los muchachos locales, que, en algunos casos, jugaban hasta descalzos y aún así era difícil seguirles el ritmo por los jóvenes españoles.

Finalmente, tal y como dice el educador, es un proyecto que “desmonta las ideas”, ya que “lo que puedas llegar a imaginar es totalmente diferente” y es ahí cuando aprecian lo que valen las pequeñas cosas. “La cancha en España no tiene apenas valor, pero allí es todo lo contrario. Se juega hasta el anochecer”, asegura. A su vez, los jóvenes de Santiago Uno, convencidos o no al principio de la aventura, reconocen que la experiencia les ha cambiado, que no son los mismos que partieron de Salamanca hace dos meses y tratarán de aprovechar las oportunidades que tengan gracias a la visión del mundo que tanto Marruecos como su gente, les han brindado.

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