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«Fue una locura. Me desarmé completamente y regresé a casa con un cuadro maníaco. Ahí comenzó todo». Fue a los 18 años, un fin de semana que fue a Ciudad Rodrigo a disfrutar del Carnaval. Ana María Sánchez cursaba entonces Hispánicas en la Universidad, pero abandonó los estudios cuando le diagnosticaron un trastorno bipolar. Tras aquella crisis, llegaron momentos duros. «Estuve bastantes años entrando y saliendo de la Unidad de Agudos porque yo quería hacer una vida más acorde a mi edad. Me gustaba salir y tomar algo de alcohol y abandonaba la medicación y, claro, entonces me venía un pico», recuerda. Pero aquello ha quedado atrás. Ana María ha cumplido 60 años. «Cuando haga balance, pienso que este será uno de los mejores años que he tenido por esta madurez sosegada y tranquila que he logrado», explica esta usuaria del proyecto Ranquines, gestionado por Cáritas Diocesana y en el que participan múltiples congregaciones. Ya lleva más de una década estable y con la enfermedad bajo control. «Las visitas periódicas que tengo al psiquiatra son para renovar medicación y poco más», apunta orgullosa y tranquila sin cantar victoria. «Todo es un proceso. En la vida no se puede decir que se ha alcanzado una meta, pero sí me encuentro bastante estable. Tengo altos y bajos como cualquier persona, porque no soy una superwoman, pero me siento muy a gusto», explica.
«Una de las veces que fui a Urgencias, no con un cuadro psíquico desencadenante, sino angustiada y con mucha ansiedad, el médico que me atendió, el psiquiatra de guardia, me habló de Ranquines, un centro donde él había hecho prácticas. Me invitó a que me diera una vuelta por allí porque a lo mejor podían tener un hueco y ayudarme. Y eso hice», narra Ana María. «Al entrar vi el anagrama de Caritas y eso me reconfortó mucho. Me sentí muy bien acogida», comenta explicando que en los dos primeros años participó en todos los talleres que le ofrecieron en él, como los de psicoeducación, taller de emociones, mindfulness, arteterapia, manualidades,... «Todo esto me ha ayudado a ir creciendo y a ir dando forma a mi persona y a mis características como adulta y definiendo mi personalidad», explica.
Pero, ¿cómo la ayudado este proyecto? «Yo llegué bastante confusa y angustiada, con mucha necesidad de acogimiento. Siempre he tenido bastantes carencias afectivas en lo que respecta a los amigos y en el entorno familiar. Y la soledad me impedía ver más allá de mis narices y creer que no iba a salir de esta situación. No era una depresión profunda pero sí una situación bastante incomoda, que no me hacía feliz», comenta esta mujer que ha dedicado los últimos años al cuidado de su madre. «Los participantes en Ranquines somos de procedencia, situación familiar y económica muy dispares. Los hay que han vivido mucho tiempo en la calle, otros con problemas de alcohol o drogas, o que provienen de familias desestructuradas. Eso también me ha ayudado a mí a enriquecerme como persona y a sentir que yo desde mis cualidades y mis afectos puedo ayudarles a ellos», asegura Ana María quien gracias a este centro logró salir de una «situación angustiosa» y solitaria. «Tenemos una enfermedad mental pero eso no nos incapacita para poder vivir en la sociedad completamente integrados, sin prejuicios ni estigmas por parte de los demás», concluye esta salmantina.
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