«Estamos más seguros en el frente que en las ciudades»
Yenís es un ingeniero ucraniano que se tuvo que incorporarse al ejército de su país tras la invasión rusa. Después de tres años de guerra disfruta de su primer permiso en Salamanca junto a su mujer y a sus hijos
Yenís acaba de llegar a Salamanca con un permiso después de más de tres largos años de guerra en Ucrania, ya casi olvidada por muchos, pero no por su familia, su mujer, sus dos hijos pequeños y miles de compatriotas ucranianos que tuvieron que salir deprisa y corriendo, huyendo de las bombas de los rusos. En marzo de 2022, su mujer y los dos pequeños llegaban después de dos días y medio de viaje a Proyecto Hombre.
Él, ingeniero de profesión, no está en primera línea de combate pegando tiros o lanzando bombas, pero sí sabe lo que es el desgaste psicológico de una larga batalla que no se sabe cuándo acabará.
Intentó «zafarse» por un problema de salud, pero no le dio tiempo y cuando se dio cuenta, el Ejército de su país ya le había reclamado para incorporarse a la guerra. El primer año y medio, Yenís se formó para manejar drones, que en esta guerra se han convertido en una herramienta esencial tanto en operaciones defensivas como ofensivas. Bien lo saben él y sus compañeros. Yenís está en labores de identificación de objetivos, en reconocimientos y vigilancia.
Los rusos han arrasados ciudades, pero no han conseguido el objetivo de conquistar territorios ucranianos. Pero Yenís cree que Putin no tirará la toalla tan pronto y al menos esta guerra durará un par de año más. La vida allí, lejos del refugio seguro de Proyecto Hombre, en Salamanca, se ha normalizado: la gente trabaja y cuando suenan las sirenas muchos se refugian en los cuartos de baño, los lugares más seguros de los edificios.
Un permiso en el frente
Yenís disfruta de su primer viaje a Salamanca después de más de tres años con el ejército ucraniano. Se ha reencontrado con su familia que tuvo que abandonar Ucrania en marzo de 2022, cuando comenzó la invasión rusa.
Es su primer permiso en España y aunque su mujer Tetiana y sus niños preferían regresar a su casa, a su tierra, una población situada a 15 kilómetros de Kiev, él necesitaba salir de Ucrania, aunque solo sea por quince días, que es lo que tiene de permiso.
Abandonó su trabajo como ingeniero, igual que su mujer, para servir en el ejército, pero psicológicamente está, igual que el resto de compañeros, muy cansado.
Asegura que es más seguro estar en el frente, que en las ciudades y a pesar de la distancia, está más tranquilo desde que Tetiana, Eslata y el pequeño Luca, cogieron ese autobús y cruzaron la frontera con Polonia, donde estuvieron unos cuantos días hasta que finalmente y por casualidades de la vida, se montaron a un autobús con destino a Salamanca. La idea era ir a Francia, pero surgió España y Salamanca les pareció una ciudad segura, que para ellos era la prioridad, junto con la posibilidad de que sus hijos pudieran estudiar. No tienen mucha intimidad, pero están encantados y agradecidos a Proyecto Hombre por la acogida y al alcalde, Carlos García-Carbayo, que no los ha dejado tirados y el Ayuntamiento sigue asumiendo los gastos de manutención.
Ella recuerda con horror los primeros días de invasión rusa: «Violaban a las mujeres y maltrataban a los hombres», dice. El ruido continuo de las bombas era algo que se ha quedado en su memoria, por eso, cuando llegaron a Salamanca, no les gustó demasiado el despliegue que se encontraron para su recibimiento. «Ahora lo recuerdo agradecida, pero necesitaba tranquilidad y mis niños también», dice.
Ha iniciado los trámites para que le homologuen el título de ingeniera y a su marido le gustaría encontrar la fórmula para quedarse legalmente en España porque su idea es no regresar a Ucrania hasta dos años después de que haya terminado la guerra. «La gente está triste, se les ha borrado la sonrisa porque han perdido a muchos seres queridos», dice ella.
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