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Privilegio original dado a la catedral de Salamanca ARCHIVO DE LA CATEDRAL DE SALAMANCA
Salamanca tuvo su ‘Casa de Papel’

Salamanca tuvo su ‘Casa de Papel’

Jueves, 17 de noviembre 2022, 15:43

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Llevan ocho siglos, tal vez más, trabajando en silencio en un capitel del claustro de la Catedral vieja de Salamanca, en la crujía sur. Dos hombres ataviados al estilo de los artesanos alzan sus martillos hacia un tas o troquel sujeto al suelo.

Las figuras en piedra sobre una de las columnas del viejo y noble tempo acreditan la existencia por la época, entre 1162 y 1212, de los obreros y monederos reales. Muchos siglos antes de la creación de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y más aún de la popular serie, Salamanca fue una gran ‘Casa de Papel’ donde se acuñaba moneda desde los últimos años del Reino de León antes de su unificación con Castilla.

La reconquista del territorio de Salamanca por el rey Alfonso I de Asturias en el año 754 dio paso a tres siglos y medio de despoblación y silencio histórico. Los hallazgos de la Edad Media y la escasa documentación escrita revelan que durante este período se compaginó una economía de compras y ventas mediante trueque con el intercambio de especies, empleando para ello artículos de valor de la vida diaria, desde joyas y alhajas a medidas de cereal, cabezas de ganado o artículos de labranza.

Sin embargo, en el tramo final del primer milenio, nuestros ancestros al sur del Duero aún seguían empleando en sus intercambios comerciales piezas de metal amonedado de épocas anteriores como las de los romanos, los sólidos suevos, las silicuas bajoimperiales y los tremises visigodos. Y es precisamente en las citadas emisiones del período visigótico donde se localizan las primeras acuñaciones realizada en Salamanca.

Está demostrada la existencia de una ceca [fábrica de moneda] visigoda activa y estable en Salamanca

Seis siglos antes de que el cantero anónimo tallase a los maestros monederos del claustro de la catedral vieja, está demostrada la existencia de una ceca [fábrica de moneda] visigoda activa y estable en Salamanca. La “Historia de Salamanca” coordinada por el catedrático de Historia Medieval José Luis Martín señaló que este taller funcionó, según los datos disponibles, al menos desde el reinado de Recaredo (586-602). La monedas salmantinas acuñadas en esta época mostraban la leyenda “Reccaredus Re(x)” en el anverso y “Salamantec I(ustus)” en el reverso.

En una época en la que la moneda de oro era el patrón de valor, herencia de la dominación romana, los visigodos incorporaron unas monedas áureas que se acuñaron profusamente con el valor de un tercio de “sólido”, razón por las que fueron denominadas ‘tremises’ o ‘trientes”, ente otros sinónimos. Salamanca fue uno de los 25 lugares designados, a lo largo y ancho de la península, por Recaredo para acuñar moneda, lo que reflejaría, según el historiador, la creciente importancia de Salamanca como centro administrativo y religioso, unido al hecho de que era cruce de caminos y también frontera.

Los sucesores del monarca en el siglo VII prosiguieron la actividad: Witerico (603-610) Suintila (621-631), Ervigio (680-687) y Egica Witiza (698-700), aunque la calidad de las monedas fue progresivamente decayendo. Durante la dominación visigoda, se han localizado hasta un centenar de cecas que emitieron moneda en Hispania, según reflejaron los historiadores Jesús Vico, María Cruz Cores y Gonzalo Cores en su obra “Corpus Nummorum Visigothorum” (1966). Pero de la moneda de los visigodos, escasa en número y de mala calidad, apenas quedan ejemplos, y todos ellos se encuentran en colecciones privadas.

La moneda cristiana

La historia de la acuñación de moneda en los reinos cristianos se origina en el siglo XI, con la conquista de Alfonso VI en Toledo en el año 1085. Antes, las emisiones musulmanas habían garantizado la circulación del oro por toda la península, ya que, a pesar de los focos bélicos, las relaciones entre cristianos y musulmanes se caracterizaban por una notable permeabilidad.

Las monedas fluían de norte a sur y solo en algunos momentos de conflicto se interrumpía esta circulación. Precisamente fueron estas situaciones las que determinaron a algunos reyes cristianos a acuñar monedas de oro. Así surgieron los maravedises castellanos, leoneses y portugueses de los siglos XI y XII, con los que se inicia la fabricación sistemática de moneda en los territorios cristianos.

Tras la reconquista, Salamanca se revitalizó ya en los albores del siglo XII con la repoblación impulsada por el rey Alfonso VI de León y su yerno Raimundo de Borgoña. El soberano otorgó el Fuero, hizo reconstruir la muralla y se formaron los primeros gremios de trabajadores. La restauración de la Diócesis en la persona del monje cluniacense Jerónimo de Perigueaux en 1102 terminó de conformar los cimientos de la nueva ciudad de Salamanca en torno a la catedral que se construiría muy pronto.

Fue el rey Alfonso VII de León (1126-1157), hijo de la reina Urraca I y del conde Raimundo de Borgoña, quien concedió a Salamanca el privilegio de acuñación de moneda regia. Así lo sostienen los investigadores Manuel Romero y Manuel Mozo en su exhaustivo trabajo “La moneda Real en Salamanca y Ciudad Rodrigo en la Edad Media (Siglos VIII-XIII)”, basándose en evidencias numismáticas y pruebas documentales. Son estos documentos los que vinculan la “Sancte Marie civitatis salamantine” con la “monete urbis Salamantine”, lo que apunta, según estos investigadores, a que la catedral vieja pudo habilitar alguna estancia para la fabricación de moneda.

Todos los investigadores inciden en las dificultades existentes para atribuir y documentar la moneda que se conserva de esta época. En este sentido, Mozo y Romero analizan las marcaciones de la moneda de Alfonso VII y, junto con la L que identificaría a León y la O de Oviedo, atribuyen las que contienen una letra S a la ceca de Salamanca.

Si el símbolo religioso de la cruz es el elegido para el anverso de estas acuñaciones, la efigie del monarca, con y sin barba, aparecen ya en el reverso, con diferentes variantes en cada emisión. La presencia de la marca S en otras monedas de este reinado también apuntan a su origen salmantino, según los mismos investigadores. De esta época es, precisamente, el pergamino fechado el 13 de abril de 1126 en el que Alfonso VII confirma a favor del obispo Munio las donaciones hechas por su padre y su abuelo Alfonso VI a la sede salmantina, entre las que se encontraba la moneda. Pero no menciona expresamente que se trate de la moneda real entonces al uso.

En un pergamino fechado el 13 de abril de 1126, Alfonso VII confirmaba a favor del obispo Munio las donaciones hechas por su padre y su abuelo Alfonso VI a la sede salmantina, entre las que se encontraba la moneda

Este Privilegio se conserva en el Archivo Diocesano de Salamanca. Y otro documento posterior de 1137 recoge la donación a perpetuidad del mismo rey y su esposa Berenguela en favor de la iglesia de Santa María de Salamanca de la tercera parte que se acuñase en la ciudad.

Toledo, León y Santiago de Compostela fueron en esta primera época los principales lugares de acuñación de los reinos cristianos. También en estos años se fabricó moneda en Ávila, Segovia, Burgos, Zamora, Salamanca y tal vez Oviedo. Todos estos núcleos se beneficiaron de apoyo real que impulsó su desarrollo y reforzó su poder económico.

La acuñación de moneda en Salamanca recibió un notable impulso con Fernando II, quien reforzó su compromiso con la ciudad otorgando a la ceca salmantina en 1167 y 1186 dos nuevas confirmaciones de privilegios sobre los beneficios derivados de la fabricación de moneda. En la segunda, en nombre del rey Fernando y de su hijo Alfonso, se concedía al abad salmantino don Vidal también la tercera parte de los beneficios de la acuñación regia, pero citando específicamente a las monedas de oro y plata, término medieval que incluía las piezas de vellón. El privilegio supuso el inicio de la acuñación de maravedíes de oro en Salamanca.

Bajo el reinado de Fernando II se habían producido nuevas acuñaciones de fecha indeterminada cuya marca S apuntaría también a Salamanca. Este rey de León introdujo en las monedas, además de su propia imagen, la de lugares de sus dominios que ayudaron desde entonces la identificar la ceca de fabricación.

Por un lado, la religión con la cruz cristiana y la leyenda “Fernandux Rex”; `por el otro, los dominios reales. Aparecieron así los leones heráldicos, el camino de Santiago y también un puente de siete arcadas, con una representación muy similar a la del primer sello conservado con las armas de la ciudad de Salamanca. La imagen es concluyente: la ceca de Salamanca era el origen de estas monedas de Fernando II. Nacían los que después serían llamados “dineros salamanqueses”.

Otras monedas posteriores ya recogen la marca E que, según Mozo y Romero, correspondería a la denominación “Extema Durii” de la reconquista cristiana, en referencia a los territorios de frontera con el territorio musulmán y que se han identificado con Salamanca para la Extremadura leonesa y con Segovia para la zona castellana. A esta misma hipótesis apunta el experto en moneda medieval Antonio Roma, que relaciona la E con “Elmántica”.

La Casa de la Moneda

No queda rastro del lugar donde se llevaba a cabo la acuñación de moneda en Salamanca, pero está documentada la existencia durante el primer cuarto del siglo XIII, aproximadamente entre 1228 y 1250, de una ‘Calle de la Moneda”. Estaba situaba dentro del recinto amurallado de la ciudad a 200 metros al oeste de la Catedral Vieja, en las inmediaciones de la judería y próxima a la iglesia de San Pedro. Esta referencia lleva a pensar que esa ceca de Salamanca se encontraba por la actual calle Balmes, cerca de los actuales yacimientos del Botánico.

Existe asimismo un documento datado en 1164 y conservado en el Archivo de la Catedral en el que se menciona a un “don Lupe el monedero” y a dos hacedores de oro foráneos mencionados como “don Paian” y “don Wilelmus”. Otros documentos posteriores han permitido conocer nombres de monederos salmantinos como don Julián (1182), Iohannes (1222 y 1229), Domingo Iohanes, que podría ser hijo del anterior (las mismas fechas), Petro Pérez (1222) y don Nuno (1236 y 1237).

En el inicio de su reinado, Alfonso IX mantuvo en Salamanca la labra de monedas de oro y continuó la política monetaria de su padre. Pero pronto las quejas por la mala calidad de la moneda circulante, que no se correpondía con el valor de los bienes, le llevaron a aplicar una reforma en la política monetaria.

Está documentada la existencia durante el primer cuarto del siglo XIII, aproximadamente entre 1228 y 1250, de una ‘Calle de la Moneda”

Entre otros acuerdos, las Cortes de 1202 acordaron en Benavente acabar con los privilegios a las diócesis y otorgar a la moneda la función de compromiso ente la monarquía y el pueblo para recaudar impuestos y regular la Hacienda. Posteriormente dejaría de acuñarse el maravedí del puente y aparecería una nueva moneda, la dobla, nombre castellano del dinar almohade y nazarí, que se convertiría con Alfonso X en la moneda de oro de la Castilla unida a León.

Salvo las contadas muestras expuestas en el Museo Arqueológico Nacional, son escasas la unidades de moneda medieval que han llegado hasta nuestros días, en su mayoría en posesión de colecciones privadas que se dan a conocer ocasionalmente en subastas. “La moneda medieval tiene graves problemas de conservación”, afirma Miguel García-Figuerola, director del Museo del Comercio de Salamanca y autor de varios estudios sobre moneda antigua. “Mientras que las romanas, de mayor calidad, han dejado más hallazgos y han sido objeto de muchos más estudios, la medieval estaba muy mal acuñada, los metales eran deficientes y resulta más difícil leer sus inscripciones”.

De la segunda parte del reinado de Alfonso IX han llegado hasta nuestros días monedas con la marca R que, según Mozo y Romero, habrían sido acuñadas en Ciudad Rodrigo (“Civitatem Roderici”). Documentación de la época certifica que hacia 1210 el monarca leonés otorgó al obispo don Martín y a la catedral la tercera parte de la moneda que allí se produjese, así como un tercio del portazgo sobre la población para financiar la construcción de la seo.

Desde 1230, con la unificación de las coronas de León y Castilla, el rey Fernando III no acuñó moneda con su nombre. Permanecieron así las emisiones de sus predecesores: dineros leoneses y salamanqueses en León, y dineros burgaleses y pepiones en Castilla. Estas denominaciones se extendieron al al reinado de su hijo, el rey Alfonso X el Sabio, quien sí quiso dejar huella en sus monedas.

“Además de su impulso al comercio y la creación de la institución de la Mesta, quizás el logro más importante de Alfonso X fue el de mantener las coronas de León y Castilla unidas. Y en aras de mantener ese equilibro se puede interpretar que sus monedas representasen los castillos y leones que simbolizaban ambos reinos”, apunta a LA GACETA Cruces Blázquez, catedrática de Historia Medieval de la Universidad de Salamanca.

En adelante, Salamanca iría perdiendo protagonismo en la emisión de moneda real y las acuñaciones se limitarían a episodios puntuales, como en la rebelión de Sancho IV hacia 1284 y en raras labras bajo medievales emitidas bajo los reinados de Alfonso de Ávila y de Enrique IV en Ciudad Rodrigo.

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