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Aquel 4 de julio de 1982 el destino se cebó con Candi, le quitó media vida para regalársela a la sociedad. Con apenas 19 años, y domicilio en la pequeña localidad de Ituero de Azaba, Cándido García sufría un brutal accidente de tráfico del que salía con una tetraplejia que ponía en vilo su vida.
Después de comer en Ciudad Rodrigo, junto a su novia en aquel momento y una amiga de ésta, decidieron que era buen momento para venir a tomar un café a Salamanca. Tomaron la peor decisión de sus vidas. Ninguno tenía carnet de conducir y por supuesto nadie tenía coche. La amiga de su novia entendió que ella se podía hacer con las llaves de un Renault 12 ranchera propiedad de un familiar, así que emprendieron viaje a la capital. Acordaron que a la ida conduciría Candi y a la vuelta su novia —ambos se encontraban en clases para obtener el permiso—. Tras tomar ese café en Salamanca regresaron a Salamanca por la Nacional-620, la carretera de la muerte como se la conocía en la época. Pasada La Rad, en plena recta, la conductora se percató que venía un vehículo de frente pero pensó que podía realizar un adelantamiento con tan mala suerte que delante del camión que iba a rebasar había un segundo vehículo. La consecuencia fue una salida de vía, varias vueltas de campana y la desgracia para sus familias. Candi acabó con una grave lesión entre las cervicales 6 y 7, su novia aún peor y tan solo la amiga que iba en la parte trasera del R12 acabó mejor parada. El día 7 de julio, Cándido, tras pasar por el Hospital de Salamanca, era trasladado al Hospital de Parapléjicos de Toledo. «Hasta los seis meses de estar allí no fui muy consciente de que la situación era tan grave. Yo no me veía tan mal, pero sí que veía que todas las personas que se iban lo hacían en silla de ruedas. Trabajé mucho para mejorar pero al año y medio de estar allí me dieron el alta hospitalaria», explica Cándido.
En las fechas previas a la salida del hospital había que tomar una decisión capital ¿Dónde reharía su vida Cándido? Por consenso con el equipo médico descartaron Ciudad Rodrigo e Ituero de Azaba, y sobre la mesa dos opciones: Toledo o Salamanca. La ciudad imperial se cayó de la lista por las complicaciones orográficas de la ciudad para un gran dependiente y ya solo quedaba Salamanca.
Cándido, que hasta entonces cursaba FP en Ciudad Rodrigo, vio como le convalidaban sus estudios para hacer Bachillerato y gracias a su esfuerzo y dedicación consiguió acceder a la carrera de Derecho en la Universidad de Salamanca. Durante todos estos años, como gran dependiente que es, necesitó mucha ayuda. Encontró el amor, se casó, formó una familia y comenzó a impartir su gran lección de vida.
Tras acabar los estudios universitarios se afanó en sacar adelante las oposición de Inspector de Hacienda. No fue posible y se colegió como abogado no ejerciente. Colabora con varios despachos y forma parte de AESLEME, una ONG que desde 1990 trabaja por la seguridad vial y la atención a las víctimas de tráfico. En 1996, con la entrada en vigor del carnet por puntos, Cándido empezó a dar charlas de sensibilización, a ofrecer una formación necesaria e inexistente con la que quiere que nadie tenga que pasar por el calvario que ha sufrido en sus carnes. Pese a ello, entiende que es necesaria una mayor sensibilización: «A nivel social se puede decir que sí estamos más concienciados, pero a nivel individual queda un largo trecho. Están bien los cursos de recuperación de puntos, pero hay que dar esa formación antes de que se cometan las infracciones. La educación vial en los colegios es fundamental», relata. Cándido García imparte esta parte de la formación en los centros que la autoescuela El Pilar tiene en Salamanca y Béjar, y además acude periódicamente a ofrecer su ayuda a las cárceles de Topas y Dueñas (Palencia): «En los centros penitenciarios si entras por una retirada del permiso de circulación estás en un módulo más o menos bien, pero si se te complica la cosa puedes acabar en otro más duro y esa puede ser la perdición de tu vida».
Las palabras de Cándido han calado ya en cientos de salmantinos, aunque no todos las asumen por igual: «Puedo contar muchas anécdotas, pero es grave que en algunos cursos me llamen exagerado por contar mi historia. Por dentro pienso que ojalá nunca tengan que pasar por lo que yo he vivido», señala contrariado.
Cándido García seguirá impartiendo lecciones de sensibilización con un corazón aún más grande que su dependencia. Su tesón no tiene límites y allá donde requieran su testimonio estará para seguir regalando vida.
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