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En plena Plaza de España, se encuentra un pequeño quiosco portátil que resiste al paso del tiempo. Detrás del mostrador se encuentra Celso Leonardo Vásquez, un hondureño afincado en España desde el año 2007. Casi una década después, en el 2018, cogió el traspaso de este negocio.
El profesional no descansa un solo día al año y cada día madruga para llevar el periódico a domicilio a clientes y negocios de la ciudad.
Aunque el quiosquero no viene de una familia directamente ligada al gremio, siempre ha estado vinculado al comercio. En Honduras, su país natal, fue vendedor de calle, vendió productos para empresas particulares e incluso llegó a dirigir tiendas denominadas como «pulperías» -lo que en España se denomina popularmente ultramarinos-. También llegó a trabajar en el sector de la comunicación.
Su llegada a este país estuvo motivada por la inseguridad que se vivía en el suyo. «Vine vendedor a España, no me hice vendedor aquí. Siempre me ha gustado mucho tratar con la gente y no he tenido ningún tipo de inconveniente», explica. El hondureño asumió esta inversión tras analizar bien las condiciones. «Se trataba de una inversión baja y me permitía trabajar solo», reconoce.
El gran punto fuerte de su negocio es el modelo que ha asumido durante los últimos años. Todos los días del año lleva el periódico él mismo a bares y domicilios de clientes. Su quiosco también se ha convertido en punto de entrega y recogida de una empresa de paquetería y ofrece a sus clientes el servicio de recargas telefónicas. Junto a ello, vende prensa y revistas, tabaco, golosinas y bebidas frías, entre otros productos.
El día de Vásquez comienza antes de las 7:00. Hace su reparto y, posteriormente abre el quiosco. Trabaja los 365 días del año, salvo cuando tiene algún problema de salud: «Siempre estoy disponible para el cliente, salvo que enferme», comenta. Confiesa también que sus clientes más fieles suelen ser personas mayores y de mediana edad.
Después de años al frente del negocio y, teniendo en cuenta su experiencia personal, lamenta la rigidez de las leyes europeas, que prohiben vender ciertos productos desde un quiosco portátil, y del precio de los locales de cara a los futuros inversores. «Las inmobiliarias no se adaptan al sistema y deberían ajustarse a la nueva realidad del comercio, tendrían que bajarlos mucho de precio. Al final estamos desapareciendo todos», dice.
Actualmente, el hondureño tiene 57 años y tiene licencia hasta el año 2038. Se jubilará antes de que llegue ese momento, pero reconoce que es feliz con su negocio mientras «pueda existir y vivir de esto», afirma. Durante la pandemia no cerró su quiosco y agradeció encarecidamente trabajar en esos momentos más duros. «Fui de los pocos que no estuvo confinado», recuerda.
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