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Nelmari Duque Escobar en el bar La Tertulia Venezolana LA GACETA

«Este premio también es nuestro»

La emoción y la cautela de los venezolanos en Salamanca tras el Nobel de la Paz a María Corina Machado

M.B.

Viernes, 10 de octubre 2025, 18:30

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La comunidad venezolana residente en Salamanca recibió con emoción el anuncio de que María Corina Machado ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz 2025. Muchos ven este reconocimiento como un impulso simbólico a la lucha por la libertad en Venezuela, aunque persiste el escepticismo sobre un cambio político inmediato.

En un Gastro-Bar Venezolano de la avenida Portugal en Salamanca, Mari —como prefiere que la llamen— sonríe mientras habla de su país. Se llama Nelmari Duque Escobar, tiene 29 años y llegó desde Barinas (Venezuela) hace cuatro años, justo en plena pandemia. «Vine por mi pareja —recuerda—, él había salido un día antes de que declararan la pandemia mundial, y ya no pudo volver». Desde entonces, la vida los ha mantenido en esta ciudad universitaria, lejos de su tierra, pero sin perder la esperanza.

Mari forma parte de los más de ocho millones de venezolanos que viven fuera del país, y aunque ya es medio salmantina, en su pensamiento sigue habitando Venezuela. Habla con nostalgia, pero con la certeza de quien ha vivido de cerca las dificultades: «Allá trabajaba, pero el salario no alcanzaba ni para quince días. Aun trabajando, era imposible sostenerse».

Cuando se le pregunta por la concesión del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, su rostro se ilumina. «Estoy muy feliz —dice—. Ella se lo merece. Ha luchado tanto por Venezuela, por nuestra libertad y por la paz que no nos han dejado tener. Ha pasado por todo, y este reconocimiento también es para el pueblo venezolano».

Mari no lo dice con consignas, sino con emoción contenida. «De todos los políticos de Venezuela, ella me parece la más razonable. Mi familia siempre la ha apoyado. Desde pequeña escuchaba en casa hablar bien de María Corina. No es de derechas ni de izquierdas, es simplemente una buena política».

El comunicado de Machado, difundido poco después del anuncio del Nobel, parece darle la razón: «Este premio lo recibo en nombre del pueblo de Venezuela… porque sin libertad no puede haber paz». Pero cuando se le pregunta si cree que este reconocimiento cambiará algo en su país, Mari baja la mirada: «No. Ojalá, pero no. El cambio no depende de un premio. Hace falta un cambio político y también un cambio mental del pueblo. Tenemos que aprender a valorar nuestro país, nuestras raíces, todo lo que dejamos atrás».

Habla con la calma de quien ha aceptado la distancia, pero también con una nostalgia que se cuela entre las frases. «Extraño a mi familia, mi tierra… Si pudiera volver, lo haría. Pero tendría que haber un cambio, un cambio de régimen y de mentalidad. A veces tenemos lo que nos merecemos, por creer en falsos liberadores que solo nos trajeron miseria».

Mari es consciente del precio de hablar. «Si esta entrevista llega allá, puedo tener problemas. En Venezuela, opinar libremente todavía puede ser peligroso», confiesa. Luego guarda silencio, como si pesara cada palabra.

Aun así, su esperanza no se ha roto. «Yo siempre digo que el tiempo de Dios es perfecto. Ya veremos cuándo sucederá el cambio».

En Salamanca, donde muchos venezolanos han rehecho sus vidas, el Nobel de la Paz a María Corina Machado se vive como un aliento, un símbolo de reconocimiento internacional a una lucha que parece interminable. Mari lo resume con una frase sencilla, que encierra la fuerza de toda una diáspora: «Este premio también es nuestro. De todos los que tuvimos que irnos para seguir soñando con una Venezuela en Paz».

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