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Silvio José Báez, ante la imagen de la Virgen del Carmen en la iglesia de la calle Zamora. ALMEIDA
«El papa Francisco me suplicó que dejara Nicaragua tras recibir amenazas de muerte»

«El papa Francisco me suplicó que dejara Nicaragua tras recibir amenazas de muerte»

El obispo auxiliar de Managua en Salamanca, que presidirá la novena del Carmen del Carmelo Descalzo en la capital, relata su exilio y la deriva de la dictadura de Ortega contra la Iglesia

Ángel Benito

Salamanca

Martes, 9 de julio 2024, 06:45

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Silvio José Báez no tiene ninguna partida de nacimiento que acredite que nació en Manaya (Nicaragua). La dictadura del régimen de Daniel Ortega quemó su partida de nacimiento cuando tuvo que exiliarse de su país natal atendiendo la súplica del papa Francisco: «No quiero más obispos mártires», le indicó el papa.

¿Qué le trae hasta Salamanca?

—Soy carmelita y obispo auxiliar de Managua desde 2009 y he venido a Salamanca invitado por mis hermanos frailes carmelitas para predicar la novena del Carmen. He aceptado gustoso porque son mis hermanos, y segundo porque me encanta Salamanca. Adoro la ciudad porque ya había estado antes. Ya he tenido la oportunidad en estos días de disfrutar de la ciudad. Había estado antes en un curso en la Universidad sobre las Sagradas Escrituras y mi tesis sobre el silencio en los libros hebreos del Antiguo Testamento.

De forma paradójica, el silencio nunca ha caracterizado a su ministerio pastoral en Nicaragua.

—Yo fui nombrado obispo auxiliar de Managua por Benedicto XVI en 2009 cuando yo era profesor de Sagradas Escrituras en Roma. Y tuve que volver a mi tierra después de 30 años de vivir fuera. Me encuentro una Nicaragua que me sorprendió porque creí que algunas problemáticas sociales y un modo de hacer política tan poco democrático se habían desterrado para siempre. Mi sorpresa fue que al llegar la situación era todo lo contrario. Me encontré con un país en donde había un gobierno que progresivamente se volvía más autoritario, irrespetuoso con los derechos humanos con profundos actos de corrupción, una desigualdad económica y, sobre todo, me impactó que utilizaba la religión y se presentaba como un gobierno cristiano. Utilizaban la religión como sustento de sus políticas populistas y su intento de perpetuarse en el poder. Usaba la religión porque el pueblo de Nicaragua es profundamente religioso y mayoritariamente católico. Me sorprendió ver la manipulación de la fiesta, de los símbolos religiosos y de la fe sencilla del pueblo por su afán de dominar y someter.

Usted expresa su opinión de que la fe no es política nada más llegar.

—Una de las características de mi ministerio fue mostrar la dimensión liberadora de la fe cristiana y educar a la gente en la dimensión política de la fe y ayudar a que creciera en el país la conciencia crítica desde el Evangelio frente a la progresiva destrucción de una fragilísima democracia. Demostrar que la religión en vez de ser sustento ideológico del poder estaba llamada a ser crítica.

Ese mensaje no gustó al gobierno ¿Cuándo llega la primera constancia de que ese mensaje debía neutralizarse?

—Evidentemente. Yo me volví desde el inicio incómodo y una amenaza. A mí no me conocían porque estuve 30 años viviendo fuera de Nicaragua pero poco a poco me fueron conociendo y me fui volviendo un estorbo, un obstáculo. Empezaron los ataques y las acciones contra mí que fueron creciendo.

Cuando habla de ataques, qué tipo de amenazas llegó a recibir

—Primero fueron a nivel verbal, pero en el año 2018 las cosas se volvieron más complicadas. Hubo un levantamiento popular pacífico del pueblo que salió a las calles. El gobierno respondió con la violencia disparando a matar, sobre todo a la juventud y estudiantes. Entre 300 y 500 personas murieron a manos de los francotiradores, paramilitares. Hay hubo crímenes de lesa humanidad con muchas víctimas jóvenes. En ese momento, no solo yo, sino también la Conferencia Episcopal nos pusimos de parte de las víctimas. Primero aceptamos la propuesta de ser mediadores porque el país estaba hundido en la violencia y paralizado totalmente por el dolor de tantos jóvenes asesinados. Los obispos nos pusimos de parte de la gente. Abrimos las iglesias para que se convirtieran literalmente en hospitales, en casas de campaña donde metíamos a los heridos y a los enfermos; protegimos a los estudiantes y a los ciudadanos perseguidos y asesinados. Esto hizo que el gobierno enfilara su odio, sus armas y su persecución. En particular, contra mí empezaron amenazas de muerte directamente desde el gobierno a través de sus operadores políticos. Lo que llevó al papa Francisco preocupado por la integridad física de mi persona me pidiera en el año 2019 que abandonara el país.

¿Cómo fue esa conversación en la que el papa le pide que se exilie? 

—Literalmente me dijo que no quería otro obispo mártir más en Centroamérica .

¿Acepta esa decisión con obediencia o le costó salir del país?

—Salí sufriendo muchísimo. Nunca he entendido que haya que salvar al pastor dejando a las ovejas. Y yo nunca hubiera salido de mi país si no por obediencia al Santo Padre. Obedecí dolorosamente tras un largo diálogo con él. No fue un mandato y una obediencia ciega. Fue dialogada, pero al final obedecí. Yo le hice ver todas las razones por las que convenía que yo me quedara, pero el papa Francisco con mucho cariño, como un hermano mayor al final ya me dijo en lenguaje argentino: «Hacedme caso hijo, yo sé lo que te digo no quiero otro obispo mártir». Agarrándome el brazo con mucho cariño, finalmente obedecí llorando y dejé mi país en el año 2019.

Desde entonces, no ha vuelto.

—Ahora es una dictadura férrea. Lo que comenzó como un gobierno autoritario que se fue cada vez fortaleciendo que ha convertido el país en una cárcel. Tenemos centenares de presos políticos. El 10% de la población está en el exilio, decenas y cientos de sacerdotes exiliados. Y dos obispos más que yo están en el exilio. Uno de ellos estuvo más de un año encarcelado. La persecución a la Iglesia en Nicaragua es un hecho insólito en América Latina. Ha habido confiscación de bienes de la Iglesia, congelación de cuentas de la Conferencia Episcopal, prohibición de fiestas patronales. Es una situación inédita y dolorosísima. Mi corazón está allí.

¿Cómo fue vivir que desde el exilio seguía sufriendo la represión?

—Hace dos años la dictadura de Daniel Ortega nos arrebató la nacionalidad. Nos despojó de ella y nos dejó en condición de apátridas. En mi caso particular quemaron mi partida de nacimiento. No he existido. Sí quisiera aprovechar para decir que agradezco al Gobierno español la generosidad en ofrecernos la nacionalidad española. Acudió casi de inmediato y en estos momentos somos casi 100 nicaragüenses. Como no tengo partida de nacimiento al destruirla, en la Embajada de España en Miami me dijeron que tenía que elegir una ciudad de España donde estar asentado. Yo les respondí que Ávila porque es la ciudad de mi madre. La empleada me preguntó si mi madre era española y yo le respondí que es Santa Teresa de Jesús.

¿Qué le pide el papa en su última reunión de enero?

—En enero tras salir veinte sacerdotes presos políticos y dos obispos, el papa me pidió que fuera. Hablamos sobre esta situación y me ratificó como obispo auxiliar de Managua, aunque esté en el exilio. Eso me liga afectivamente en la oración y en el amor de mi pueblo. Yo tengo mi corazón allí, aunque viva en otro sitio. El pueblo me sigue sintiendo cerca. Estoy acogido por la Conferencia Episcopal de Florida y doy clases de Sagradas Escrituras. Colaboro con el arzobispo de Miami en las confirmaciones en la actividad pastoral y doy clases en la Facultad de Teología en el Seminario de San Vicente de Paúl en Boynton Beach.

¿Cómo ve el futuro de Nicaragua?

—Es una pregunta difícil. En este momento no se ven soluciones a corto y medio plazo. Evidentemente, una dictadura tan inhumana y tan cruel no tiene futuro, pero no sabemos cuándo acabará. El país se está cayendo a pedazos y el pueblo está sufriendo un calvario. Creo que están entrando en la etapa final y el papel de la Iglesia es dar esperanza y acompañar al dolor del pueblo.

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