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Enrique García Sanjosé, junto a su hija, Diana García, en El Barato, ubicado en la calle Zamora. L. G.

Ocho décadas vendiendo ilusión para los más pequeños: «Mi madre hacía la muñeca charra»

Enrique García y Diana García repasan la historia de una de las tiendas más emblemáticas de Salamanca

Elena Martín

Salamanca

Sábado, 16 de noviembre 2024, 06:30

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Lucen en las baldas de una estantería, en distintas camas o en las cunas de los que todavía no se pueden despegar de su chupete. A veces se olvidan en las partes traseras de los coches, algunos no pueden separarse de ellos para ir a la guardería y otros muchos cuentan los minutos para llegar a sus habitaciones para poder pasar un buen rato junto a ellos. Para los favoritos de la casa, nada se compara con esos momentos cargados de magia que comparten con sus juguetes favoritos. Algunos son heredados y otros se han ido sumando al 'equipo' a base de cumpleaños y días tan especiales como el de Reyes, pero todos resultan ser el vivo reflejo del paso del tiempo, llegando a saltar de generación en generación.

Y es que esa alegría tan contagiosa es la que lleva regalando la juguetería más emblemática de Salamanca años y años sin parar: El Barato. En las más de ocho décadas que lleva con sus puertas abiertas, ha sabido ganarse la confianza de las familias, no solo de la provincia, sino de distintos puntos de la geografía española. También ha conseguido sobrevivir a la fuerte irrupción de la compraventa a través de internet.

La exclusividad que, durante tanto tiempo, ha ido de la mano de todos sus propietarios radica en los años 40, cuando Bernardo García Vázquez y su mujer fundaron el negocio. Y, con ese orgullo, la hija de Enrique García Sanjosé, a su vez hijo de los primeros dueños, cada mañana, a las 10:00, sube la trapa del negocio mirando hacia el pasado, cuando no existían tiendas especializadas cuyo exclusivo negocio de venta fueran los juguetes. En ese momento, se ponía el broche final a la Guerra Civil y comenzaba la historia de un negocio familiar que se ha convertido en toda una fábrica de sueños a base de cariño y dedicación.

Bernardo García Vázquez y su mujer, fundadores de El Barato.

«Todo empezó cuando mis padres vinieron de Zamora. Al principio, en la juguetería, no se vendían otras cosas que no fuesen caramelos y baratijas», asegura Enrique, mostrándose visiblemente emocionado con LA GACETA por la evolución que ha ido experimentando El Barato y lamentando, a su vez, que el comercio esté cada vez más difícil por la inclusión de las nuevas tecnologías. «Teniendo en cuenta que ha irrumpido muy fuerte la compraventa de servicios y productos a través de internet, el comercio cada vez está más difícil. Ahora están mis hijos porque yo ya estoy jubilado y veo muy mal el panorama porque hay muchos impuestos y no se puede. No se puede sacar ni para vivir casi», explica.

Imagen del local en el que se encontraba El Barato en los años 60, cuando se vendían baratijas y caramelos.
Interior del establecimiento ubicado en la Avenida de Mirat.

¿Cómo empezó todo?

Desde que, en los años 40, Bernardo García Vázquez se trasladase junto a su mujer a la capital del Tormes para regentar una camisería en la calle Viriato y un bar, que logró sobrevivir hasta el año 1942, El Barato ha cambiado varias veces de localización, estando su origen en el número 9 de la calle San Pablo. En un pequeño local de apenas 10 metros cuadrados de superficie, próximo a otro bazar, una armería y una relojería que regentaba el padre del pintor Zacarías González, Bernardo comenzó a vender caramelos, almendras, pastillas de leche de burra o regalices de palo, entre otros productos, los cuales estaban agrupados en tres perfiles: las baratijas, el juguete ordinario y la juguetería fina.

Aquella tienda que tenía canicas, cromos, pulseras, anillos, gafas de cartón, cigarrillos de anís, la cerámica de Manises o globos, terminó trasladándose a una de las arterias comerciales que existen en la ciudad en la actualidad: la Rúa Mayor. Allí, en un local 'presidido' por un letrero en forma de muñeca charra que llamaba la atención a todo aquel que transitaba por la zona, comenzaron a exponerse los trajes populares salmantinos o los mandiles de abalorios y lentejuelas con las que entonces se ataviaban las muñecas.

Imagen de El Barato cuando estaba en la Rúa Mayor.

La Avenida de Mirat, la calle San Pablo, la Rúa, la calle Toro y la calle Zamora, donde sigue 'intacta' la tienda de tantas y tantas generaciones, han sido también el hogar de este negocio histórico de la ciudad.

Los juguetes que han hecho historia en sus ocho décadas de vida

«La juguetería ha evolucionado mucho. Antes, los niños jugaban. Ahora, pese a que todavía se siguen comprando muñecas como la Nancy o el mítico Playmobil, ya tienen otros juguetes muy distintos al clavo, a la peonza, a las bolas y a las combas». Con estas palabras, Diana García expresa cómo con el paso de los años, junto al negocio, ha ido evolucionando la forma de divertirse de los más pequeños. Y es que, a lo largo de todo este tiempo, salmantinos y turistas han ido adquiriendo distintos juguetes entre los que, para Enrique García Sanjosé, uno de los más especiales siempre será la muñeca charra. «Qué recuerdos… La muñeca charra la hacía mi madre. Fue de las primeras que salieron. Junto a ella, también se llevaban mucho los cofrades, que antes eran muñecas de celuloide y de plástico duro», rememora el hijo del fundador de El Barato. Destaca también que también han evolucionado los clientes: «Después de tantos años que llevamos abiertos, tenemos clientela fija. A la gente le sigue gustando que le aconsejen y que le expliquen cómo van los juguetes. Siempre hay gente que exige más, pero tú siempre le terminas complaciendo».

Imagen de la muñeca charra vendida en El Barato.

Un portero para 'regular' el tráfico de clientes

Una de las cosas que más llaman la atención de la larga historia de este negocio es, sin duda, que, en fechas tan claves como las navideñas, alguna vez han llegado a contratar a una persona para que regule el tráfico de clientes en la juguetería. «Cuando llegaban estas fechas, era tal la locura que no podíamos dejar entrar a toda la gente porque despachar resultaba era imposible. Nuestros clientes solían entrar de 10 en 10», asegura Enrique, que muestra su satisfacción por el reconocimiento que, recientemente, su negocio ha recibido por parte del Ayuntamiento de Salamanca por ser una de las tiendas más míticas de la capital: «Estos reconocimientos hacen que los negocios sigan durante años. La gente sigue comprando en el pequeño comercio porque el trato que se proporciona en él es más familiar».

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