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Talento precoz en el circuito catalán de pop rock y forjado en las covers de YouTube, la carrera de Nil Moliner (Barcelona, 1992) avanza alegre y sonriente «como el aire, que va a toda velocidad». Su mensaje optimista y multicultural ha ido ganando seguidores a través de su primer EP en 2017 y sus tres discos: Bailando en la batalla (2020), Un secreto al que gritar (2021) y Lugar Paraíso (2023). Canciones festivas como Mi religión, más íntimas como Soldadito de hierro, y sobre todo el himno Libertad, pondrán a bailar esta noche en la plaza de la Concordia… mirando de reojo al cielo.
En su última visita a Salamanca, aún estábamos con el temor al covid. ¿Qué recuerda de aquel concierto en 2021?
—Vinimos en acústico, y fue en un auditorio [el CAEM]. La gente estaba muy animada y después pudimos dar una vuelta por Salamanca tranquilos y respirar la energía de la ciudad. Creo que eso pocas veces se puede hacer, y lo recordamos con mucho cariño. Tenemos muchísimas ganas de poder repetirlo, pero con toda la banda y a lo grande, ¿no?
Y esta vez al aire libre. Aunque no sé si sabe que aquí ha estado lloviendo toda la Semana Santa. Pero parece que lo vamos a solucionar para esta tarde.
—Yo soy de esas personas que mira todo el rato el tiempo que va a hacer. Obviamente lo he mirado para Salamanca y he visto que sobre las 6 o así paraba, así que esperemos que haya suerte…
¿Qué vamos a ver este martes en su concierto de la plaza de la Concordia?
—Yo siempre intento que mis conciertos sean una montaña rusa de emociones, que la gente salga de ellos un poco más feliz de lo que vino, y sobre todo que sea un espacio para emocionarse, para llorar, para recordar, para bailar y pasarlo bien. Es como un viaje.
Como artista que empezó desde bien abajo, se saborea el éxito de una forma especial, ¿no?
—Bueno, claro. Al final, ¿qué es el éxito? Yo intento saborear muchísimo los momentos cuando podemos salir de gira, cuando podemos tocar y hacerlo con el equipo y la banda, que para mí es esencial. Soy feliz con lo que he podido aprender en estos años, trabajando con gente a la que quiero, a la que puedo llamar familia. El éxito personal para mí es ver que ese público maravilloso va creciendo cada vez más.
Antes, ese éxito se medía en ventas y en discos de oro. Hoy, en cambio, lo que celebran ustedes los artistas es poder seguir actuando y contar con un público fiel. ¿Lo ve así?
—Exacto. De hecho, el otro día unos amigos me hicieron un juego y me preguntaban cuántas escuchas tienen algunas de mis canciones. Realmente no lo sabía. Y no es que me hiciera el tonto ni nada de eso. Puedo intuir por dónde van los números, pero no estoy cada día mirándolos. Eso lo hace quien tenga que mirarlo en la oficina. Yo me dedico a hacer canciones y me siento afortunado y privilegiado de poder dedicarme a ello.
¿De dónde saca Nil Moliner ese combustible para componer y para cantar con ese buen rollo que transmite?
—No lo sé. Yo siempre digo que no tengo el objetivo de escribir canciones de buen rollo. Escribo sobre cosas que me salen del corazón y situaciones que vivo. Sí que es verdad que, al final, soy un tipo bastante optimista. Supongo que las letras pasan un filtro, pero igual que tengo canciones que pueden transmitir ese optimismo, también hay otras que son desgarradoras. Y eso, al final, es la vida. Es lo que me va pasando y lo voy escribiendo.
¿Qué importancia le da a la relación con sus seguidores, ahora que pueden sentirlos más cerca a través de las redes? ¿Qué le aportan?
—Yo empecé colgando versiones en YouTube hace muchos años, y el contacto era directo con la gente que me seguía en ese momento. Les decía: «¿Qué canción queréis que suba?» Para mí es algo esencial. Siempre digo que me gustaría muchísimo hacer una cena de Navidad con toda la gente que me sigue. Y siempre hago la broma: qué pedazo de catering sería, ¿no? Siempre hago acciones para poder estar más cerca de mis fans, y sentirlos es algo increíble.
Muchos le conocimos en 2018 por su aparición como compositor en la fase final del primer Operación Triunfo reciente, el de Amaia y Aitana. ¿Qué supuso para usted aquella experiencia tan mediática? ¿Cómo la recuerda?
—Fue muy bonito. La visibilidad que dio el programa a los compositores que, en ese momento, igual se dedicaban más a escribir para otros, fue algo increíble. Lo recuerdo con mucho cariño.
Vayamos al presente, a la gira de Lugar Paraíso (2023), un disco en el que exploró nuevos estilos como los ritmos latinos o el afrobeat. ¿Qué le llevó a esa exploración musical?
—Lugar Paraíso es un disco que escribí de gira, en la carretera, y creo que eso se nota. Porque hay muchos sonidos, tanto de Latinoamérica como de aquí. Al final es un disco que me ha permitido plasmar esa sensación que se tiene muchas veces estando en hoteles solo, o acompañado por tu banda, en plena gira, lejos de casa. Es un disco que se escribió en la furgoneta, en los aviones, en los hoteles… y eso se nota. Pero también estoy muy feliz por todo lo nuevo que está a punto de llegar, que ya estamos sacando en pequeñas píldoras en las redes.
¿Tiene previsto seguir explorando nuevos estilos? ¿O tiene alguna línea roja del tipo “ese tipo de música no lo haré nunca”?
—No, yo creo que nunca me voy a poner límites. Para mí la música es un juego, es sentirme libre a la hora de crear. Ponerme muros a mí mismo frente a uno u otro género musical sería absurdo, ¿no? Siempre voy a estar abierto a cualquier estilo, porque me gusta jugar: en la producción, en los ritmos, en las melodías. Solo puedo decir que el mundo es el nexo, esa cosa que hay entre una canción y una emoción, ese viaje, esa conexión. Mi línea será hacer ritmos que me llenen, que me emocionen. Ya se irá desvelando, pero siempre va a estar mi marca, que al final es pasármelo bien y hacer lo que me da la gana.
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