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Una imagen habitual de los años 60: la Plaza Mayor convertida en aparcamiento público. FOTOS: GUZMÁN GOMBAU / ARCHIVO
Las mil caras del cuarto de estar
'MEMORIAS EN BLANCO Y NEGRO'

Las mil caras del cuarto de estar

El monumento salmantino más fotografiado y lugar natural de encuentro para locales y visitantes narra su evolución a través de las miles de imágenes que ha protagonizado desde que Charles Clifford la registró en 1853

Roberto Zamarbide

Salamanca

Domingo, 20 de abril 2025, 07:00

Recinto de conciertos, aparcamiento, plaza de toros. Lugar de celebraciones, manifestaciones y procesiones. Tablero de ajedrez, cancha de baloncesto, pista de circo, feria del libro, plató de cine y de televisión. Y siempre, lugar de encuentro de salmantinos y turistas. La Plaza Mayor de Salamanca, monumento vivo, es tal vez el espacio público más fotografiado de la ciudad. Allí late la vida con las idas y venidas de los ciudadanos, y los recuerdos gráficos que conservamos de ella reflejan la evolución de un espacio desde el abigarramiento de elementos hacia la simplicidad y la apertura. La Plaza de hoy no necesita nada para atraernos: apenas sus farolas, sus bancos y 360 grados de arquitectura maravillosa alrededor.

El ágora salmantina lució esta iluminación de gala con motivo de las Ferias de 1920.

Los más ilustres fotógrafos salmantinos, junto a numerosos foráneos que llegaron atraídos por su belleza, han inmortalizado los cambios de la Plaza desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy. A partir de la primera imagen del Pabellón Real tomada por Charles Clifford en 1853, fueron muchos los fotógrafos venidos de fuera que retrataron los primeros cambios en el cuadrilátero hasta la llegada de Venancio Gombau, primer profesional asentado en Salamanca. Sus fotos, a partir de la última década del siglo XIX, darán desde entonces continuo testimonio de cómo el progreso llegado de Europa va cambiando la cara al cuarto de estar de los salmantinos.

Arando en la Plaza durante las obras de 1954.

Tras los jardines, la fuente, las acacias, los primeros faroles de petróleo —a los que sucederían los puntos de luz eléctrica— y los cuatro modernos urinarios, la Plaza recibió al siglo XX convertida en un vergel alrededor de un templete central. Construido en 1893 por la empresa de Anselmo Pérez Moneo, la vistosa estructura acogía a los músicos de la orquesta durante los bailes festivos. De 1898 a 1906 fue trasladado a La Alamedilla, y en 1901 ocupó temporalmente su lugar otro templete portátil, hecho de madera, que costó 800 pesetas y al que los paisanos se referían como «el patíbulo».

En varias ocasiones, como en 1968, acogió un ajedrez viviente.

Fue Conrad Kent, escritor estadounidense e Hijo Adoptivo de Salamanca, quien mejor y más exhaustivamente estudió las imágenes más antiguas de la Plaza. Entre otras obras, su libro La Plaza Mayor de Salamanca. Historia fotográfica de un espacio público, editado en 2005 por la Filmoteca de Castilla y León con motivo de los actos de conmemoración de su construcción, es la referencia para los aficionados a la historia local y a la evolución fotográfica de la capital salmantina. La crónica de Kent evoca la inauguración, en 1896, de la farmacia de Urbina junto a las escaleras del Mercado, y en 1905 del primer Café Novelty. Ambos resisten hoy como los establecimientos más veteranos de la Plaza Mayor.

La Plaza ha sido convertida en coso taurino en varias ocasiones en los tiempos modernos. Sucedió en 1972 y, más recientemente, como muestra la foto, en 1992, durante la Feria Universal Ganadera.

En las dos primeras décadas del siglo XX, las cámaras de Ansede, Juanes y Luis González de la Huebra, entre otros, complementaron el relato gráfico de una Salamanca donde se expandía el comercio y se generaba una pequeña burguesía de la mano de la bonanza económica.

Ya no vive nadie para recordar esta estampa, pero así lucía la Plaza Mayor con sus zonas ajardinadas a finales del siglo XIX. En el centro, el estanque.

Los nuevos gustos estéticos en la Salamanca de Miguel de Unamuno y, sobre todo, la llegada del automóvil propiciaron la reforma de 1921, que simplificó las zonas verdes dejando rosales y palmeras, enmarcadas en un cuadrilátero central delimitado por un bordillo. Por fuera, el adoquinado, para la comodidad de los vehículos. También se suprimieron entonces, pensando en el tráfico, las escalerillas existentes en el arco del Corrillo. La Plaza iba abriéndose más a los ciudadanos y propiciaba las recepciones multitudinarias a los soldados de África y la vida social de los salmantinos entregados al paseo, a los bailes en torno al templete y al encuentro en los cafés.

La foto del turista francés Eugéne Pégot-Ogier muestra el estanque instalado dos años antes con ocasión de la nueva conducción de agua a la ciudad.

En 1930, el templete ya no encajaba en los gustos de la época y fue suprimido por «antiestético». Aquella Plaza, con sus cuatro sectores ajardinados con geranios, setos de boj y rosales, con sus verjas y bancos —la Plaza que hoy tienen entre sus primeros recuerdos los salmantinos más veteranos— sería escenario durante más de dos décadas de la proclamación de la República, de los desfiles militares y de las exaltaciones patrióticas del régimen de Franco.

La Plaza estuvo presidida por un templete para las actuaciones de orquestas durante casi 30 años a inicios del siglo XX. Fue suprimido en 1930.

Fue precisamente una de las visitas del dictador la que propició, en 1954, la última gran reforma de la Plaza Mayor, con la supresión de los jardines y la colocación del enlosado en todo el recinto. El cuadrilátero se tornaba de nuevo sobrio y desnudo, como en 1870, y volvía a despejarse para ensalzar así la obra de Churriguera. Pero, como consecuencia del crecimiento económico y el boom turístico de los años siguientes, los coches terminaron de conquistar la Plaza. El monumento se hizo aparcamiento.

La imagen perteneciente al Archivo General de la Administración muestra una de las últimas estampas de la Plaza tomada por los vehículos antes de que se suprimiese el aparcamiento en el lugar.

Ya en los años 70, la colocación por parte del Ayuntamiento de los bancos de granito dio una nueva baza para los peatones. La generalización de las terrazas en los bares y cafés, y los signos de deterioro del recinto, dieron argumentos más contundentes para la eliminación del tráfico, que se decretó en el año 1972.

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