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Desde hace medio siglo, un quiosco portátil de metal situado en el paseo del Rollo sobrevive junto al parque Picasso, mientras se adapta a los nuevos tiempos. Entre sus estantes, conserva la historia de toda una familia de mujeres valientes.
Detrás del mostrador se encuentran cada día Elena Pérez y Petri Pérez, la tercera generación de quiosqueras que continúan el legado que comenzó su abuela, una mujer que llegó a la ciudad hace años desde Bermellar para emprender en la ciudad. Las hermanas cuentan que este negocio se convirtió en una herramienta imprescindible para ayudar a la familia a progresar.
«Mi abuela decidió emprender cuando mi padre cayó enfermo. Fue una forma de sacar a la familia adelante», relata una de las hermanas. En sus comienzos, vendía caramelos en una pequeña mesa con ruedas frente al Teatro Bretón. «Ella se ponía allí a vender caramelos cuando la gente salía de las funciones», recuerdan con nostalgia. Con el tiempo, consiguieron establecerse en un quiosco fijo, gracias a la ayuda de un sacerdote que conocía a la familia. Desde entonces, no han dejado de atender a generaciones de vecinos. Algunos de ellos todavía recuerdan a su abuela. «Hay gente que viene y nos habla de ella», cuentan. Cuando su abuela se retiró, el negocio pasó a manos de la madre de las hermanas Pérez, momento en el que estas comenzaron a aprender el oficio. «Todos los recuerdos que tenemos están entre estas cuatro paredes de metal», cuentan.
Hoy, el quiosco ya no es solo un punto de venta de golosinas y prensa, es un lugar de encuentro entre los vecinos. «Aquí la gente viene y nos deja la cartera para ir al médico, o la compra mientras van a por el pan. Somos parte del día a día del barrio», explican.
Las hermanas se turnan en el trabajo para abrir todos los días, incluidos fines de semana. Su horario es desde las 7:30 hasta las 22:00 horas. «Es un trabajo sacrificado, pero forma parte de nuestra vida. Es lo único que conocemos y por eso siempre nos hemos dedicado a ello».
Las actuales propietarias del quiosco del paseo del Rollo todavía no tienen muy claro si habrá una cuarta generación. Ambas tienen hijos, pero están enfocados en otros caminos. Mientras tanto, recuerdan que el éxito en este tipo de trabajos de cara al público está en el trato al cliente. «No se trata solo con ser simpático, el cariño al cliente tiene que salir de dentro», afirman. Lamentan también que los supermercados próximos han reducido notablemente sus ventas.
El momento más duro que recuerdan lo vivieron durante la pandemia, meses en los que el quiosco permaneció abierto por ser considerado un negocio esencial, aunque los horarios se vieron reducidos. «Si volviese a empezar, no sé si haría lo mismo. Mi hermana, por ejemplo, tiene carrera, pero al final nos tiró lo que habíamos vivido siempre. Esto, más que un trabajo, es una forma de estar en el mundo», reconoce Elena Pérez, mientras despacha a un cliente con el mismo cariño que ha marcado los últimos cincuenta años de su historia familiar.
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