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Llegada de los restos de Luis Montero al aeropuerto de Parayas en Santander. M. BUSTAMANTE
La terrible historia de Luis Montero, el salmantino torturado y asesinado tras ser confundido con un etarra

La terrible historia de Luis Montero, el salmantino torturado y asesinado tras ser confundido con un etarra

Luis Montero, de La Fuente de San Esteban, y sus amigos Juan y Luis fueron las tres víctimas del ‘caso Almería’. Viajaban desde Cantabria a una Primera Comunión y varios guardias civiles les confundieron con terroristas que huían tras cometer un atentado. Esta es su historia

Lunes, 23 de enero 2023, 12:16

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“Ya era hora de que dieran un paso adelante. Todos lo pudieron haber reconocido antes y nadie lo ha hecho en todo este tiempo”. En las palabras de Javier Diego Montero, sobrino de la víctima salmantina del ‘Caso Almería’, hay agradecimiento por la reparación pero también mucha rabia contenida. El pasado viernes Javier y su esposa asistían en Almería al acto de desagravio promovido por el Gobierno para restaurar la memoria de los tres inocentes asesinados por la Guardia Civil en mayo de 1981 al ser confundidos con etarras perseguidos por un atentado. Desde entonces, un juicio injusto y cuatro décadas de encubrimiento por parte del poder, silencio doloroso, amargura e incomprensión ente la desconfianza de unos y otros: “Algo habrían hecho”. La herida muy mal cicatrizada exigía reparación, la que merecía la memoria de las tres víctimas.

La historia

Años 60, tiempos de éxodo en el Oeste de la provincia de Salamanca. La muerte del padre, Vicente, obligaba a una familia de campesinos a buscar una salida, que no podía ser otra que la emigración. Tras sus hermanos María Luisa, Socorro, Faustino y Vicenta, Luis fue el último de los Montero García en dejar La Fuente de San Esteban a los 17 años. Después le seguiría la madre, María Luisa. Tras hacer la mili, se le pasó por la cabeza ser policía, pero terminó encontrando un puesto en Ferroaleaciones y Electrometales SA (FYESA) -hoy Ferroatlántica-, en Boo de Guarnizo, a pocos kilómetros de Santander. Allí se produjo su afiliación al Partido Comunista y su labor organizando la sección sindical de Comisiones Obreras. En la empresa Luis había llegado a ser especialista en boca de horno, un trabajo de gran exigencia física. Quería comprarse un piso y en ocasiones tenía que hacer otras extras para devolver a la empresa el préstamo que le había concedido.

El salmantino Luis Montero, en una imagen tomada mientras realizaba el servicio militar. FOTOS CEDIDAS POR LA FAMILIA DIEGO-MONTERO
El salmantino Luis Montero, en una imagen tomada mientras realizaba el servicio militar. FOTOS CEDIDAS POR LA FAMILIA DIEGO-MONTERO

Así lo contó Antonio Ramos Espejo, periodista almeriense que en el año siguiente a los hechos realizó una minuciosa investigación del caso que plasmaría en su libro “El caso Almería: Mi kilómetros al sur”, publicado en 1982 justo antes del juicio. En él se basa buena parte de los datos recogidos en este reportaje. En 2011 vio la luz una nueva edición con una versión ampliada.

Lunes 4: la llamada

El teléfono sonó en la casa de la vecina de la familia Mañas, en Pechina, un pequeño pueblo de interior a unos 13 kilómetros de Almería capital. Era Juan, el hijo mayor, y era una buena noticia: podría estar presente el domingo siguiente en la comunión de su hermano pequeño, Francisco Javier. Faltaba confirmar el permiso de la empresa, pero era “casi seguro”. Juan Mañas Morales, de 25 años, era electricista en Ferrocarriles de Vía Estrecha (FEVE) de Santander, donde con su sueldo fijo ayudaba a su humilde familia de campesinos. Estaba emocionado ante el plan que le aguardaba este fin de semana. Un viaje a casa de casi mil kilómetros junto a sus amigos.

El coche, un Seat 127, lo ponía Luis Cobo, el único cántabro de nacimiento. Tenía 28 años y trabajaba en Aceriasa, en las afueras de Santander, donde era calador de lingotera, un trabajo especializado que le obligaba a soportar altas temperaturas embutido en su traje de amianto, gafas, guantes y botas. Esa semana disfrutaba, como el salmantino, de un permiso hasta el lunes por razones de producción.

A la izquierda, un sonriente Luis Montero en un cumpleaños familiar en Muriedas en 1967.
A la izquierda, un sonriente Luis Montero en un cumpleaños familiar en Muriedas en 1967.

Miércoles 6: la víspera de todo

Por la noche, después de cenar, Luis Cobo llamó a su madre para contarle que al día siguiente saldría de viaje después de almorzar. Aunque días atrás ya le había anunciado su idea de conocer la tierra de su amigo Mañas, no le concretó el destino de su viaje, Mientras tanto, en un bar entre Boo y Muriedas, Luis Montero comentaba el plan a unos amigos y les revelaba que tenía pocas ganas, no se encontraba muy bien. “Pero se han empeñado y saldremos mañana después de comer”.

Jueves 7: el atentado y el viaje

Mientras los tres jóvenes echaban el resto en sus últimas horas de trabajo antes de su anhelado viaje al sur, dos ocupantes de una moto lanzaban una bomba al interior de un Dodge Dart detenido en un semáforo en la calle Conde de Peñalver de Madrid. En él viajaba el teniente general Joaquín María de Valenzuela y Acíbar Jáuregui, jefe del Cuarto Militar del Rey. El atentado costó la vida a su ayudante, el teniente coronel Guillermo Tebar: a un suboficial de escolta, Antonio Nogueira y al cabo conductor Manuel Rodríguez, y dejó heridas a una decena de personas. Solo el teniente general sobrevivió, pese a sus graves lesiones que le tuvieron ingresado 24 días.

El mazazo terrorista en el centro de la capital causó una gran conmoción. Apenas cuatro días antes, el GRAPO había asestado un doble golpe asesinando en Madrid a un general de brigada y a un policía nacional y a dos guardias civiles en Barcelona. Se desató la tensión en un país que aún se recuperaba del impacto producido poco más de dos meses antes por el golpe de estado frustrado de Antonio Tejero y compañía. Manifestaciones espontáneas de ultras clamaban “Democracia asesina”, “Ejército al poder” y “Tejero libertad”. A esa Madrid convulsa llegaban el jueves 7 de mayo de 1981 tres jóvenes ilusionados en un 127 verde con el escudo de Santander en el cristal delantero y una pegatina con la bandera de Cantabria. Luis Cobo, Luis Montero y Juan Mañas completaban la primera etapa de su viaje al Sur. El plan era descansar en casa de José Ramón, un comerciante de Santoña amigo de Cobo, que les había dejado la llave.

Viernes 8: la avería

Tras reanudar su viaje, el Seat 127 de los tres viajeros dijo “basta” a la altura de El Provencio (Ciudad Real). Quedaba mucho viaje por delante y había que buscar una solución. Como la reparación les obligaría a dejar el vehículo en el taller varios días, el propio mecánico les acercó hasta Alcázar de San Juan y allí tomaron un tren que les dejó en Manzanares, donde pudieron alquilar un coche para reanudar su viaje: un Ford Fiesta verde, matrícula CR-1625-D. Salvados todos los inconvenientes, llegaron por fin a Pechina a las 2 de la madrugada del sábado tras un tortuoso viaje.

Sábado 9: la denuncia

Mientras Juan Mañas llevaba a sus amigos a visitar distintas zonas de Almería, una persona denunciaba en el cuartel de la Guardia Civil de Alcázar de San Juan haber reconocido el día anterior en la estación de tren a los dos terroristas que supuestamente habían cometido el atentado. Ese sábado toda la prensa reproducía los rostros de José León Mazusta “Fresku” y José María Bereciartúa “Chema”, miembros ‘fichados’ de ETA militar supuestos autores de la masacre. El denunciante reconocería también, entre las fotos que le presentaron, a Miguel Ángel Goyenechea Fradua. La denuncia activó el dispositivo antiterrorista: se identificó el coche en la agencia de alquiler Dian, así como su destino y ocupantes.

La orden llegó por radio a la Comandancia de la Guardia Civil de Almería a primera hora de la tarde. Los tres etarras que probablemente habían atentado contra el teniente general Valenzuela se dirigían hacia allí. El comandante del puesto, teniente coronel Carlos Castillo Quero, asumió el mando de las operaciones. Mientras tanto, funcionarios de Policía buscaban información entre los familiares de Luis Cobo en Cantabria: allí ya les dijeron que se trataba de una confusión.

Ajenos a todo, los tres amigos volvieron a comer a casa de Juan junto a su familia y ayudaron a organizar la cochera familiar donde tendría lugar el convite de la comunión del pequeño Francisco Javier. Después, montaron en el Ford Fiesta y se dirigieron a Roquetas de Mar a para tomar algo y hacer unas compras. El coche, aparcado en la avenida principal, fue localizado pasadas las 9 de la noche por la Guardia Civil. Poco después, los agentes detenían a punta de pistola a Luis Cobo, Luis Montero y Juan Mañas y los conducían a la Comandancia.

El relato de los hechos probados judicialmente se detiene en este punto.

Domingo 10: el horror

Seis de la mañana. Francisco Javier Mañas se despertó muy pronto. Era el día más importante de su joven vida. Corrió a despertar a su querido hermano, pero no estaba en su cama. La ausencia de los tres jóvenes alarmó a la familia, que comenzaron a llamar preocupados a los hospitales de la zona, Policía, Guardia Civil. Ningún resultado. Mientras tanto, cinco pescadores del club almeriense de pesca “El Palmeral” que se dirigían por la C-326 a un campeonato de pesca en Zújar (Granada) observaron a lo lejos llamas y humo. Ya más cerca, al comprobar que se trataba de un vehículo ardiendo terraplén abajo a unos tres metros de la carretera, detuvieron su coche. Varias personas de paisano contemplaban el incendio. Fue entonces cuando uno de ellos, que se identificó como miembro de la brigadilla de la Guardia Civil, les invitó a continuar el camino, rechazando el extintor que los pescadores le ofrecieron. “Ya han sido evacuados los heridos”, replicó el agente.

Mientras los padres y hermanos de Juan Mañas se desplegaban en busca del joven desaparecido, la madre, Maria Morales, acompañaba con el corazón en un puño al pequeño Francisco Javier a hacer la Primera Comunión. “Yo pido para que vuelva pronto mi hermano”, imploró el pequeño durante la ceremonia. A mediodía, un portavoz de la Dirección General de la Guardia Civil emitía una breve declaración: “En la mañana de hoy, en la provincia de Almería, fuerzas de la Guardia Civil hicieron frente a tres hombres armados que resultaron muertos”. El mismo día, a las seis de la tarde, el Ministerio del Interior ampliaba datos relatando la identificación en Ciudad Real de “tres individuos que infundieron sospechas por su parecido con los terroristas”, el seguimiento del coche y la detención en Roquetas de los tres ocupantes del vehículo. Pero añadía un dato sorprendente: “en su interior se encontraron dos pistolas”. Y el primer gran giro de los hechos: tras las comprobaciones realizadas, se descartaba la posibilidad de que se tratase de los terroristas buscados.

En su primer comunicado, Interior construía un primer relato oficial, según el cual uno de los detenidos viajaba indocumentado, se dudaba de la identidad del resto y habían sido conducidos a la zona de Gérgal, donde ‘según sus declaraciones’ habían pasado la noche anterior. En el traslado al lugar para proseguir con las averiguaciones, los detenidos se habrían abalanzado sobre los guardias, estos saltaron del vehículo y se produjo un tiroteo, tras el que el coche caería por el terraplén para incendiarse posteriormente.

Lunes 11: la confirmación

La muerte en Almería de tres supuestos delincuentes ya era conocida en el hogar de Socorro Montero, hermana de Luis, desde que fuera noticia nacional el domingo. “Mi padre y yo lo habíamos visto por la tele”, cuenta desde Muriedas (Cantabria) su sobrino Javier Diego Montero. “El lunes por la mañana oímos sus nombres en el ‘parte’ de Radio Nacional”. Aquello era increíble: ¿el tío Luis un delincuente? Tenía que ser un error. “Ese día vinieron a casa dos policías secretas a hacer averiguaciones sobre él. Mi madre les preguntó qué había pasado. Le contestaron que su hermano era bueno, pero claro, las malas compañías.... Luego supimos que a las tres familias nos contaron lo mismo. También nos dijeron que si no íbamos a Almería a por los cuerpos, ellos se encargarían de todo”. Pronto sabrían por qué.

Santiago Diego, esposo de Socorro y cuñado de Luis, contactó con Loli, hermana de Luis Cobo, y emprendieron viaje a Almería. Dos desconocidos unidos por la amargura camino al horror de un ser querido muerto entre una nube de incógnitas. Desde Barcelona viajó Faustino, hermano mayor de Luis. Ya en la capital andaluza contactaron con el abogado penalista Darío Fernández, quien les acompañó al juzgado para recibir la comunicación del fallecimiento de los dos jóvenes. Sorteando numerosas trabas, Faustino y Darío lograron colarse en el depósito del Hospital Psiquiátrico, donde se le había practicado la autopsia al cadáver. Al descubrirlo, presenciaron una imagen espantosa: el calcinado cuerpo del salmantino no tenía brazos ni piernas y mostraba agujeros de bala, hasta 17, en varias partes del cuerpo y del rostro.

Martes 12: dolor y desesperación

El entierro en Pechina de los restos mortales de Juan Mañas se convirtió en el primer clamor contra el ya presumible abuso policial. “Esto es un crimen, son fascistas y criminales los que han matado a mi hijo, un obrero trabajador bueno y honrado”, lloraba su madre. Ese día, la prensa ya desmontaba la primera versión oficial. No eran etarras ni delincuentes comunes. Testimonios de amigos y conocidos avalaban a las víctimas. El jefe de personal de FYESA elogiaba a Luis Montero: “No se puede tener mejor historial laboral: en diez años solo ha tenido cuatro bajas por enfermedad y una por accidente de trabajo”.

Miércoles 13 y jueves 14. Luis vuelve a casa

En el día en que el mundo entero quedaba conmocionado por el atentado cometido por Ali Agca contra el papa Juan Pablo II en el Vaticano, Faustino Montero y Loli Cobo lograban embarcar en Barajas los ataúdes de sus hermanos. Con ellos viajaría un inmenso dolor entre el que ya asomaba una indignación creciente. Medio centenar de familiares y compañeros de trabajo les recibieron conmocionados, ya a las 9 de la mañana del jueves, en el aeropuerto de Parayas.

Era la una de la tarde cuando cerca de 400 personas, entre las que se encontraban las ejecutivas regionales del PCE y CCOO, asistieron a los funerales de Luis Montero en la iglesia de San Vicente Mártir, de Muriedas. Las paredes del templo mostraban dos enormes pintadas contra el terrorismo de Estado. Se oyeron gritos de “Policía asesina” y “Libertad y justicia”. Ajena a los incidentes, Maria Luisa, de 75 años, enferma y abatida, no captó la polémica, según reseñaba la crónica de El País: creía que su hijo había muerto en un accidente de automóvil. Requerido por la prensa, Faustino Montero denunciaba que las familias no han recuperado los objetos personales de sus seres queridos. “Tampoco, por supuesto, las pistolas que dicen que llevaban. Es que a mi hermano le ponen una pistola en la mano y se desmaya”, dijo.

El funeral del salmantino en la iglesia de Muriedas se celebró en un clima de indignación popular.
El funeral del salmantino en la iglesia de Muriedas se celebró en un clima de indignación popular.

La prensa ya era un clamor diario contra Interior demandando la aclaración de las extrañas muertes. Tras los entierros, el letrado Darío Fernández, nombrado acusador particular, refirió todos los obstáculos que estaba encontrando para investigar los hechos y la necesidad de practicar una exhumación de los cuerpos para realizar nuevas diligencias.

Viernes 15: “un trágico error”

Cinco días después de las macabras muertes, comparecía en Granada Juan José Rosón, ministro del Interior del Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo, para admitir que se había tratado de “un trágico error”. El ministro reculaba, pero seguía mencionando el hallazgo de armas, calificaba a los jóvenes de “delincuentes comunes” y descartaba que se hubieran empleado malos tratos.

Ese mismo día, la Audiencia Provincial de Almería nombró a un juez instructor que se aprestó a tomar declaración 10 de los 11 guardias civiles que integraban el convoy de Gérgal. El undécimo era precisamente el mando, el teniente coronel Castillo Quero, que alegó encontrarse enfermo. El día 19 sería apartado del mando de la Guardia Civil de Almería como medida precautoria.

El ministro Rosón volvería muy pronto a sentir sudores fríos al comparecer para dar explicaciones ante la Comisión de Interior del Congreso. Al presentar la investigación interna realizada sobre los hechos, achacó la confusión a los numerosos testigos que habrían identificado a los terroristas en Alcázar -varios lo desmintieron después- y la convicción de los agentes de encontrarse ante los presuntos autores del atentado y no ante tres inocentes turistas. El ministro atribuía las muertes a la infeliz concurrencia de una cadena de errores, todos ajenos, y al clima de tensión nacional por los ataques terroristas. Ante las réplicas airadas de los diputados de la oposición, Rosón dejaba el esclarecimiento de los hechos al veredicto de la justicia.

En la prensa, la demanda de explicaciones se entrecruzaba con las intoxicaciones que inculpaban de un modo u otro a las víctimas. El 25 de junio, el juez instructor procesó a tres de los responsables: el jefe de la Comandancia, el teniente Torres Gómez y el guardia conductor Fernández Llamas. Los otros ocho integrantes del convoy quedaron exentos de responsabilidad.

La vista oral se celebró en la sede de la Audiencia Provincial de Almería entre el 14 de junio y el 27 de julio de 1982. Fue la primera vez que la jurisdicción ordinaria juzgaba a tres miembros de la Guardia Civil por hechos ocurridos en el ejercicio de sus funciones. El fiscal José María Contreras acusó a los procesados de tres delitos de homicidio y solicitó 44 años y tres días de prisión para el teniente coronel y 27 años para Torres Gómez y Fernández Llamas al aplicarles el atenuante de “obediencia debida”. El abogado de la acusación particular, Darío Fernández, intentó en vano que fueran condenados por asesinato. Le fue denegada sin razón la reconstrucción de los hechos y siempre dudó de las garantías técnicas y científicas de las autopsias realizadas.

Un pequeño monumento funerario recuerda junto a la carretera de Gérgal el lugar donde apareció el coche incendiado con los cuerpos.
Un pequeño monumento funerario recuerda junto a la carretera de Gérgal el lugar donde apareció el coche incendiado con los cuerpos.

Tras un juicio plagado de lagunas mentales, inexactitudes y varias exhumaciones, el 28 de julio de 1982 se dictó sentencia. Los acusados fueron condenados como responsables de tres delitos de homicidio: Castillo Quero a 24 años; Gómez Torres a 15, y Fernández Llamas a 12. Las condenas se cumplieron en prisiones civiles. Todos salieron antes de tiempo por “buen comportamiento” y posteriormente percibirían dinero a cargo de los fondos reservados de Interior.

Desde entonces, años de silencio, de rumores, de desconfianza. La salmantina Socorro Montero, su esposo y su hijo Javier visitaron Almería durante el juicio y recorrieron los lugares donde sucedieron los hechos con el corazón en un puño. Javier recuerda hoy que poco después, ese mismo verano, los familiares de Luis Montero solicitaron promover una misa en La Fuente de San Esteban en memoria del joven asesinado. “Pero el cura de entonces nos dijo que había que pedir permiso... Todo fueron pegas y no se pudo hacer. Entonces la gente desconfiaba, creyeron la versión oficial”.

Pero una conciencia intranquila reveló la verdad. En 2005 El Mundo desveló el contenido de la carta que un guardia civil que había sido testigo de los interrogatorios envío a la familia Mañas. Trasladados a Casas Fuertes, un antiguo recinto militar abandonado, allí fueron interrogados antes de ser amenazados de muerte por Castillo Quero. “Al principio le dieron una gran paliza, especialmente por el guardia C.., perdiendo el conocimiento. Entonces lo mataron con un tiro de pistola cada uno que recivieron (sic) por separado. Posteriormente, los embolvieron (sic) en mantas viegas”. Según el relato de este guardia anónimo, los cuerpos fueron introducidos en el Ford Fiesta , que por orden del mando, fue conducido a un lugar “donde no les viera nadie y se le pegara fuego para que no se conocieran los malos tratos” . Antes les vaciaron dos cargadores de ametralladora acribillándoles con 60 balazos.

La verdad afloraba por fin, pero demasiado tarde. Nadie pagó por esos atroces crímenes.

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