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Domingo, 26 de septiembre 2021, 11:02
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La salmantina Helena Cortés Gabaudan ha logrado el Premio Nacional a la Mejor Traducción 2021 que concede el Ministerio de Cultura y Deporte.
–El jurado destaca que su traducción de “El Diván de Oriente y Occidente”, de Goethe, es un gran reto filológico. Imaginamos que ha sido un desafío.
–Ha sido un trabajo muy complejo, porque es una obra que tiene muchos niveles y lecturas. Y contiene doce libros en verso inspirados en la poesía oriental clásica. Ha sido un reto. Pero eso es lo que más me gusta, cuando la obra se sale de lo trillado. Y si consigo un resultado que me parezca suficientemente logrado, me resulta muy gratificante. Me ha llevado dos años de trabajo, aunque por supuesto he hecho más cosas en ese tiempo.
–El premio está dotado con 20.000 euros. ¿Se va a dar algún capricho?
–Aún no lo he pensado, pero tengo varios viajes de capricho pendientes, por eso de que me paso la vida yendo a Alemania, y casi nada más que a Alemania, o a Francia, en este caso por razones familiares. Todavía no he entrado en la ronda de esos viajes lejanos y exóticos que hace la gente.
–Tiene la Medalla de Oro Goethe de la Sociedad Internacional Goethe por su contribución a la Germanística.
–Esa medalla se concede a personas cuyos trabajos sobre Goethe o cuya labor de difusión de este autor hayan sido destacables. En mi caso, me fue concedida por mi traducción del “Fausto”, la obra más famosa de Goethe y de la literatura alemana, que traduje en forma rítmica. La medalla me ha sido concedida en el año 2020, pero debido a la pandemia, y a que solo la entregan a un ritmo bianual, aún no me ha sido físicamente entregada: la entrega tendrá lugar en una ceremonia en el Teatro Goethe de Weimar —la ciudad de Goethe— el 1 de junio de 2023. Ya les dije: “Estoy más que encantada con la medalla, pero ¡cuán largo me lo fiáis!”
–Destacan sus traducciones de Hölderlin, Goethe, Grimm, Fontane o Rilke.
–Empecé con Hölderlin, al que dediqué mi tesis doctoral, leída en la Universidad de Salamanca. He traducido una buena selección de su poesía, además de su correspondencia y sus complejas tragedias griegas.
–Y también se ha ocupado de traducir a Martin Heidegger.
–En el caso de Heidegger realicé todas las traducciones en colaboración con mi exmarido, pero todavía estrecho colaborador, el catedrático de filosofía Arturo Leyte, quien es realmente el especialista en este autor. La labor conjunta fue muy buena y la verdad es que son traducciones que han tenido gran éxito y son muy usadas por los estudiosos. Pero yo soy muy rigurosa en lo que hago y sola creo que nunca traduciría filosofía, porque no es mi disciplina.
–¿Sería filóloga y traductora de no ser hija de Luis Cortés y Paulette Gabaudan?
–Es difícil saber. Pero es indudable que el ambiente de mi casa me ha influido, como no puede ser de otra manera: crecí rodeada de libros, fui una gran lectora desde niña, y en mi casa se hablaba con mucha frecuencia de temas literarios o culturales. Y veía a mis padres dedicados a sus investigaciones. Además, era un ambiente muy marcado por el mundo francés, tanto por el motivo puramente familiar como por la especialidad de mis padres. Todo eso influye mucho, incluso sin darse uno cuenta.
–¿Por qué le atrajo Filología Alemana?
–Francamente, quería aprender una nueva lengua y cultura, algo distinto de lo que ya tenía cerca. Y, además, ¡tampoco era cosa de tener otra vez a mis dos padres en clase, además de en casa!
–¿Qué recuerdos guarda de su época universitaria en Salamanca?
–Muchos. Estudiar en el Palacio de Anaya y en la Hospedería, dos edificios tan emblemáticos, viendo la catedral desde las ventanas, oyendo a las cigüeñas “machando ajo”, como se decía popularmente, y tomando luego el sol en las escaleras de Anaya, es algo que no se puede olvidar, por muchos sitios que conozcas luego.
–¿Y de su padre?
–Digamos que no siempre era fácil ser “la hija de Cortés”, en una ciudad tan pequeña y en su misma Facultad. Mi padre era una persona muy especial, con cierta excentricidad y un carácter tan visceral y explosivo como al mismo tiempo nada rencoroso y generoso, además de una persona muy talentosa, un poco genial. Y, claro, en casa todo estaba dominado por él. Los hijos le debemos muchas influencias, pero era sin duda un padre distinto de los demás y ¡toda una experiencia!
–Su madre también es admirable.
–Fue una pionera en muchos campos, una persona con un tesón fuera de lo normal, nada explosiva, al revés que mi padre, sino pura racionalidad, y que no lo tuvo nada fácil en una universidad llena de prejuicios machistas de su tiempo. Tuvo la suerte de que mi padre la apoyaba, pero le tocó trabajar muy duro para poder hacer lo que quería. Ella fue la que tuvo la idea de instaurar los estudios de las filologías modernas en España, para que se estudiasen las distintas lenguas y literaturas a un nivel académico, y a fuerza de persistencia lo logró. Y formó a muchas generaciones de profesores de francés, que de verdad dominaban esa lengua y conocían su literatura, porque era tan buena profesora como muy exigente. No se conformaba con medias tintas.
–¿Qué le aportó ser directora del Instituto Cervantes en sus sedes de Bremen, Hamburgo y Múnich entre 2005 y 2015?
–Fue una experiencia muy enriquecedora. Conocí Alemania a través de mi contacto con las instituciones culturales, políticas y diplomáticas. Trabajé muchísimo, porque fui la fundadora del nuevo Instituto de Hamburgo, que no existía aún, y eso supuso desde encontrar un edificio y reformarlo y amueblarlo, hasta montar un equipo de trabajo, crear de cero la red de colaboraciones culturales con la ciudad, conocer a todas las fuerzas vivas de Hamburgo, incluido el alcalde Olaf Scholz, que ahora puede acabar de canciller... Fue apasionante: crear algo desde cero siempre lo es.
–Es miembro numerario de la Academia Alemana de la Lengua y la Literatura.
– Cuida la literatura en lengua alemana y la promociona. Entre sus miembros están o han estado prácticamente todos los autores famosos en lengua alemana desde 1949. Esta academia es la encargada de elegir y otorgar el premio literario más importante de Alemania (lo que aquí sería el Premio Cervantes, que allí es el premio Georg Büchner) y otros cuatro premios de mucho prestigio nacional. Las asambleas generales son muy interesantes, porque son un auténtico desfile de celebridades, con los personajes más eminentes del mundo cultural alemán allí reunidos, con los que se tiene la oportunidad de intercambiar reflexiones y vivencias.
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