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Pepita Miguel en primer plano, de casi 90 años, y Eva Prieto, detrás, hacen la postura del ‘arado’. FOTOS: GUZÓN
La historia de Evita y Pepita, las nonagenarias ‘yoguis’ de Salamanca

La historia de Evita y Pepita, las nonagenarias ‘yoguis’ de Salamanca

Bienestar físico y mental, confianza, felicidad y ayuda para superar ‘baches’ personales muy duros. Es lo que han conseguido gracias al yoga estas salmantinas de 95 y casi 90 años que llevan 4 décadas de práctica

Martes, 29 de junio 2021, 19:11

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Hace 43 años, cuando casi nadie había oído hablar del yoga en Salamanca, fue curiosamente un religioso, el carmelita descalzo y contemplativo cristiano Santiago Guerra el que comenzó a impartir enseñanzas budistas y a difundir la práctica del yoga en la ciudad. “Era una persona muy empática”, recuerda Pepita Miguel Barco, salmantina que en dos meses cumplirá 90 años y suma cuatro décadas de práctica de yoga.

Ella se inició en el yoga en uno de los momentos más duros de su vida. Acababa de perder a su marido, fallecido a causa de un cáncer. “Una vecina que vio que si seguía así me iba detrás de mi marido, me animó a hacer algo y me recomendó ir a yoga con Santiago Guerra. Para mí el yoga lo ha sido todo. No me ayudó un poco, sino muchísimo a superar lo de mi marido... fue algo tremendo. Estaba muy cerrada en mí misma y me fui abriendo un poco. Vienes aquí y consigues que ese rato tu mente deje fuera los problemas. He conseguido dominar la mente”, reconoce Pepita Miguel, minutos antes de entrar a su clase dirigida por Pilar Hernández, profesora desde hace 39 años en el centro de yoga Santiago Guerra.

Pepita Miguel, la profesora Pilar Hernández, y Eva Prieto.
Pepita Miguel, la profesora Pilar Hernández, y Eva Prieto.

A Pepita Miguel, “charra de pura cepa” nacida en la casa de su abuela en la Isla de La Rúa y maestra de profesión, la trae del brazo a clase su nuera los martes y jueves. Con la edad, Pepita ha perdido prácticamente toda la visión y también le falla la audición. Eso sí, en clase es capaz de flexionar su cuerpo, ante la admiración de compañeras más jóvenes, en posturas tan exigentes como la ‘vela’ o el ‘arado’.

“Vengo aquí y consigo dejar fuera los problemas. El yoga me ayuda a superar las pérdidas de mi marido y mi hijo”

Madre de tres hijos, ocho años después de quedarse viuda, Pepita sufre otro mazazo. Una llamada telefónica desde un hospital de Londres a medianoche le avisa de que uno de sus hijos que estudiaba allí Filología Inglesa, estaba ingresado. Una enfermedad deja incapacitado a su hijo, que fallece finalmente hace dos años tras “treinta años de sufrimiento”. Es tan reciente y doloroso que Pepita no puede evitar emocionarse al recordar lo unida que estaba a su hijo con el que convivió todo este tiempo. “Con todo eso, estuve un tiempo sin venir a yoga pero luego volví y me vino maravillosamente. Me ha dado ánimos para todo. Además, yo pienso que algo sí que hay después de la muerte y eso me sirve para hablar con mi hijo constantemente”, revela Pepita, una mujer que siempre se ha mantenido activa, estudiando en la Universidad de la Experiencia y después haciendo un curso de Genética y Neurociencia.

Esta “yogui” veterana admite que prefiere “el calor y el amor humano” de las compañeras y la profesora en la clase presencial, más que las sesiones “online” como las del confinamiento. Y aunque “a veces el cuerpo se queja” y los achaques físicos son inevitables con el paso de la edad, Pepita no piensa dejar su práctica. En el camino, muchas amigas se han quedado atrás y han abandonado, pero ella sigue fiel a una disciplina con innumerables beneficios.

El bienestar físico y mental, la confianza en uno mismo y una felicidad plena que no puede ocultar Eva Prieto Sánchez, “Evita” para sus compañeras, la otra “yogui” nonagenaria de esta clase.

“Para mí el yoga es mi vida. El día que practico estoy muchísimo mejor y cuando no lo hago, no estoy a gusto”

Ya está preparada en la esterilla y baja la voz cuando le preguntamos delante de sus compañeras por su edad. “95 años”, responde mientras reafirma: “Para mí el yoga es mi vida”. “El día que hago yoga soy feliz y por el día estoy muchísimo mejor. El día que no lo hago, no estoy a gusto”, confirma Eva, que no duda en seguir las grabaciones de su profesora desde casa, donde cuida de una hermana aún mayor que ella.

Tras una pandemia muy dura para las personas mayores, la vuelta a las clases presenciales ha sido motivo de celebración. Pilar Hernández, la maestra de yoga, se emociona: “En estos tiempos tan difíciles, el tener aquí a todas mis alumnas y en especial a Pepita y a Evita me emociona gratamente. Es una experiencia de vida y de mucha gratitud”, resalta con los ojos vidriosos.

“La práctica del yoga, sus posturas y la meditación, aportan calma mental. Es un acto de dedicación a uno mismo durante hora y media que nos ayuda a sobrellevar todo lo que nos viene el resto del día. Mis alumnas llevan entre 20 y 40 años de práctica y eso se nota también a la hora de frenar el deterioro físico. El mejor ejemplo son Evita y Pepita”, confirma Pilar.

“En estos tiempos tan difíciles, el tener aquí a todas mis alumnas me emociona gratamente”

El dolor en un brazo y algunas operaciones no impiden que Eva se tumbe, levante las piernas, eleve las caderas y baje sus piernas por encima de su cabeza hasta tocar el suelo con los pies. 95 años y cerca de 40 de práctica hacen que cada día se fortalezca y llegue más lejos en cada posición. Al final de la clase, toca meditar. Porque el yoga es más profundo que una parte física y práctica. Es fortalecer la mente, equilibrar la personalidad y enfocarse en el camino más correcto.

La sesión concluye con una conmovedora sorpresa para las veteranas: un cariñoso y merecido homenaje con unos detalles y un sencillo ágape por parte de las compañeras y miembros del centro de yoga a estas mujeres ejemplares.

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