Jubilación a la vista en el quiosco del pan artesano y la jeta recién hecha: «Mis hijos no quieren saber nada de esto»
Gabriel Rodríguez y María Asunción Martín llevan 36 años al frente de un establecimiento de la avenida Portugal. «Los clientes son como familia, incluso mucho más algunas veces»
Este quiosquero ha dedicado toda su vida a su negocio. Gabriel Rodríguez, junto a su mujer María Asunción Martín, lleva 36 años abriendo la persiana prácticamente todos los días, atendiendo con la misma sonrisa a esos clientes fieles que vienen a por el periódico, a por una barra de pan o simplemente a charlar. Porque asegura que eso también forma parte del oficio: escuchar, preguntar y ser parte del día a día de la gente.
Los inicios no fueron fáciles. Con tan solo 28 años, la pareja decidió apostar por este tipo de vida. Hoy en día pueden decir orgullosos que son propietarios del local situado en la céntrica avenida Portugal. «No sabíamos nada de este negocio, no teníamos familia en ello ni habíamos oído hablar de cómo gestionarlo», recuerda. El dueño, natural de Machacón, había trabajado anteriormente en la construcción, en una ganadería y en otros sectores.
Con su mujer como compañera de vida y de trabajo, se repartían las jornadas. A las seis y media de la mañana, los dos comenzaban a distribuir periódicos por la zona. «Íbamos a por la prensa a las redacciones y la entregábamos a clientes habituales, colegios y negocios. Después, mi mujer se iba a levantar a los niños y yo me quedaba atendiendo detrás del mostrador», manifiesta. Además, cuando sus hijos crecieron, también echaban una mano en el negocio a sus padres.
No puede negar que le gusta mucho su trabajo, ya que disfruta mucho de las conversaciones con los clientes y vecinos. «Son como familia, incluso mucho más a veces. En una ocasión me operaron y algunos vinieron a verme al hospital», dice.
Muchos han ido envejeciendo y otros ya no están. «La zona ha cambiado en estos años. Han llegado familias jóvenes, se cerraron negocios y también se abrieron otros», explica. Lo que más ilusión le hace es haber conocido a varias generaciones de clientes de una misma familia. «Me hace mucha ilusión cuando un padre viene con sus hijos y les dice que él compraba las golosinas de pequeño en mi quiosco. Yo recuerdo verlos crecer y ahora vienen con su propia familia». Algunos estudiantes que han estado en pisos de la zona y han sido clientes habituales de Rodríguez, también se han despedido de él cuando han terminado sus carreras. «Pasaban por aquí antes de irse para decirme adiós. Se crean vínculos muy especiales».
El pan artesano y la jeta recién hecha son las grandes joyas del negocio. «El pan es de Machacón, de un obrador de toda la vida», destaca. A mayores, el quiosco ofrece a los vecinos prensa, alimentación, revistas, golosinas y tabaco, entre otros. Al dueño solo le queda un año para jubilarse, cuando eso pase el negocio cerrará. «Mis hijos no quieren saber nada de esto y se dedican a otros sectores. Lo han vivido desde pequeños y están cansados, además en otros trabajos tienen mayor calidad de vida».