Juan Picornell, el niño de 3 años que asombró a los doctores de la Universidad
Tenía apenas tres años cuando asombró con sus conocimientos a los doctores de la Universidad de Salamanca en 1785. Pero Juan Picornell y Obispo, fallecido en México a los 35 años, solo pudo pasar a la historia como el gran -e inútil- logro de su padre, el pedagogo Picornell y Gomila
Alcanzó la fama con apenas tres años y medio superando un exigente examen de conocimientos enciclopédicos en la Universidad de Salamanca. Cuenta en su apunte biográfico el poeta José Iglesias de la Casa que acudieron a presenciar el espectáculo cerca de tres mil personas, de los que solo una sexta parte pudo ser testigo directo en la sala. Pero el niño prodigio terminó en la historia como un mero instrumento de su padre, el pedagogo y después revolucionario Juan Bautista Mariano Picornell y Gomila, en una época en que las instituciones académicas presumían de ‘niños prodigio’. El asombroso ejemplo de temprano aprendizaje quedó frustrado por una ruptura familiar y una muerte temprana, con tan sólo 37 años, en México, ya olvidado por casi todos en su tierra.
Juan Antonio Picornell y Obispo nació el 9 de septiembre de 1781 y fue bautizado en la catedral el 6 de octubre. Pese a figurar en su partida de nacimiento como hijo legítimo de Juan Picornell y Gomila y de Feliciana Obispo, el mismo documento apunta discretamente su condición de niño expósito, según ha desvelado la investigadora Noelia López Souto, profesora de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca, autora de la reciente obra “Prodigios infantiles de la Ilustración española” (2022) y estudiosa de las figuras de los Picornell.
Tal origen no se menciona, sin embargo , en las únicas notas biográficas existentes sobre los primeros años del joven Picornell, de las que es autor el poeta neoclásico y sacerdote salmantino José Iglesias de la Casa. En el epílogo del poema laudatorio “La Niñez Laureada” que dedicó al joven genio, Iglesias cuenta que “desde sus primeros meses comenzó a dar señales nada dudosas de su natural perspicacia. Sus padres observaron que aún no articulaba acento alguno y prestaba una atención notable a cuanto hablaban; y cuando ya usó el órgano de la voz, le oyeron dar algunas respuestas que no se las esperaban”.
Ante la deslumbrante presentación en sociedad de su pequeña lumbrera, el pedagogo defendía su proyecto personal criticando a “quienes dejan pasar el tiempo más oportuno para comenzar la obra de su educación”, y abogaba por aprovechar “la flexibilidad de la memoria” de los niños sometiéndoles a una “aplicación metódica de sus facultades para procurarles los primeros elementos de las ciencias”. Así, justificaba el método emprendido con su hijo “cuando apenas sabía proferir los simples sonidos del idioma haciendo que mamase con la leche, los principales conocimientos de la Religión, de la Moral , de la Historia Sagrada y de la Geografía”.
“Juan Bautista Picornell pretendía acceder a la Corte y sostenía unas teorías pedagógicas orientadas por una peculiar interpretación delpensamiento de Rousseau que se enfrentaba a la tradición jesuitíca”, señala la profesora López Souto. “Y para probar que estaba en lo cierto necesitaba experimentar, en una época en la que no estaba claro el límite entre cuidar a un hijo y explotarlo”. Para ello, el pedagogo habría privado a su único vástago de los mimos infantiles sometiéndole a cambio, sostiene la autora, a una rígida disciplina para fortalecer su resistencia física y mental. “El niño –afirma– fue un instrumento más al servicio de sus planes”.
Completada su formación express, Picornell solicitó someter a su hijo a una prueba de conocimientos. Los exámenes de precocidad intelectual ya se desarrollaban en Europa desde el siglo XVII y en España habían tenido ejemplos recientes en Cádiz, Valladolid, Barcelona, Zaragoza o ese mismo año en Alcalá de Henares. El pedagogo era por entonces profesor sustituto de Filosofía en Salamanca, donde había sido nombrado alcalde de la Santa Hermandad, y desde 1784 era miembro de la Real Sociedad Económica de Madrid. El evento fue aprovechado por Juan Picornell padre para reunir el amplio y preciso temario del examen e informar de la cita al secretario de Estado José Moñino, conde de Floridablanca , justificando en un escrito de presentación su programa pedagógico personal, que obviamente pretendía promocionar –al tiempo que promocionarse –en la Corte de Madrid.
El examen
El día fijado para este insólito examen fue el 3 de abril de 1785. El lugar fue el llamado general Mayor de las Escuelas Menores –espacio ocupado hoy por la sala de exposiciones–, segun reflejó en su acta el secretario del Claustro y notario apostólico Diego García de Paredes en el testimonio oficial que levantó seis días después del examen tras la reunión ordinaria del órgano universitario. El hecho de que la fecha elegida coincidiese en domingo, el Dia del Señor, no fue óbice que para que el acto generase una inusitada expectación. A las diez de la mañana se concentraron en el lugar “infinitos individuos” de este Claustro, según refería García de Paredes . José Iglesias cifraría el número de asistentes en unos tres mil, aunque, puntualiza Villar y Macías que solo pudieron ser testigos directos una sexta parte de los reunidos: el resto se quedó fuera abarrotando los accesos. Frente al niño prodigio, un tribunal nombrado por el propio Claustro para examinar la profundidad de los conocimientos del pequeño. Juan Antonio Picornell y Obispo tenía tres años, seis meses y 24 días.
Juan Meléndez Valdés, por entonces catedrático de Humanidades de la Universidad de Salamanca y prestigioso escritor y poeta, redactaría el informe posterior en nombre de los doctores designados por la institución académica para testificar sobre lo ocurrido en el examen público. Con él rubricaron el escrito Juan Toledano, Santos Rodríguez de Robles y Manuel Blengua. En nombre de sus compañeros, Meléndez Valdés confiesa que “asistieron a dicho examen desde principio a fin, tan movidos de curiosidad como desconfiados, por parecerles casi imposible se redujese a otra cosa que a algunas pocas y fáciles preguntas de doctrina cristiana”. Recelaban los doctores de su “tierna edad” para sostener un examen público y esperaban que el pequeño pudiese terminar acobardándose ante aquel bullicio y confusión reinante en la sala. “Pero todos sus temores fueron vanos”, declara Meléndez Valdés.
El bombardeo de preguntas comenzó con el Catecismo Histórico del abad cisterciense Claude Fleury; siguieron cuestiones de doctrina cristiana, y a todo contestaba el pequeño puntual y correctamente. El examen siguió con preguntas sobre geografía del globo terráqueo y más específicamente sobre el continente europeo: los montes y ríos principales, los Estados, nombres de su soberanos y varios gobiernos. “A todo satisfizo con suma prontitud –refiere Meléndez Valdés– por unas respuestas tan breves como oportunas”. El examen continuó con preguntas sobre los reinos y las provincias de España, sus límites, longitud, latitud, puntos aleatorios que el chico identificaba rápido y sin titubear. El asombro en la sala iba en aumento.
El pequeño Picornell tuvo que contestar a cerca de 500 preguntas durante una sesión que duró casi hora y media. Solo falló dos. La brillantez con la que respondía a las cuestiones produjo en la concurrencia frecuentes murmullos de sorpresa y aprobación y varias ovaciones atronadoras. Pidió agua varias veces y una de ellos brindó en un gracioso gesto a la salud de todos los reunidos. Cuenta Meléndez Valdés que la sesión tuvo que darse por finalizada ente vivas y a petición de los presentes. Pese a que el niño había expresado ya que se encontraba fatigado, su padre insistía enque se le siguiera preguntando. “Pero si hubiese seguido, no hay duda alguna que hubiera satisfecho a cuanto se le hubiese pedido”, afirmaron los doctores en su declaración. “El niño Juan Picornell –concluyeron– es un prodigio de memoria (...) y mayor y más raro prodigio no sabiendo aún leer”.
La exhibición de Juan Antonio Picornell se convertiría en un suceso extraordinario del que todo el mundo hablaba. Una de las primeras y más entusiastas reacciones que han llegado a nuestros días fue del benedictino y catedrático de la Universidad Isidoro Alonso, prestigioso teólogo que fue abad de San Vicente y que expresó su admiración a Picornell padre en una carta apenas cinco días después del examen. Tras confesarse como otro de los escépticos muy gratamente sorprendidos, Alonso subrayaba, como teólogo, que “el niño tiene un conocimiento particular y muy circunstanciado de todo lo que pertenece a nuestra Religión” y enumeraba, con indisimulada satisfacción, una prolija relación de cuestiones respondidas con éxito por el niño prodigio. “Ojalá que este testimonio, que doy ahora particularmente de lo que he observado por mí mismo, se haga testimonio público, concurriendo a autorizarle todos los Doctores, Maestros y personas instruidas que asistieron y salieron del exercicio llenos de una especie de aturdimiento que no les daba lugar sino para decir : ‘es un asombro; es un prodigio; Este niño es un monstruo de la naturaleza”.
La exhibición del joven Picornell también sirvió para promocionar la imagen de la Universidad de Salamanca. Con su pequeño genio, Salamanca hacia honor a su prestigio como centro de referencia intelectual en el ocaso del reinado de Carlos III. Pero, sobre todo, proporcionó prestigio pedagógico y reconocimiento social y político a su padre, que ese año lanzó su carrera como tratadista reformador de la educación de la infancia y recibió una pensión de seis reales diarios concedida por el rey para la educación de su hijo.
Picornell padre se ocupó oportunamente de divulgar el acontecimiento académico, que tuvo eco en periódicos de amplio alcance de la época como El Correo de Madrid y La Gazeta de Barcelona, e indirectamente, en prensa europea. A ello contribuyó el extenso poema –de 700 versos– de José Iglesias de la Casa, cuyo mencionado epílogo reseñó Villar y Macías para loar la figura del joven prodigio.
Dos años después, Picornell quiso someter a su hijo aun nuevo examen de características similares. La nueva prueba, desarrollada en en la Universidad en dos sesiones los días 7 y 11 de marzo de 1787, despertó en cambio en la prensa de Madrid las primeras objecciones a la insistencia del padre por demostrar el supuesto éxito de los metodos educativos del pedagogo, que hasta el final de esa década desarrolló en varias obras publicadas sobre la instrucción de los niños.
Mallorca y América
En torno a a 1788, la familia Picornell trasladó su residencia a Madrid. El pequeño Juan estudió en los escolapios y continuó su formación en Matemáticas en los Reales Estudios de San Isidro con el apoyo de una pensión del rey Carlos IV. Mientras tanto, Picornell padre veía frustrados sus planes de acceder al poder y, despechado, en 1795 lideró la Conspiración de San Blas, que pretendía la implantación de un régimen constitucional basado en la soberanía popular.
Apresado el conspirador y sus colaboradores, la esposa de Picornell, Feliciana, y el pequeño Juan Antonio fueron detenidos e interrogados, pero no delataron a nadie. El padre fue en principio condenado a la horca, pena que finalmente Godoy le conmutó por prisión perpetua en los territorios de ultramar. Su mujer salió del trance condenada por colaboracionista y el pequeño genio fue ingresado en el Hospicio de Madrid. Diez años después de ser vitoreado en la Universidad de Salamanca, Juan Antonio Picornell y Obispo volvía ser, de hecho, un huérfano.
En los tres años de estancia en el Hospicio, el que fuera niño prodigio fue encauzado a aprender un oficio “en que pueda ser útil su talento –puntualizó la sentencia– para retraerlo de que dedicándose a la carrera de estudios, pueda incurrir en los desvíos de su padre”. En 1798 su madre le reclamó legalmente para poderse trasladar con él a Mallorca, la tierra de su padre, y allí emprendió una nueva etapa de su vida. Ingresó en la Universidad de Palma, donde retomó los estudios de Filosofía y luego Teología, y se graduó como Bachiller en 1801. Tomó parte activa en polémicas intelectuales, escribió una tragedia en tres actos, “El Pigmalión”, que no llegó a publicarse y se casó en junio de 1807 con Josefa Andrea Fiol, natural de La Habana. Entre 1808 y 1812 escribió como redactor principal en el nuevo periódico Diario de Mallorca, y a partir de entonces la actividad de JuanAntonio Picornell se desvaneció entre escasos apuntes de los historiadores que investigaron la trayectoria de su padre, desterrado en principio en Venezuela.
El reencuentro con su padre parece impulsar el viaje que Juan Antonio emprendió a Nueva España (México) en 1814. Tras ocupar el cargo de secretario del Gobierno de Campeche, solicitó en ese mismo año una licencia para abrir una academia de instrucción para niños en Ciudad de México, y para ello se sometió a un nuevo examen para certificar sus aptitudes. Para la profesora López Souto, esa academia podría interpretarse como “la demostración al padre del fruto de sus enseñanzas. Picornell parece buscar con la fundación de este establecimiento la aprobación paterna del pedagogo”.
Por su parte, y tras fugarse con otros correligionarios de la prisión venezolana de La Guayra, Juan Bautista Picornell se había lanzado a la agitación revolucionaria recorriendo Mexico, Cuba, Baltimore y Filadelfia, hasta que en 1813 experimentó un cambio radical y entró al servicio de Fernando VII para actuar desde Nueva Orleans como delator denunciando los intentos de sublevaciones que se produjeran desde las colonias de Nueva España. No hay constancia de que se produjera el encuentro –por otra parte muy probable– entre padre e hijo, pese a la cercanía de ambos en aquella época. Pero sí de su desplazamiento a Tampico en 1817 tras conocer la temprana muerte a los 36 años del que fuera niño prodigio de la Universidad de Salamanca.