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Martes, 8 de febrero 2022, 19:52
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Isabel Villar (Salamanca, 1934) expone en el DA2 “Leones en el jardín”, una antológica poblada de sus mujeres desnudas, ángeles, niños y animales salvajes.
–Se la ve emocionada con esta exposición.
–Estoy totalmente anonadada. Ver tantos cuadros juntos y tan bien colocados en este espacio que es magnífico... Ni me reconozco.
–Dice que empezó a pintar casi cuando nació.
–Casi. Siempre me dediqué a pintar y siempre supe qué quería ser. Eso ha sido así toda la vida y he tenido el privilegio de dedicarme a lo que más me ha gustado.
–Entró de joven en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
–Me enteré de que para entrar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid bastaba con tener bachillerato elemental y no hacía falta la reválida. Había que hacer un dibujo que era para pasar una gran criba y tengo que reconocer que lo saqué a la primera. Era una copia exacta de una estatua griega o romana, a gran tamaño, en carboncillo. Era un dibujo totalmente clásico, pero como éramos muchos nos exigían que fuera perfecto. Tengo que reconocer que lo conseguí y con 18 años ingresé en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.
–¿Su familia apoyó su vocación porque era mujer?
–No lo sé, pero como desde chica siempre estuve dibujando y dedicada a ello... Me preparé en Salamanca con unos profesores magníficos de la Escuela de San Eloy, con Manuel Gracia y Zacarías González. Y a mi abuela Ana Mirat le entusiasmaba que yo pintara; me tenía un gran cariño y me ayudó mucho. Me hizo un estudio en la Plaza Mayor, en una galería de su casa. Y desde siempre se dio por hecho que yo iba a pintar y así fue.
–En su época de infancia y juventud en Salamanca, además de su abuela Ana Mirat, también contó con la complicidad de su tío Manolo Villar.
–Fue abogado en el Ayuntamiento de Salamanca toda su vida, pero dibujaba soberbiamente y, sobre todo, tenía un amor por el arte impresionante. Los jueves, normalmente, mi hermana Ana y yo íbamos a su casa a comer. Y aparte de la comida buenísima que nos daban, tenía gran cantidad de libros de arte, que en aquella época no era tan corriente. El primero que me habló a mí de Picasso y me enseñó un catálogo de Picasso fue mi tío Manolo Villar.
–También es descendiente de Manuel Villar y Macías.
–Villar y Macías era hermano de mi bisabuelo. Ya no le conocimos ninguno, pero yo tengo su “Historia de Salamanca”.
–En Madrid conoció a su marido, el artista Eduardo Sanz.
–Estábamos en el mismo curso en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Él era de Santander. Congeniamos. Los dos tuvimos una gran admiración y respeto por la pintura y el trabajo del otro. Aparte de marido y mujer, éramos unos magníficos compañeros de arte y nos ayudábamos muchísimo, respetando totalmente lo que hacía el otro, que siempre era una obra totalmente distinta. Con mi hijo Sergio, magnífico pintor y también totalmente distinto, hizo una exposición preciosa meses antes de morir Eduardo en el Palacete del Embarcadero que se llamaba “Tan cercanos y distintos”.
–Cuando Eduardo Sanz se fue a París ¿se hicieron novios por carta?
–No. Éramos compañeros de curso y nos llevábamos muy bien y cuando él volvió de París, nos volvimos a ver en Bilbao, donde estaba mi hermano mayor como ingeniero de montes. Eduardo vino desde Santander y el noviazgo fue algo que dimos por hecho. Nos casamos relativamente pronto y nos fuimos a vivir a Santander cuatro años. Pero nos dimos cuenta de que haciendo pintura de vanguardia, sobre todo la de Eduardo, vivir en Santander era complicado y nos volvimos a Madrid. Él murió hace 8 años y hemos vivido 60 años en Madrid.
–Solo pinta en su estudio de Madrid, nunca pinta fuera de él.
–Fuera de mi estudio de Madrid, me cuesta bastante. Estoy pintando en este momento en el caballete en el que pintaba Eduardo y mi antiguo estudio ha pasado a ser almacén de las obras de Eduardo y de otros pintores. Yo creo que me está inspirando pintar en el caballete de Eduardo.
–¿Pinta deprisa?
–Bastante deprisa. Para lo minucioso que es mi trabajo, hago las hojitas y las hierbitas como si estuviera haciendo ganchillo.
–¿Piensa mucho sus cuadros? Dice el comisario de “Leones en el jardín”, Sergio Rubira, que hay temas que la acompañan toda la vida, pero en los que va evolucionando.
–Voy escogiendo temas, pero no pienso mucho; es algo que sucede de repente. La exposición anterior fue con mis mujeres desnudas, los ángeles, niños y niñas con animales salvajes... Hubo otras exposiciones que hice de ángeles o gitanas y toreros, familias antediluvianas... y casi siempre aparecen animales salvajes por alguna esquina, en convivencia y tan contentos con los seres humanos; es utopía, pero como me gusta, lo hago.
–Camilo José Cela le encargó un cuadro y pagó religiosamente el encargo.
–Una vez que expuse en Palma de Mallorca vio mis cuadros. Fui con el galerista, que era muy amigo de él, a su casa y me sacó una foto de su padre cuando era niño. Y me dijo: “Te advierto que aunque no se parezcan mucho en el cuadro no pasa nada porque no me acuerdo de cómo eran”. El cuadro me quedó bonito y procuré que los personajes se parecieran a su familia. Se lo mandé, me lo pagó y estuvo muy simpático y encantador.
–¿Se considera pionera en el arte feminista?
–Sí. Desde muy pronto quise que se notara que mis obras estaban pintadas por una mujer. Eso lo tuve muy a gala porque exponía en muchas colectivas donde era la única mujer.
–En 1970 expuso en la galería Sen de Madrid.
–Fue mi primera exposición individual en Madrid. Me fue muy bien. Era una exposición de mujeres desnudas con jardines; vino televisión, pero luego en las imágenes solo salían los jardines.
–Ha sido un bonito gesto ponerse la Medalla de Oro de Salamanca en la apertura de la exposición del DA2.
–Me la dieron hace tres años. Y es la única joya que me queda; me robaron todas las que heredé de mi madre y de mi abuela. Entraron dos veces y me dejaron sin nada. Y la medalla la tengo escondidísima porque es la única que me queda y es una joya importante.
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