El 17 de septiembre de 2015, la Universidad de Salamanca acogió en su emblemático Paraninfo un acto inolvidable: la investidura de Mario Vargas Llosa como doctor honoris causa. Aquel día, el escritor peruano, ya Premio Nobel de Literatura (2010), ingresó en el Claustro de Doctores del Estudio salmantino, acompañado por la emoción de casi medio millar de asistentes y bajo el apadrinamiento académico de la profesora Carmen Ruiz Barrionuevo.
Ruiz Barrionuevo, catedrática del Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana, fue la encargada de presentar al nuevo doctor. Tal y como publicó LA GACETA un día después de la celebración del acto, durante su intervención, destacó la trascendencia de la obra de Vargas Llosa por su depurado uso del idioma y su papel en la difusión de la lengua española en el mundo. «Promueve el español con sabiduría y su literatura no se somete a intereses ajenos, sino que rige su vida», afirmó.
El homenajeado, visiblemente emocionado, abrió su discurso con palabras de gratitud: «Es para mí una enorme responsabilidad intelectual formar parte de la universidad en activo más antigua de España». Bajo el título 'Reflexiones de un escritor', Vargas Llosa compartió con los presentes una profunda y lúcida meditación sobre su vocación literaria.
Recapitulando desde sus primeros pasos como lector hasta la complejidad del proceso creativo, el autor explicó su modo de trabajar, sostenido en tres pilares: la escritura como un ejercicio de corrección, persistencia y exigencia. «Soy un reescritor», confesó, añadiendo que rara vez la historia que el escritor imagina se corresponde con la que finalmente recibe el lector. Con tono cercano y algunas anécdotas, también provocó algunas risas entre los asistentes.
Pero fue en la parte final de su discurso donde dejó una de sus declaraciones más memorables. Al preguntarse para qué sirve la literatura, afirmó: «Estoy convencido de que la literatura tiene efectos en la vida. Es enormemente útil porque es una fuente de insatisfacción permanente. Crea ciudadanos descontentos, inconformes... Nos hace a veces más infelices, pero también nos hace muchísimo más libres».
El rector, Daniel Hernández Ruipérez, subrayó la relevancia de esta investidura para la historia reciente de la universidad: un acto que, más allá del protocolo académico, se convirtió en un homenaje a la libertad de pensamiento y al poder de la palabra.
Hoy, tras su muerte en Lima, aquel día de septiembre en Salamanca adquiere una dimensión especial. Ya no es solo el recuerdo de un honor otorgado a uno de los escritores más importantes en lengua española, sino también una suerte de despedida anticipada. En el corazón de la universidad que vio pasar a Fray Luis de León, Unamuno o San Juan de la Cruz, el autor de algunas obras como 'La fiesta del chivo' dejó su testimonio más personal sobre lo que significa vivir escribiendo.
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