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La Peña Celestina, vestigio del antiguo Alcázar, es posiblemente uno de los lugares con mayor aura de misterio en la ciudad, ya que, tal y como indica su nombre, se cree que pudo inspirar a Fernando de Rojas para crear la casa donde la alcahueta realizaba sus conjuros en su obra cumbre. Aunque no se puede saber a ciencia cierta, dado que el autor nunca especificó el municipio donde transcurre la trama de La Celestina.
El personaje de Lucrecia, criada de Melibea, describe a la bruja como «aquella vieja de la cuchillada que solía vivir en las tenerías, a la cuesta del río», lo que podría coincidir con la localización del lugar ficticio en el que la protagonista llevaba a cabo sus reposiciones de virgos, sus embrujos de magia negra y las actividades del lupanar.
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Aunque todo esto quedaría reducido en un inicio a la ficción, la Peña Celestina ha sido testigo de lamentables sucesos y espeluznantes apariciones. La más destacada es la de un fantasma en sus inmediaciones, que atemorizó al barrio de los Caídos, actual barrio de La Vaguada.
Este hecho queda recogido en una edición impresa de El Adelanto del 22 de agosto de 1906. Según el relato, desde el viernes 17 de aquel mes, los vecinos del área aseguraban haber visto a un hombre vestido de blanco, quien aparecía en las noches gritando: «¡Polonia! ¡Aquellos ratos que pasábamos!». Los serenos, encargados de mantener el orden nocturno, realizaron varias búsquedas sin éxito, lo que inicialmente hizo que algunos consideraran el suceso una broma. Sin embargo, la repetición de los avistamientos y el creciente número de testigos obligaron a las autoridades a tomar medidas más serias.
El misterio del fantasma atrajo a más de 800 personas, que, armadas con garrotes, se congregaron en los Caídos, esperando capturar a la figura espectral. A pesar de los esfuerzos, la aparición nunca fue atrapada ni identificada, dejando una sensación de extrañeza y entretenimiento en la comunidad. El propio periódico señalaba el carácter trágico-cómico del evento, con los vecinos desilusionados regresando a sus casas sin haber resuelto el enigma, pero habiendo participado en lo que se convirtió en una verdadera leyenda urbana para la ciudad.
Por desgracia, la cosa no queda ahí, ya que este lugar, por su altura, era conocido por ser un punto elegido por algunas personas para acabar con su vida, como fue el caso de un joven cochero conocido en la ciudad que, tal y como recoge también El Adelanto en 1908, concretamente el 16 de enero, se precipitó de la Peña con los ojos vendados después de mantener una trifulca con un vecino por haber atropellado y acabado con la vida de su burro.
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