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«Ahí lo tengo. No sé qué hacer con él. Lo cuido y lo custodio», explica Arturo Cruz Corral, especialista en Medicina Legal y Forense que conserva en su casa desde hace 22 años a Artus, un salmantino de la época romana con 1.500 años de antigüedad. Un esqueleto que a lo largo de este tiempo le ha contado muchas cosas. El forense guarda como un tesoro dos baúles. Abre con cuidado el más pequeño, de unos dos palmos de largo, para enseñarnos a «su» romano. Surge un cráneo y nos presenta a Artus. «Le llamé así porque como yo me llamo Arturo…». A primera vista impacta lo bien conservado que está y la dentadura casi perfecta. Le coloca con cuidado la mandíbula y acomoda la cabeza encima de la mesa. Se nota que él lo tiene muy visto, pero impacta tener delante a un paisano que vivió en Salamanca en el siglo V después de Cristo.
Llega el turno del segundo baúl, más grande y alto, con suficiente capacidad para acoger el resto de huesos del esqueleto que se encontró en muy buen estado de conservación en marzo del año 2003 en las excavaciones para construir el hotel del Casino del Tormes, junto al Museo de Automoción. Cuando la excavadora metió la pala en una zona que había servido de rampa, aparecieron varios esqueletos. «El mejor conservado era este y determinaron que se hiciera el estudio para después conservarlo», explica el especialista. Por eso le llamaron y durante cuatro días comenzó el análisis in situ, para después inventariar los restos y llevarlos a su estudio para continuar conociendo a Artus.
Durante más de año y medio, aprovechando ratos tras el trabajo, comenzó a unir las piezas que cuentan la vida del esqueleto, que se encontró con un ajuar, una lucerna y un significativo clavo. Con las manos cuidadosamente colocadas sobre el abdomen. «Me llamó el arquitecto de entonces del Ayuntamiento, el arqueólogo y el aparejador de la obra», rememora Cruz. El día 6 de marzo de 2003 estaba a pie de obra para iniciar un trabajo que ha marcado su vida. Tuvo que reconstruir el cráneo, que estaba incompleto, «pero bastante bien conservado». Se envió una muestra a un laboratorio de Granada para datar los restos y determinar que tenía 1.500 años. Por lo tanto, y por la época, el forense determinó que el hombre era un vándalo-asdingo, pueblo que durante una época ocupó Salamanca. Incluso ha recreado la cara de su «compañero», caracterizada por una importante desviación nasal. «No he podido determinar si le partieron la nariz o si nació así». Lo cierto es que no es el único traumatismo de Artus en su lazo izquierdo, además del hundimiento malar se fracturó el fémur izquierdo y los huesos muestran una lesión en la tibia del mismo lado, «que no llegó a romperse».
Artus era un hombre atlético, ni delgado ni obeso, de entre 35 y 45 años de edad, aunque el forense afina que puede que muriera con entre 37 y 43 años. «Medía entre 1,65 y 1,72 metros y por sus dientes y el número que conservó era consciente del cuidado de la higiene bucal, además de tener buenos hábitos alimentarios». El romano de Arturo Cruz se alimentaba bien, pero también sufría procesos de estrés, una patología muy de actualidad, que le provocaron bruxismo, según la consulta que realizó a un dentista para avanzar en su informe, para el que se hicieron incluso placas de rayos X. Por el desarrollo de sus huesos, especialmente del brazo derecho, determina que era diestro y probablemente un militar que utilizaba la lanza habitualmente, quizás para defenderse de los ataques de pueblos como los Alanos.
El forense desconoce qué paso con el resto de huesos del hallazgo, así como con la cocina celta ubicada más arriba. «Todos la vimos, con su chimenea y todo. Además cuadra con la época porque estaba enterrada un metro más arriba que los esqueletos, lo que la situaría en una época seis siglos posterior».
Pasó el tiempo y el especialista fue encajando más piezas del puzzle de Artus sin que nadie le reclamara los restos. «Prefiero que el hallazgo tenga un beneficio para la sociedad, para eso estuve trabajando en el informe durante tanto tiempo, para que tenga un destino que aporte luz a la historia de la ciudad», defiende. «Hace tiempo me dijeron que iba a ir al Museo de Salamanca, pero nadie se puso en contacto conmigo».
Una década después, algunos de los arquitectos municipales que participaron en el hallazgo le dijeron que al pasar tanto tiempo, los restos ya podrían ser de su propiedad. «Cuento todo esto por él, para que tenga un buen destino».
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