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Tetyana, Zlata, Manuel Muiños, Luca, Artem, Victoria, Alina, Soitlana, Kateryna, Olena, Lidia, Yuliia, Luidmyla, Daryna y Cristina, en el jardín de la casa de Proyecto Hombre. FOTOS: ALMEIDA
El refugio donde los ucranianos han recuperado la sonrisa en Salamanca

El refugio donde los ucranianos han recuperado la sonrisa en Salamanca

Proyecto Hombre acoge en su casa del paseo fluvial desde hace más de un mes a 10 mujeres ucranianas y sus hijos, que relatan cómo fue su éxodo y cómo intentan recuperar sus vidas en Salamanca

Lunes, 9 de mayo 2022, 13:25

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El susurro del río Tormes y la visión imponente de las Catedrales al mirar al cielo son la mejor medicina para intentar encontrar la paz interior en el refugio junto al paseo fluvial que, desde hace más de un mes, ofrece Proyecto Hombre a 14 refugiadas ucranianas. Diez mujeres, dos niños, una niña y una adolescente que se han unido para hacer frente a la adversidad de una guerra que les arrebató todo cuanto tenían. Una pequeña familia que sorprende por ese derroche de cariño con los de fuera, por su implicación, viveza y sus ganas de salir adelante. La angustia y los nervios con los que bajaron del autobús procedente de Polonia la noche que pisaron por primera vez la casa de Proyecto Hombre se han transformado en “tranquilidad”, nos cuentan. Una calma, al menos aparente, que ha llegado gracias a la excepcional acogida y el afecto y la ternura con la que Manuel Muiños, presidente de Proyecto Hombre, de forma personal, y su equipo cuidan de estas mujeres.

El futuro sigue siendo muy incierto. No hay fecha para el fin de la barbarie rusa y menos para una reconstrucción del país que se prevé larga. Por eso estas mujeres, que en su mayoría proceden de las zonas más masacradas por el ejército ruso en Donetsk, Odesa, Nikolaiev y en los entornos de Kiev, no tienen claro si retornarán algún día a su tierra y cuándo lo harán. “No han decidido nada. No saben si sus viviendas están en pie, pero seguramente estará todo destrozado. Aunque les tira la tierra y están separadas de sus familias, aquí en Salamanca están bien protegidas y a gusto”, traduce Lidia, médico ucraniana afincada en Salamanca, integrante de la asociación de compatriotas y que ejerce de traductora para este reportaje.

Fue Lidia quien voló a Polonia para llenar un segundo autobús solidario. Quien recorrió la estación de Varsovia para ofrecer asientos libres en ese autobús con destino a Salamanca. Una propuesta de una desconocida que decidió aceptar con valentía Soitlana, acompañada de sus hijas Kateryna y Victoria y su nieto Artem. Una lágrima recorre la mejilla de la mujer cuando recuerda aquel momento en el que se subió a un autobús con rumbo desconocido e incierto. “Hacía cinco minutos que habíamos llegado a Varsovia en un autobús que cogimos cerca de la frontera, cuando encontramos a Lidia. Parece que nos estaba guiando Dios”, describe Victoria, la hija mayor de Soitlana y madre de Artem, un inquieto niño de cinco años que brujulea divertido por el comedor y la cocina de la casa de Proyecto Hombre.

“No quería salir de mi país. No quería pensar en que si le ocurría algo a mi marido, no iba a estar a su lado”

Su madre relata cómo antes de que estallara la guerra el pequeño ya había comprado su mochila y ansiaba con ilusión iniciar el colegio —en Ucrania la escolarización comienza con 6 años—. Hace unos días ha cumplido por fin su sueño, aunque en España.

En las aulas del colegio Jesuitinas, muy cercano a Proyecto Hombre, ocuparán ahora sus mañanas los cuatro menores de este grupo, mientras que las mujeres seguirán con sus clases diarias de español en las aulas de la Universidad Pontificia.

En el complicado aprendizaje de castellano ponen todo su empeño, admiten, por esa necesidad imperiosa de retomar su vida laboral y lograr independencia económica. “En nuestras casas, en Ucrania, sólo queríamos descansar del trabajo y aquí queremos trabajar”, reitera Liudmyla, que trabajaba como manager de una firma. Ella, junto con sus hijas —Cristina, química de 27 años y Daryna, estudiante de 18 años—, y su madre Valentyna fueron de las últimas en incorporarse a la casa de Proyecto Hombre tras pasar por Valencia y Zamora en un periplo desde Polonia a cargo de bomberos solidarios españoles.

Los bombardeos fracturaron en pedazos sus vidas. Daryna no pudo concluir el Bachillerato y se quedó “colgada” cuando en sus plantes estaba iniciar la carrera de Medicina. Estudiante de español en Ucrania, ha retomado las clases del idioma en una academia de Salamanca durante cuatro horas al día para alcanzar el nivel que le permita concluir su formación, convalidarla e iniciar después la carrera en España.

“Tenemos familiares en Rusia y ya no nos hablamos. Les lavan el cerebro: nos dicen que nos matamos entre nosotros”

Daryna es la que agarra fuertemente la mano de su hermana mayor Cristina cuando ésta rememora con la voz entrecortada el fatídico 24 de febrero. “Vivía y trabajaba en Odesa y mi marido es militar. Tres bombas me despertaron aquel día, pero fuimos como normalmente a trabajar. A las dos horas nos hicieron regresar a casa. Por el camino vi el humo cerca de mi casa, en la zona militar. Llamé a mi marido para asegurarme de que había podido salir a tiempo del edificio. Me dijo que sí pero no podía desvelar dónde estaba”, recuerda con desasosiego. Hace sólo medio año que Cristina se casó, por eso separarse de su esposo ha sido lo más duro. “No quería salir de mi país. No quería pensar en que si le ocurría algo, no iba a estar a su lado”, cuenta entre llantos. Su madre Liudmyla la calma y toma el relevo en el relato: “Yo estaba asustada por el avance de los bombardeos y llamé a mi yerno para convencerle de que mi hija tenía que salir del país. Él lo entendió y le explicó a mi hija que estaría más tranquilo y lucharía más si sabía que ella estaba en un lugar seguro”.

No perdieron más tiempo. Jugaba en contra. Las cuatro mujeres de esta familia se subieron al primer tren que salió al oeste de Ucrania y de ahí a otro a Polonia. El conocimiento del castellano de Daryna les animó a elegir España como destino final de su éxodo. Un viaje con sólo una mochila y su gato ‘Simba’. “Aquí, ‘Simba’ es mi antiestrés”, confiesa entre risas, ya más tranquila Cristina, que cada día escribe a su marido para saber cómo está. “Cualquier respuesta es una buena noticia”.

En la conversación grupal en el comedor, preguntamos por Rusia. El rechazo es unánime con tan sólo escuchar el nombre. “Sentimos odio”, responden. “Tenemos familiares en Rusia y ya no nos hablamos. No entendemos hasta qué punto llega el lavado de cerebro que les están haciendo para que digan que nos estamos matando entre nosotros”, aseveran con rabia. Desde que estas mujeres iniciaron su éxodo, a la constante preocupación por la situación de los familiares que dejaron atrás en Ucrania se une un intenso sentimiento de culpabilidad. Es lo más difícil de gestionar. “Después de hablar con psicólogos estamos más tranquilas”, admite Olena.

Cuando esta diseñadora de interiores de Kiev vio los primeros bombardeos a las afueras de la capital se asustó y decidió huir sola. “Estuve tres semanas en Polonia. Compraba por mi cuenta porque las familias con niños necesitaban más que yo los alimentos que repartían los voluntarios. Busqué trabajo, pero era difícil con tanta inmigración. Por eso decidí ir a España. Sé que hay muchas fábricas de muebles y diseño de interiores y el calor, la gente y la arquitectura me atraían”, explica Olena, que a través de internet encontró la página web de la asociación de ucranianos en Salamanca y la oferta de plazas en un autobús gratuito desde Varsovia.

“Aquí estoy contenta. Primero tengo que aprender el idioma, pero ya he entrado en una tienda de exposición de muebles y les he hablado en inglés para mostrarles mis diseños”. Olena ejemplifica ese afán por conseguir un empleo y por integrarse, con un claro interés en la cultura española.

“Después de hablar con psicólogos estamos más tranquilas. Queremos aprender español y empezar a trabajar”

La barrera del idioma no impide que estas refugiadas valoren y sientan el cariño de todos los salmantinos que les apoyan. “Nos han recibido muy bien, siempre queriendo ayudarnos. En alguna tienda nos han dado la bienvenida y las gracias usando el traductor de Google del móvil”, agradecen.

“Cuando empezó la guerra pensaba que no podía seguir así. Era irreal. Pero veía que iba a peor y a peor”. Alina trabajaba como jefa contable en una empresa privada en Boiarka, otra de las zonas más atacadas por Rusia a las afueras de Kiev. Ella huyó con su vecina a una casa de unos conocidos cerca de Varsovia, en Polonia. “Pensaba encontrar empleo en Polonia pero una amiga de la infancia me contó que estaba acogida por la ONG Accem en un hotel en Salamanca y decidí venir aquí”. Alina dejó a su único hijo de 21 años en Ucrania que, por el momento puede seguir trabajando en una franquicia al oeste del país, donde la situación es algo más “tranquila”. Junto a Alina se sienta en el comedor Yuliia, una de las mujeres más jóvenes de la casa. Madura y responsable a sus 22 años, dejó a los suyos para huir con un grupo de amigas a Polonia antes de embarcar en el autobús hacia Salamanca alentada y acompañada por su madrina Lidia. Yuliia hace vida en su habitación. Reconoce que el horario intensivo de clases online de la carrera de Medicina que cursa, las sesiones de castellano y las horas de estudio son la mejor terapia para mantener la cabeza ocupada y no pensar.

La familia ucraniana del hogar de Proyecto Hombre se revitaliza con dos sonrisas infantiles y risueñas que entran por la puerta del salón a última hora de la tarde. Son las del pequeño Luca y su hermana Zlata, los hijos de Tetyana, profesora de un colegio en una localidad de la provincia de Kiev. Luca y Zlata, junto con Artem salen al jardín y corren divertidos ante la cámara del fotógrafo bajo las primeras gotas de una tormenta pasajera que deja como regalo un precioso arco iris en el atardecer. El arco iris de la esperanza.

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