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Lucas Proto, en una plaza de Lviv, localidad al oeste de Ucrania
El exalumno de la Pontificia que es corresponsal en Ucrania: “En el hotel creían que era espía ruso”

El exalumno de la Pontificia que es corresponsal en Ucrania: “En el hotel creían que era espía ruso”

Lucas Proto busca desde Lviv las historias de la retaguardia y relata el drama del éxodo de refugiados

Jueves, 10 de marzo 2022, 20:42

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Diez de la mañana en Lviv. En la sexta localidad más poblada de Ucrania, ubicada a 70 kilómetros de la frontera polaca, trabaja desde hace dos semanas Lucas Proto, periodista de El Confidencial y exalumno de la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia (2009-2013). Aprovecha para tomar un desayuno en el “café de los gatos” de la ciudad mientras atiende a LA GACETA por teléfono, antes de iniciar su jornada periodística en la retaguardia.

“En esta ciudad, alejada de la zona de conflicto, la vida transcurre con relativa normalidad. Han vuelto a reabrir los negocios, pero hay señales evidentes de que estamos en guerra: estatuas tapadas, ‘checkpoints’ militares en cada esquina... No hay turistas, sino miles de refugiados que llegan cada día de otras zonas del país para intentar alcanzar la frontera desde la estación de tren de Lviv”, explica el periodista, que realiza su primera cobertura ‘in situ’ de un conflicto bélico.

“Mires por donde mires es el mismo drama. Familias separadas en cada esquina. Padres llorando al despedirse de sus hijas sin saber si volverán a verse. Es una tragedia a gran escala como nunca le ha tocado vivir a Europa”, describe Lucas Proto, que se siente un privilegiado. “Los periodistas sabemos que tenemos una casa a la que volver. Cuando sales a la frontera, tu periódico te da facilidades y en los ‘checkpoint’ hay paso acelerado para la prensa. El que me preocupa no soy yo, sino toda la gente que voy conociendo aquí, que no sabe si al final tendrá que abandonar el país”.

Lucas Proto llegó a Ucrania “de rebote”, nos cuenta. “Hay tres vías para llegar y la mía es la menos común. Lo normal es que te vayas a un conflicto de freelance, con una mano delante y otra detrás, y te la juegas a conseguir trabajo una vez estés allí. La otra es que si ya tienes reputación previa y el periódico sabe que puede contar contigo te envía de corresponsal. Y mi caso es que ya teníamos un muy buen corresponsal experto en Ucrania, que estuvo dos semanas antes de estallar el conflicto, volvió a España cuando parecía que se había calmado y cuando se inició la invasión no pudo volver. Había un hueco y mi editor me preguntó si iría. No lo dudé y un minuto después ya estaba comprando los billetes a Polonia”, explica el joven zaragozano.

Los primeros días no fueron fáciles. “Quien no sienta miedo por primera vez es imbécil, o eso, o la adrenalina no le deja pensar bien. Claro que vine con miedo. No hablo ruso ni ucraniano y puedo convertirme en sospechoso de espionaje y acabar en la cárcel como el periodista Pablo González. Que sigue preso y nadie hace nada. Cuando escuchas la primera alarma antiaérea te cagas encima, pero a la decimoctava ya lo llevas con normalidad. Una vez llegas aquí es increíble cómo te acostumbras a lo extraordinario”, admite el cronista de El Confidencial.

Él fue de los primeros reporteros en instalarse en Lviv y tuvo la suerte de encontrar alojamiento en una especie de apartahotel en una casa “ultra-antigua” en pleno centro de la ciudad. “Ahora con la oleada de periodistas y refugiados, el alojamiento disponible más próximo está a 40 kilómetros”, confirma. Pese a todo, Lucas Proto ya ha sufrido problemas en su apartahotel: “Con la paranoia existente, casi me echan porque creían que era un espía ruso”.

La desconfianza es generalizada en las calles de Ucrania. “Frente a la cafetería desde la que te hablo hay un acuartelamiento. La plaza está rodeada con una barricada y ‘checkpoints’. Si alguien te ve haciendo fotos de eso, te obligan a borrarlas en el mejor de los casos. A un compañero lo sacaron a patadas de la estación de tren porque alguien dijo que era un saboteador ruso. Le trataron bastante mal. No les culpo por la paranoia porque es parte de la guerra y porque los rumores y las noticias falsas se extienden por todas partes”, agrega el periodista, que en las aulas de la Facultad ya soñaba con la “idea romántica” de ser corresponsal de guerra cuando leía a Manu Leguineche y a Ramón Lobo.

“Es extraño porque es un sueño cumplido a destiempo, cuando ya no tenía intención de cumplirlo. Pero es una gran ventaja tener 30 años y no 20 para ver las cosas con otra madurez y no cometer errores”, confiesa Lucas Proto.

Su caso es distinto a esos cronistas de guerra que cuentan con el apoyo de un ‘fixer’, un guía-intérprete con contactos en el ámbito político y militar, que facilita el trabajo. Lucas Proto cuenta que hizo su primer contacto en Lviv tras leer un hilo de Twitter de un joven voluntario que le pareció amable. “Uso mucho el Google Translate y pido a jóvenes que hablan inglés que me hagan de traductores. Yo cuento las historias que veo y me busco la vida, y no quito mérito a los que tienen un ‘fixer’ que es imprescindible”, reconoce.

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