El duro recuerdo de un militar salmantino: “Me puso a su bebé en brazos y me dijo que me la llevara”
El cabo mayor Manasés habla de la labor del Ejército en las misiones y recuerda su intervención en Centroamérica tras el huracán Mitch, cómo vivió el tsunami de Indonesia y la pérdida de compañeros en el accidente del Yak-42
Sábado, 19 de noviembre 2022, 15:59
“La primera misión fue la que más me impactó en el sentido de que muchas veces no apreciamos lo que tenemos. Llegar a casa, abrir el grifo y tener agua corriente... O cuando estás quince días en un convoy en un desierto de Afganistán y tienes que ducharte con una botella que está a 50 grados, que es a su vez el mismo agua que luego bebes... Esas cosas son complicadas”. La pasión por el Ejército del ahora cabo mayor Manasés, del Regimiento de Especialidades de Ingenieros número 11 de Salamanca, comenzó cuando solo era un niño. Su padre, militar, se la inculcó y con solo 18 años se alistó. Hoy tiene 47 y un sinfín de experiencias a sus espaldas tras acudir a misiones en territorios como Afganistán, Irak, Indonesia o Bosnia Herzegovina.
Cuando cuenta su historia lo hace con ilusión, con añoranza por los primeros años pero sobre todo con compromiso y responsabilidad. Por encima de todo, tiene claro la importante labor de defensa que tiene cada día. Ejercicios teóricos, prácticos, maniobras, kilómetros de esfuerzo... Todo por garantizar la paz. Sin embargo, aunque no es lo más habitual, el Ejército realiza una importante labor de ayuda humanitaria, una tarea gratificante que no todos podrían realizar. “Hay que ser mentalmente fuerte. He hecho mi trabajo lo mejor que he podido. Al llegar a casa haces un paréntesis para que no te afecte a tu vida familiar, pero hay situaciones que marcan”, reconoce.
Para que todo el mundo pueda empatizar, relata varios momentos de sus misiones humanitarias. “La primera fue en Centroamérica, en Nicaragua y Honduras. Fuimos a raíz del huracán Mitch. Llegar con 23 años y encontrarme con ese nivel de pobreza extrema, sobre todo en las zonas más profundas... Marca”.
“La vez que más feliz he visto a mi vida a un niño fue allí. En España le puedo regalar a un niño una consola o un patinete eléctrico y no veré la cara de felicidad que yo vi en ese muchacho. ¿Y sabes por qué? Por que le regalé una botella de agua vacía. Me dijo que así podía tener algo para llevar a la escuela y beber. Hasta ese punto”, cuenta. Mientras habla, al cabo mayor Manasés le viene a la cabeza otra desgarradora imagen, la de la joven que, desesperada, le pidió que salvara a su hija. “Cuando se preparó esa misma misión en España nos advirtieron que no se sabía muy bien lo que nos íbamos a encontrar en Centroamérica. Entonces yo lo que hice, por previsión, es llenar de comida en lata uno de los camiones que íbamos a llevar. Sin embargo, luego allí comimos muy bien y esa comida no fue necesaria. Obviamente habiendo necesidad yo no me la iba a traer y a base de hacer viajes por allí, que atravesábamos mucha parte de selva, recuerdo que pasábamos siempre una choza de palos en la que vivía una joven de unos 23 años con cuatro o cinco niños”, cuenta. Paró y aunque al principio la mujer se mostró desconfiada aceptó los alimentos. “Me lo agradeció muchísimo. Me contó que estaba sola, que su marido había muerto con el huracán... Llevaba en brazos a una bebé que no tenía ni ocho meses y me la puso y me dijo que me la llevara, que me la trajera a España porque se le iba a morir, ya que ella no podía mantenerla”. Al cabo mayor Manasés le costó justificar su respuesta. “¿Cómo le explicas que no puedes hacer eso? ¿Cómo se tiene que ver una mujer para entregarte a su hija? Es algo complicado y que recuerdas toda tu vida”, apunta.
Precisamente, el ayudar a los demás es una de las vertientes de su profesión que más le gustan, aunque reconoce que el no poder abarcar a todos aquellos que lo necesitan le resulta complicado. “En Indonesia tras el tsunami nos encontramos un nivel de devastación bestial cerca de la costa. Es difícil imaginarlo pero casas de hormigón armado habían desaparecido. Había quedado el suelo y sabíamos por la forma qué había sido el baño o la cocina. No quedaba ni un ladrillo en las paredes y en algunos sitios había arrancado hasta el asfalto de las carreteras”.
Para superar esas imágenes, el compañerismo es fundamental. De ahí que uno de los mayores golpes que le haya dado el Ejército, entre las cientos de alegrías, haya sido el accidente aéreo militar del Yak-42 en 2003, en el que fallecieron 75 personas. “Yo fui a esa misión de Afganistán. Me vine en el avión anterior y ese salió una semana después. Habíamos quedado para cenar cuando llegaran a España con nuestras parejas para celebrar el regreso... Perder de repente a esa gente con la que has estado 24 horas al día y con la que has hecho tanta amistad... Eso sí es algo que me ha marcado”, concluye.