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Si la Plaza Mayor supone todo un emblema para los salmantinos, también lo es el kiosko de Dori, una estructura metálica que ha visto evolucionar al monumento desde hace «casi 80 años», cuando su padre estaba al frente del negocio y ella lo acompañaba, prácticamente, «desde el colegio».
Con el paso de los años, Dori y su difunto marido, Fermín, asumieron la gestión del kiosko de lunes a domingo todos los días del año, hiciese frío o calor, lloviese o hiciese sol, desde aproximadamente las seis de cada mañana hasta las nueve de la noche, viendo evolucionar a una plaza rebosante de vida, de la que la salmantina recuerda con nostalgia todos los productos que antaño se podían adquirir en sus soportales, como «ropa, butano, piezas de loza, bolsos o cremas», mientras que ahora «todo está lleno de cafeterías».
A pesar de los cambios y desafíos, Dori se mantiene firme en su decisión de seguir atendiendo el kiosko «hasta que pueda», sin pensar en la jubilación y disfrutando de despachar en un lugar en el que «siempre hay mucho ambiente» y del que no se movería por ningún motivo, ya que para ella «es un privilegio».
«Por aquí pasa siempre muchísima gente, al igual que venía siempre la duquesa de Alba, y, de hecho, cuando viene algún hijo siguen llevándose los periódicos» cuenta ilusionada Dori, que también recuerda haber atendido a actrices como Concha Velasco o Lola Herrera.
Aunque no sólo conocidas personalidades compran o han comprado en este establecimiento, la fidelidad y cercanía con su clientela, a la que Dori «conoce de toda la vida», han sido una constante que le ha permitido continuar al frente del kiosko, a pesar de la pandemia y de la evolución tecnológica, mostrándose como una fiel defensora de los periódicos y las revistas.
«Internet y los móviles han hecho mucho daño, pero yo sigo diciendo que como la prensa en papel no hay nada», apunta la kioskera.
Además de diarios y magacines, también están expuestas un montón de postales de Salamanca, ya que, según relata Dori, son muchos los turistas que pasan frente a su negocio cada día, al punto de que durante décadas ha vendido prensa internacional, pero, tras la pandemia, ha dejado de hacerse.
La devoción de Dori por su kiosko a lo largo del tiempo se ve reflejada en el trato con sus clientes habituales, de tal forma que antes de que le pidan alguno de sus productos, ella ya los tiene preparados y, mientras conversan, su negocio va construyendo un testimonio vivo de la historia de Salamanca, donde tradición y comunidad se entrelazan.
«Los clientes y yo nos conocemos de toda una vida, son muy buena gente y te puedo asegurar que nuestra relación es fenomenal», insiste Dori con una sonrisa.
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