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José María Gil-Robles (en el centro) en un mitin de la democracia cristiana durante la Transición LOS ÁNGELES

Cuando el líder nacional de la derecha era un salmantino

José María Gil-Robles y Quiñones tuvo una larga biografía política, desde 1923 a 1975. En sus memorias (1968) afirmó que no estuvo al corriente del golpe de Estado de 1936

Martes, 16 de febrero 2021, 21:54

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El salmantino José María Gil-Robles y Quiñones (1898-1980), abogado, periodista, diputado y ministro, tiene una larga biografía política y fue un líder indiscutido de la derecha española tras impulsar la creación de la CEDA. Su hijo José María Gil-Robles (PP) llegó a ser presidente del Parlamento Europeo. Otro de sus hijos, Álvaro Gil-Robles, fue defensor del Pueblo.

Nació en una familia de la clase media salmantina. Su padre, Enrique Gil Robles, catedrático de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, fue diputado tradicionalista por Pamplona entre 1903 y 1905. José María estudió en el Colegio de Jesuitinas y en Los Salesianos. En la Universidad de Salamanca empezó con la carrera de Letras, pero terminó licenciándose en Derecho en 1919 con premio extraordinario, como detalla el historiador Manuel Álvarez Tardío en el Diccionario Biográfico. Acabada la licenciatura abandonó Salamanca para cursar los estudios de doctorado en Madrid, al tiempo que cumplía el servicio militar en el Regimiento de Ferrocarriles. También amplió estudios en la Sorbona, de París, y en la Universidad de Heidelberg.

“El Debate”

En 1922 obtuvo la cátedra de Derecho Político en la Universidad de La Laguna (Tenerife). Nunca llegó a ejercer, recuerda Manuel Álvarez Tardío, pues nada más tomar posesión solicitó la excedencia. Tenía por delante un trabajo que iba a resultar decisivo para su formación política: durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera se incorporó al Consejo de Redacción de “El Debate,” periódico vinculado a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, destacado defensor de los intereses católicos y simpatizante por entonces del maurismo. Gil-Robles se convertiría muy pronto en subdirector del mismo. Orador brillante, destacó enseguida como líder parlamentario cuando consiguió ser diputado por Salamanca, en 1931, en las primeras elecciones de la II República, suponiendo el final de su carrera periodística. Al año siguiente fundó la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), con la que se alzó con el triunfo en las elecciones de 1933 como primer grupo parlamentario de las nuevas Cortes republicanas con 117 escaños en una Cámara que contaba 472 diputados.

A mediados de 1934 se casó con Carmen Gil-Delgado y Armada, diez años más joven que él. La boda se celebró el 1 de julio en una capilla privada del Palacio Episcopal de Madrid. Disfrutó después de unas semanas de vacaciones y regresó en el mes de agosto para reincorporarse a la vida política. La CEDA entró en el nuevo gobierno republicano formado por Lerroux en octubre, ocupando tres ministerios ante la exigencia de Gil-Robles de que el nuevo gabinete reflejara la verdadera composición del hemiciclo.

Intentó llegar a un pacto con el socialista Indalecio Prieto en 1948 para instaurar una monarquía parlamentaria

El 6 de mayo de 1935 Gil-Robles se convirtió en ministro de Guerra. Se mantuvo en el cargo hasta el 14 de diciembre de ese mismo año. Durante esos meses, escribe Manuel Álvarez Tardío, “desarrolló una intensa actividad para cambiar el rumbo de la política militar del bienio anterior, convencido de que la legislación de Azaña había debilitado al ejército, abriendo las puertas a una peligrosa politización a favor de ideologías revolucionarias. Para desarrollar esa labor colocó en cargos de confianza a varios militares que se habían destacado en la intervención militar para sofocar la revolución de octubre de 1934 y que se caracterizaban, en general, no tanto por un abierto antirrepublicanismo, sino por un declarado antimarxismo y una radical oposición a los cambios legislativos del primer bienio”. Entre ellos estaban Francisco Franco, Emilio Mola y Francisco Fanjul, que en 1936 dieron el golpe de Estado que desembocó en la guerra civil. Gil-Robles afirmó en sus memorias que no estuvo al corriente de la conspiración militar: “Ya he dicho, y aquí lo ratifico, que quienes prepararon el movimiento no contaron conmigo ni me tuvieron al corriente de lo que pasaba. Era lógica esta actitud. Mi oposición al empleo de la violencia, mi firmeza en propugnar una política de legalidad, me ponía al margen de una tentativa que se basaba fundamentalmente en el empleo de la fuerza”.

En las elecciones celebradas en 1936 se dio un retroceso importante de la CEDA, paralelo al triunfo de las fuerzas de izquierdas agrupadas en el Frente Popular. Cuando el 17 de julio se inició el golpe de Estado, Gil-Robles estaba en Biarritz, donde había desplazado a su familia después de las elecciones por motivos de seguridad. “No estuvo implicado directamente en los preparativos del levantamiento militar, si bien los conoció y, ya en la recta final, finales de junio y primeros de julio, apoyó la sublevación, pensando que un movimiento militar podía impedir el triunfo de los revolucionarios, devolviendo al país la tranquilidad y la oportunidad de establecer un sistema político que combinara la representación clásica con instituciones corporativas. Pero ni su persona ni la CEDA como organización oficial eran bien vistas entre los sublevados. Difícilmente podía esperar ser bien recibido por una cúpula militar que, si bien le trató cordialmente, incluido el propio general Franco, le echó en cara el legalismo inquebrantable de la CEDA y su negativa en octubre de 1934 para aprovechar el contexto de la derrota de los revolucionarios y dar paso a una nueva situación política”, asegura Álvarez Tardío.

Más tarde Gil-Robles se integró en el Consejo Privado del pretendiente monárquico don Juan de Borbón y Battenberg, entre 1946 y 1962, e intentó llegar a un acuerdo en 1948 con el líder socialista Indalecio Prieto para lograr la instauración de una monarquía parlamentaria en lo que se llamó el Pacto de San Juan de Luz. En 1953 regresaría a España para intentar formar un movimiento demócrata-cristiano. Expulsado de nuevo del país en 1962, no pudo volver a la política activa hasta la muerte del dictador, en 1975. Participó entonces en la formación de la Federación Demócrata Cristiana, con la que concurrió las elecciones democráticas de 1977, en las que fracasaron de manera estrepitosa tanto él como su opción política. “Tenía entonces 77 años. Fusionada con la Izquierda Democrática de Joaquín Ruiz Jiménez, bajo las siglas de Federación de la Democracia Cristiana, se presentó a las primeras elecciones democráticas libres celebradas en junio de 1977. Pese a contar con el respaldo de la democracia cristiana europea, no consiguieron un solo escaño. Presentó su dimisión como presidente de la FPD en marzo de 1977. Fue el eclipse definitivo de una larga biografía política”, se apunta en el Diccionario Biográfico.

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