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Domingo, 24 de marzo 2019, 15:46
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Buenas tardes. Me llamo Andrés. Soy alcohólico y no he bebido”. Los salones parroquiales de San Isidro, en el Rollo, fueron este sábado escenario de una reunión abierta informativa de Alcohólicos Anónimos, donde los veteranos y asiduos a este grupo relataron su experiencia personal para ayudar a otros enfermos.
Catorce años tenía Andrés cuando empezó a consumir alcohol. “Era bebedor social hasta que se me fue complicando. En los 20 años pasé esa línea invisible donde ya era bebedor alcohólico. A partir de ahí no pude controlar la bebida”, confiesa este hombre de 70 años que llegó a tocar fondo y perderlo todo, sus empleos en dos entidades bancarias y a su familia, para aceptar acudir a Alcohólicos Anónimos con todas sus consecuencias. “No tenía medida. Tomaba la primera copa y no controlaba cuando iba a una fiesta o eventos. Bebía a escondidas en casa y cuando trabajaba en la entidad bancaria, estaba deseando que llegaran las tres para convertirme en otra persona. Es una enfermedad mental incurable, progresiva y mortal. He visto muchos compañeros que han muerto porque han preferido el camino de seguir bebiendo. Yo no cambio el peor día de hoy por el mejor día de la vida anterior”, reconoce con honestidad Andrés.
Con treinta años entraba y salía de Alcohólicos Anónimos con recaídas. Una vida sin rumbo. “No quería dejar de beber. No aceptaba mi alcoholismo. Me vi desbordado. Cuando lo acepté, casi con 40 años, fue tremendo y regresé al grupo donde me ayudaron a salir del infierno. Me lo tomé en serio”, revela Andrés que dio un giro de 180 grados a su vida con cambios de hábitos, aptitudes, escala de valores y amistades. Un cambio radical que le costó sobremanera pero que le descubrió una vida que no había vivido antes. Eso sí, las secuelas siguen ahí. “Tengo una edad mental que no corresponde con mi edad natural porque el cerebro se deteriora”, explica Andrés que se atormenta porque, dice, con su alcoholismo “enfermó a sus hijos psicológicamente”. Algo que no se perdona nunca.
Al lado de Andrés se sienta José Ángel que comparte una historia muy similar, como todos los que acuden a estas sesiones de autoayuda semanales en Salamanca, donde la abstinencia se cuenta de 24 en 24 horas. “Decir que nunca vas a beber se hace muy largo por eso lo mejor es pensar en 24 horas sin beber y en que lo puedes conseguir. Yo llevo un montón de 24 horas sin alcohol”, admite José Ángel, que ahora intenta “aprender a vivir y a equilibrar la edad mental dañada con la física”. En su caso la vida en el pueblo, con el hábito de acudir al bar a tomar el café y la copa, derivó en varias copas diarias e idas y venidas a todos los bares del pueblo y de localidades vecinas para que no le vieran. “Con el alcohol dejaba el trabajo a medias, estaba con iras y subidones y bajones”, asegura José Ángel que siente haberse perdido la infancia y juventud de su hija por su adicción. Un amigo le llevó a una sesión de Alcohólicos Anónimos y desde entonces acude como mínimo a los grupos una vez a la semana. Ha vuelto al bar de su pueblo, ya sin copa ni puro después del café. “No puedo tomar esa primera copa porque vuelvo a caer”, manifiesta sin dejar de agradecer el aguante y perdón de los suyos.
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