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Imagen de un hombre consumiendo una copa de alcohol. ALMEIDA
«Bebía 12 o 14 copas al día, pero solo me consideraba 'medio' alcohólico»

«Bebía 12 o 14 copas al día, pero solo me consideraba 'medio' alcohólico»

Alberto es un alcohólico anónimo que lleva sin tomar más de una década, pero sabe que no puede bajar la guardia: «Sé que si tomo algo regresaría el bicho»

Javier Hernández

Salamanca

Sábado, 16 de noviembre 2024, 07:15

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Con motivo del Día Mundial sin Alcohol, un usuario de Alcohólicos Anónimos relata cómo empezó su 'bajada a los infiernos', el rescate por parte de sus iguales y cómo, tras 12 años sin beber, sigue considerándose un alcohólico que no puede bajar la guardia.

¿Se considera alcohólico u alcohólico rehabilitado?

—Alcohólico. Llevo cerca de 12 años sin beber y estoy muy bien, pero sin bajar la guardia porque sé que si vuelvo a tomar una copa regresará el bicho. Todos los alcohólicos tenemos que mantener la terapia de por vida.

¿Es inconcebible que un alcohólico rehabilitado pueda beber de una forma controlada?

-Para mí no existe eso de beber de forma controlada. El alcohólico no puede volver a beber porque tiene un chip en la cabeza que no le permite parar. Es la diferencia entre un consumidor común, que es capaz de controlarse, y un alcohólico. Alguno creerá lo del 'yo controlo', pero no es así.

¿Qué piensa cuando, por ejemplo, ve las fiestas universitarias y los jóvenes bebiendo por la calle? ¿Le dan ganas de 'advertirles' ?

-Lo que yo pienso a nivel personal no es la opinión de 'Alcohólicos Anónimos' porque en la asociación no apoyamos ni nos oponemos a nada. Como persona sí te puedo decir que la sociedad admite este tipo de festejos y la gente no es consciente de que a corto plazo, no hablo del largo plazo, podemos encontrarnos con problemas físicos y mentales de un calibre que no controlamos.

¿El proceso para transformarse en alcohólico es de muchos años?

-Depende de cada persona y de cómo lo acepte tu cuerpo. No es lo mismo el que llegado el sábado se toma siete copa en una fiesta y luego no bebe, que al que le pide constantemente el cuerpo tomarse algo.

¿Cómo empieza su historia de alcohol?

-Empezó con una decepción amorosa. A partir de ahí mi mente cambió. Quise cambiarlo todo, cambié de ciudad y encontré un trabajo que me daba mucho dinero, que fue casualmente mi perdición porque disparó todo mi potencial. Empecé a alternar con todo el mundo y acabé alternando solo. Tenía mucho dinero y el dinero apoyó lo que no tenía que apoyar. O quizás fui yo. La gente empieza a no seguirte el ritmo ni tú mismo sigues el de ellos porque no te interesa. Necesitas seguir más tiempo mientras que ellos se marchan a casa.

¿Era consciente de que iba cuesta abajo?

-Eres perfectamente consciente de que ya no controlas tu organismo y de que no puedes frenar. ¿Cómo no vas a ser consciente de que te has perdido la Comunión de tu hija? Te pierdes los bautizos, los cumpleaños… Todo porque estás bebiendo y luego eso te genera una angustia enorme y un sinvivir diario.

¿Cuántas horas del día estaba sobrio y cuántas ebrio?

-Depende de la vida de cada uno pero yo me jugué mi trabajo. No lo bebí porque lo tenía calculado para beber fuera del horario del trabajo. Eso sí, cuando tardaba en salir del trabajo más de lo habitual los nervios se apoderaban de mí porque no había consumido aún. Empezaba a beber a partir de las 20:00 y después de beber tanto mi cuerpo se quedaba dormido por puro agotamiento. Por la mañana llegaba al trabajo mentalmente con lo justito para tirar. Bebía mucho.

¿Cuánto es beber mucho?

-Unas 12 o 14 copas cada noche. Lo mínimo eran cinco o seis. A diario.

¿Y cuál fue el toque de fondo?

-Cuando se precipitó mi separación. Tuvimos que llegar a un acuerdo porque era no era vida. Mi familia directa y amigos veían que no se podía hacer nada conmigo. Intentaron taparlo y decir que era algo puntual en las fiestas, pero sabían que se repetía cada vez más. Recuerdo encontrarme con dos vecinas y darles los buenos días. Al girarme las escuché hablar: «Es una bellísima persona, pero bebe». Aquello me dejó muy mal.

Y llega a Alcohólicos Anónimos.

-Ni sabía que existía. Fueron mis padres -mayores ya, los pobres- quienes me dijeron que tendría que ir a algún sitio. Me presenté a una reunión esperando encontrarme a psicólogos y médicos para poder decir 'esto yo no lo acepto' y largarme de ahí. Pero me encontré a gente como yo. El impacto más fuerte fue el primer día que vi que la gente te hablaba de corazón, te exponía su vida a pecho descubierto y eso me rompió todos los esquemas. Me presenté allí y comprobé que nadie me ejercía control ni me pedían nada: solo ganas de dejar de beber.

¿Sufrió un síndrome de abstinencia?

-Los primeros tres días la cabeza me daba vueltas pensando en lo escuchado e identificándome. Sí que notaba ganas de consumir, pero repasando mi vida descubrí que mi fondo no era tan oscuro como el que habían tocado otros. Lo curioso es que yo no acepté que era alcohólico hasta llegar aquí. Pensaba que era 'medio alcohólico' porque como seguía trabajando y solo bebía por las noches… Por la mañana era capaz de mantener una conversación y yo veía un cierto equilibrio, pero era ficticio.

Como miembro de Alcohólicos Anónimos, ¿accede mucha gente nueva?

-No tanta como quisiéramos. No porque no haya alcohólicos, sino porque no quieren venir. Llegan los que tienen destrozada ya la vida y no dan para más. He visto de todo, pero he visto casos que, lamentablemente, han desaparecido de este mundo. Es gente a la que ves destrozada y te dicen que prefieren ya morirse. Es durísimo, muy triste. Les has visto compartir sufrimientos, intentarlo… y a final ves como se sueltan la mano para caer. También ha sucedido al revés: casos que consideras imposibles, pero ellos se agarran a la cuerda, nosotros tiramos y al final han salido para adelante.

¿Después de 12 años y sin haber vuelto a beber, se ha planteado dejar la terapia?

-Vamos los lunes y los sábados. Son dos días a la semana. ¿Pereza? A mí me rescataron porque alguien estuvo allí para apoyarme y ahora me toca dar lo que en su día me dieron.

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