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Cristhian Solano
Sábado, 10 de agosto 2024, 10:40
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Florencio Maíllo, pintor originario de Mogarraz, ha logrado captar la esencia de su tierra natal a través de su obra, convirtiéndose en una figura clave del arte contemporáneo en la provincia salmantina. Su trabajo, caracterizado por una profunda conexión con las tradiciones y paisajes de la Sierra de Francia, refleja una visión única del entorno rural donde la fidelidad a la historia sigue vigente con el paso del tiempo. Con un estilo que fusiona el realismo y la abstracción, Maíllo ha ganado reconocimiento a nivel nacional, ocupando su lugar en el panorama artístico español.
Florencio vivió en Mogarraz hasta los 14 años, cuando se trasladó a Miranda del Ebro con su hermana para realizar sus estudios. El artista asegura que la vida rural en Mogarraz ha marcado su infancia: «Viví intensamente esos veranos».
La vida en los años 60 y los vínculos familiares que se establecían en los hogares de pueblo hacen que Florencio tenga un recuerdo precioso y profundo sobre su abuela. Asegura que todos esos recuerdos «están fuertemente marcados por lo que supone aún el mantenimiento de las tradiciones y la vida rural». Maíllo recuerda las actividades de campo que realizaba cuando tenía seis u ocho años, recogiendo cerezas, fresas o caminando al aire libre para avistar a los pájaros. Otro de los momentos que guarda con mayor nostalgia y añoranza es «bajar al Río Francia y al taco del diablo, que por aquella época era de agua cristalina».
En los años 70 comenzó a emigrar mucha gente, cambiando por completo la vida cotidiana en los pueblos. «En verano retornaban mis primos y mis amigos, que eran hijos de emigrantes en Alemania, Francia, Suiza o Inglaterra. Venían con sus Volkswagen escarabajo o sus Renault. Era una sensación preciosa la de esperarles a finales de julio o principios de agosto«, recuerda el artista.
Cuando era adolescente sus padres fundaron el Restaurante de Mirasierra en Mogarraz, algo que le lleva a sentir «un ligero dolor de no haber podido compartir más intensamente las fiestas», dado que pasó «de disfrutar todo el día en las calles de los pueblos a estar todo el día trabajando», pero era lo que tenía que hacer. Maíllo añade que sus «escapadas no han sido de ir de acampada o de vacaciones, sino que siempre he estado más vinculado a mi labor».
Florencio no marchó del pueblo hasta el año 76, por lo que en su adolescencia pudo empaparse de la cultura y del arte que en verano inundaban las calles de Mogarraz. Fue aquí donde comenzó a pintar con tan solo 14 años de edad. En verano eran muchos los pintores de proyección nacional e internacional que acudían a los pueblos de Francia, junto a los que el mogarreño desarrolló sus habilidades. «Yo empiezo a pintar a los 14 años uno de esos pintores me dio un lienzo y me dijo que parecía que me gusta pintar porque le estaba acribillando. Así fue como comencé a pintar junto a él» cuenta Florencio.
El pintor portugués Luciano Antonio de campos Pereira, el madrileño Bonifacio Lázaro o el acuarelista Antonio Rejano fueron algunos de sus maestros. De este último añade «pintaba muy rápido, y yo tenía que seguirle. Para no quedarme solo tenía que bocetar a su ritmo.
Todos los veranos a partir de ese momento, cuando retornaba de Miranda de Ebro, se dedicaba a pintar de sol a sol. «Desde antes de que amaneciera yo ya estaba en la calle pintando en Las Casas del Conde, Monforte o Mogarraz», afirma.
Maíllo hace un balance de tiempos y pone en valor que las tradiciones en los pueblos y la manera de vivir en ellos han variado mucho conforme al paso de las décadas. «Los veranos de ahora no tienen nada que ver con los de antes. La pérdida de identidad es muy grande».
La despoblación rural es un fenómeno preocupante que se ha ido acentuando desde mediados del siglo XX, en busca de nuevas oportunidades laborales, educativas y sociales. «Los pueblos se han ido despoblando y han sufrido cambios brutales», comenta el artista pictórico.
Hay un lugar especial que ocupa el corazón del pintor: «Mi lugar de referencia de mi pueblo es la escombrera, tengo varias series pictóricas de objetos que me encontraba allí. Yo recogía vestigios que me daban información para empezar a hacer un tipo de obra más intelectual asociada al desarraigo y la despoblación», puntualiza tras recordar que tras la despoblación de los 80 la primera y segunda generación de los emigrantes vendían las casas y tiraban de la escombrera con todos sus enseres.
Maíllo bromea con que aún se enrojece al pensar que el primer concurso de pintura rápida de Mogarraz lleva su nombre. «Es maravilloso que el pueblo de Mogarraz vuelva a oler a óleo durante el verano. La primera edición comenzó en 2012. Otros pueblos como San Esteban se la sierra también lo hacen. Estas actividades culturales dan vida al pueblo».
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