«Acceder a la Real Academia es especial porque a veces es más difícil que te reconozcan en casa que fuera»
El investigador del CIC Alberto Orfao ingresa este jueves como académico de número en la Real Academia de Medicina de Salamanca, en el sillón de inmunología
El subdirector del CIC ingresa esta tarde en la Real Academia de Medicina de Salamanca como académico de número. La encargada de responder a su intervención será la doctora María Consuelo del Cañizo.
Ha recibido todo tipo de distinciones —Honoris Causa, el reciente Premio a la Excelencia Investigadora, etc.— y este es un reconocimiento doméstico, de casa. ¿Cómo lo valora?
—De alguna manera es más especial porque a veces resulta más difícil ser reconocido dentro que fuera. Además, muchos de los que pueden haber decidido ese reconocimiento han sido profesores míos, así que me resulta muy grato y, repito, muy especial para mí.
Un 'sillón' de Inmunología.
—Que no existía hasta ahora. Ha sido una decisión, la de crear esta especialidad, muy importante porque la Inmunología antes era simplemente algo que nos ayudaba a entender y combatir las infecciones, pero en la actualidad es un área de la medicina muy transversal, que toca a todas las especialidades. Ese es el tema que he seleccionado para el discurso de ingreso.
'De la anafilaxia a la urticaria pigmentosa o la leucemia de mastocitos: múltiples caras de una misma mutación genética'.
—Son tres enfermedades que tienen origen en una célula del sistema inmune y, en gran medida, una disfunción inmune. Son enfermedades del área de la Alergología, otra de Dermatología y otra de Hematología. Al final, poder conocer e identificar dianas para tratamientos que existen viene del conocimiento de la respuesta inmune.
¿La sensación de que la Hematología es el campo de investigación más importante se debe al peso que tiene en Salamanca o es la realidad?
—El campo de la Hematología tiene una masa científica y clínica de excelencia muy numerosa y destacada, pero creo que Salamanca también es líder en áreas en las que trabajamos y que no son de cáncer, como la inmunodeficiencia primaria o la inmunoterapia… Son áreas de la Inmunología, con aplicación en otros ámbitos.
Tiene actualmente 65 años. Cuando usted dé por finalizada su carrera, ¿en qué punto cree que dejará sus líneas de investigación? ¿Cree que ese reto de anticiparse a la aparición de las leucemias, por ejemplo, será ya una herramienta sólida y utilizada?
—Siempre digo que me puedo jubilar en cualquier momento porque el grupo de trabajo tiene gente con mucha capacidad y que, en gran medida, lleva parte de sus áreas. Es decir, dentro del grupo no hay una cabeza visible, sino que tiene muchas cabezas. Hablamos de gente como Julia Almeida, que ya es catedrática de Inmunología y lidera la práctica del día a día; de Martín Pérez Andrés, profesor titular; o de Manuel Fuentes, quien dirige una parte más tecnológica de proteómica. No hay prisas por terminar nada. Las cosas van a su tiempo y no puedes acelerar más de lo razonable, pero creo que están surgiendo muchas novedades y mucha información nueva. Este grupo está generando alrededor de 30 o 40 publicaciones al año.
Usted es médico, pero se ha centrado en la investigación. ¿Le habría gustado, al menos durante un tiempo, ponerse la bata para ir de habitación en habitación viendo pacientes?
—Yo veo muchos enfermos en la parte del diagnóstico. No les veo a ellos directamente, pero veo sus células en el día a día. Yo soy médico por vocación de ser clínico, pero cuando era estudiante me empecé a dar cuenta de todo lo que no se sabía. Hablamos de los años 80 y me parecía que, formando parte de una actividad en la que aplicas tratamientos y, muchas veces, de forma empírica, sin tener conocimiento exacto del porqué ocurren las cosas, quizá mi papel se adaptaba mejor a una carrera de entender los porqués. Eso siempre trasladado a la clínica.