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Juan Burguera y Teresa Scheuren, nieto y abuela, representan dos historias diferentes sobre inmigración. LAYA
'FRENTE A FRENTE'

La abuela y el nieto que representan dos historias distintas sobre inmigración: «Salamanca me ha ayudado a crecer en muchos aspectos»

Teresa Scheuren y Juan Burguera comparten una historia que cambió su destino: emigraron de sus países natales para forjar su vida en un nuevo lugar

Alejandro Sardón

Salamanca

Domingo, 24 de agosto 2025, 16:13

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Teresa Scheuren y Juan Burguera son abuela y nieto y, además de la sangre, comparten también una historia que cambió su destino: emigraron de sus países natales para forjar su vida en un nuevo lugar. Ella lo hizo en 1953, cuando solo era una niña, desde Zagreb hasta Mérida (Venezuela) con el resto de su familia. Él se desplazó en 2017 desde ese punto de Sudamérica hasta Europa —primero a Inglaterra y después a España— en busca de un futuro mejor. Ahora se reúnen en Salamanca, donde reside actualmente Juan y ella está de visita, para compartir la experiencia de su adaptación a un país distinto en momentos cruciales de su vida.

¿Cuál fue el motivo por el que emigrasteis?

Juan Burguera — Tenía un primo en Inglaterra que me animó a ir para allá en 2017. Me acababa de graduar en Bachillerato y fui en principio para trabajar un año y aprender inglés. Y al final me gustó y me quedé. Lo hice buscando un futuro mejor porque la situación en Venezuela era bastante complicada. Y hace dos años me vine a Salamanca, ya había estado y había algo que me gustaba de la ciudad. Además, aquí tenía a mis tíos y a mi hermana.

Teresa Scheuren — Mi padre estaba en Venezuela con mi tío desde 1948, poco después de que acabara la guerra. Conseguimos los pasaportes para poder salir y entonces todas las mujeres de la familia pudimos llegar a reunirnos con ellos. Yo no puedo decir que nosotros hayamos pasado hambre. Lo que pasa es que necesitábamos estar todos juntos, además en las Américas, como decían entonces, cuando todo el mundo pensaba que era el paraíso terrenal.

¿Cómo os sentisteis en el momento de dejar vuestro país atrás? ¿Y los primeros días en el nuevo destino?

J.B. — Fue extraño porque no lo viví con nostalgia, porque me fui pensando que iba a volver en un año. Además, me adapté muy bien a Europa, y especialmente a España. Pero ahora que miro hacia atrás pienso cómo me cambió la vida. Fue algo que escogí yo, no fue obligado, pero al mismo tiempo es cierto que dejé atrás a mis padres, mis abuelos, amigos...

T.S. — Tenía 10 años y para mí era toda una aventura. A esa edad uno no sabe de problemas, ni de apuros, y lo pasé muy bien. Recuerdo que cuando llegué a Venezuela reconocí a mi padre por fotos, porque no lo conocía. Luego me acostumbré rápido al colegio y al idioma, en un mes dominaba el español.

¿Qué creéis que es lo más duro de vuestra generación al emigrar?

J.B. — Con internet es muy fácil no desconectar del todo. Con mis padres hablamos constantemente por móvil, las videollamadas ayudan muchísimo. Y para ir a cualquier lado es muy sencillo, con las aplicaciones de mapas y los medios de transporte. Creo que ahora, si no hay algún tipo de restricción de un país a otro, no hay problemas.

T.S. — Adaptarse, porque era todo nuevo, sobre todo el idioma. Por ejemplo, mi abuela, que también venía con nosotros, nunca aprendió español. Y es otro tipo de vida. Antes había más desconocimiento del lugar al que ibas. Ahora gracias a internet puedes saber a dónde vas, cómo es el sitio… Con las comunicaciones, ahora uno está lejos y cerca, porque está la videollamada, mientras que antes una carta tardaba 15 días, hablar por teléfono era prácticamente imposible.

¿Qué parte de vuestro país natal lleváis siempre con vosotros, aunque ya no estéis allí?

J.B. — No he estado nunca muy apegado a la cultura de mi país en el sentido de bailes y lo típico de la zona. Pero sí que aquí trato de expresar la felicidad y amabilidad que tiene la gente de Venezuela. A pesar de todas las cosas que están pasando actualmente, todo el mundo lleva una sonrisa todo el tiempo. Siempre trato de ser buena persona, y creo que es algo que distingue al venezolano. Bueno, es cierto que comparto con amigos la gastronomía del país, me hace ilusión.

T.S. — Recuerdo Croacia con cariño porque es mi patria nativa, pero he ido muy poco. En setenta años he vuelto solamente dos veces. Y el idioma todavía lo domino, pero no a la perfección. Si tengo que hablar en croata, tengo que pensar en lo que voy a decir, me falta vocabulario.

Al salir de vuestro país de origen, ¿estuvisteis en otros lugares antes de vuestra residencia actual?

J.B. — En estos casi ocho años fuera de mi país, hice escala en Madrid, después en Birmingham para llegar finalmente a Leicester, donde aprendí inglés. Después, me mudé a Manchester y, por último, aquí a Salamanca. Ahí se ve la diferencia de generaciones: la facilidad para viajar que tenemos ahora.

T.S. — No, viajé de Zagreb a Mérida (Venezuela) y me establecí allí. Conocí a mi marido y tuve una gran familia.

¿Qué es lo más positivo de vuestra llegada a la ciudad de destino? ¿Y lo negativo?

J.B. — Al ser joven, destaco la vida nocturna de la ciudad. También la amabilidad de las personas, no es cierta la fama de gente seria. Además, creo que Salamanca me ha ayudado a crecer en muchos aspectos, me ha permitido formar mi vida adulta dándome buenas oportunidades. Siempre le voy a tener un cariño muy grande por este motivo. Lo único negativo es el clima, mucho calor en verano y mucho frío en invierno.

T.S. — Para mí no hubo nada malo. Como decía, era todo nuevo, estaba a la expectativa y adaptándome a mi nueva vida. Lo más positivo sería la buena acogida que tuve por parte de mis compañeros de clase, aún mantengo amistades de aquel entonces. Toda la familia se sintió bien arropada.

Si ahora mismo tuvierais a una persona delante que piensa en emigrar de su país, ¿qué consejo le daríais con vuestra experiencia?

J.B. — A esa persona le diría que si es lo que le apetece que lo haga. Eso fue lo que a mí me hizo crecer como persona.

T.S. — Debe haber un motivo fuerte porque emigrar es una decisión difícil para cualquier persona. Pero cuando se emigra a un sitio mejor, se tolera bien.

¿Pensáis en poder volver algún día a vuestro país natal?

J.B. — Nunca tuve ganas de volver a Venezuela porque me vine a Europa muy joven y me adapté. Pero es cierto que hace unos meses fui de vacaciones para ver a mis padres y sí he pensado que en algún momento me gustaría volver.

T.S. — Volver a Croacia está descartado del todo, tengo toda mi vida en Venezuela.

¿Qué consejos os dais el uno al otro sobre enfrentar la vida fuera de vuestro país de origen?

J.B. — Si fuera a emigrar cuando era chiquita como entonces, le diría que aprenda español antes. Pero es que realmente no le puedo decir nada. Mi abuela ha sido la que siempre nos ha inspirado a nosotros a tomar estas decisiones. Si ella está donde está es porque hizo las cosas bien.

T.S. — Cuando se fue tan jovencito y solo, era un reto grande y fue muy valiente. Pero lo apoyamos y creo que fue de mucho provecho para él porque creció en todos los aspectos. Volveríamos a apoyar su decisión, sin duda.

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