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Escudo del obispo Diego de Velasco en la calle Rosario, última reminiscencia del Colegio de Clérigos Santo Tomás. REP. FOT: ALMEIDA
500 años conectado a Canterbury

500 años conectado a Canterbury

El derribo de una vivienda de la calle Rosario pone el foco sobre el escudo del obispo Diego de Velasco y su conexión con Santo Tomás Beckett. «Ahí está más seguro que en ningún lugar», sentencia el propietario

Belén Hernández

Salamanca

Domingo, 1 de diciembre 2024, 17:50

El proceso para tirar el tejado y asegurar el perímetro de una casa vieja de la calle del Rosario ha puesto el foco sobre el escudo de su esquina «de los más antiguos de Salamanca», según los técnicos municipales. Conecta directamente con una ciudad ubicada a más de 1.600 kilómetros de Salamanca y, a la vez, con los siglos XII y XVI. «Donde mejor está conservado es en la propia pared y sin moverse, ahí está más seguro que en ningún otro lugar», especifica Francisco Muñoz, uno de los propietarios del inmueble en el que está incrustado el elemento heráldico que conoce muy bien. «Es importante mantenerlo, porque al final es la última reminiscencia de que ahí estuvo el Colegio de Santo Tomás», defiende la investigadora Charo García de Arriba.

Rodeado y atravesado por cables, prácticamente pasa desapercibido. Pertenece al obispo de Galípolis (Italia), Diego de Velasco, que levantó en el siglo XVI en este punto el Colegio Santo Tomás destinado a clérigos. «Le puso el mismo nombre que la iglesia próxima de Santo Tomás de Cantauriense, donde luego él se mandó enterrar», relata la investigadora. Así, en cerca de 200 metros cuadrados Diego de Velasco impuso su escudo en tres puntos: en la vivienda protagonista por donde entonces pasaba el rondín de la muralla, anexa a la antigua Puerta de Santo Tomás; en la chimenea de lo que hace décadas fue una churrería y que ahora adorna la entrada del edificio que se levantó en su lugar; y en la propia tumba de Diego de Velasco, ubicada en la iglesia de Santo Tomás.

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Precisamente el protagonista implícito de este relato es el propio Santo Tomás Cantauriense o Santo Tomás Beckett, arzobispo de Canterbury (Reino Unido) asesinado por instigación de Enrique II y que, tras arrepentirse, mandó que su culto fuera promocionado en todos los lugares donde hubiera personas de su familia. Esto conecta con la preciosa y recogida iglesia románica salmantina del siglo XII, la primera dedicada a Santo Tomás de Cantauriense fuera de Inglaterra. Leonor de Plantagnet viene al Reino de Castilla tras casarse con Alfonso VIII y, cumpliendo el mandato de su padre, trajo el culto a Santo Tomás. «Su hija Berenguela será reina de León y tenente de Salamanca. Pensamos que es ella la que trae el culto a la capital del Tormes», expone Charo García, más convencida de este postulado que de que fueran Ricardo y Randulfo, dos maestros ingleses de la Catedral.

La advocación al santo prácticamente se había perdido cuatro siglos después cuando el obispo Diego de Velasco construyó el Colegio de Santo Tomás con su escudo en la esquina. «No sabemos si mantuvo el nombre por la zona o porque mantenía la devoción al santo», expone la investigadora. «Algo de devoción tendría cuando se hizo enterrar en la iglesia de Santo Tomás Beckett donde hay pinturas medievales en las que se pueden ver chovas piquirroja en la casulla del santo», continúa sobre el templo ahora cedido a la iglesia anglicana.

Pasaron los años y el colegio dio paso a una pescadería. El padre de Francisco Muñoz se hizo con ella y con otras casas bajas de la zona. «El escudo en realidad no pertenece a la vivienda que hemos tirado ahora, sino a la anterior. La que hemos tirado y asegurado las paredes tapa uno de los laterales del escudo que entonces estaba visto, porque por ahí pasaba el rondín de la muralla», explica el propietario. Nos deja entrar en la vivienda con la intención de saber si aún se mantiene la otra parte del escudo cinco veces centenario, pero no se aprecia porque una especie de machón tapa justo la zona. «Ahí estaba el bar Domingo, de unos señores de Lagunilla», recuerda el dueño sobre el espacio del que se deduce que el escudo centenario ha podido adornar la cocina sin que sus inquilinos nunca lo supieran.

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