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Luchar contra la despoblación se ha convertido en una máxima para un gran número de municipios de la provincia, que buscan a toda costa atraer a nuevos vecinos, especialmente familias jóvenes con hijos pequeños. Para ello, muchos de ellos ponen en marcha incentivos económicos y medidas que hagan más atractiva la vida en el medio rural, aunque no siempre logran el efecto deseado. Esta situación es la que lleva a la pérdida de población joven y, en muchos de los casos, al cierre de los colegios.
En los últimos años, la sangría en la provincia de Salamanca ha sido enorme. Solo el pasado curso dejaron de prestar servicio educativo cuatro escuelas rurales, y para el próximo la estimación es que un nuevo municipio se quede sin escuela. Se trata de la localidad de Cabrillas, que, según comenta su alcalde, Ángel Javier Matilla, perderá uno de sus tres alumnos actuales, «lo que nos llevará al cierre del colegio», señala. «Los padres de uno de los alumnos han optado por matricularlo en Tamames», subraya Matilla.
«Es una pena, porque una vez que se cierra un colegio es muy difícil que vuelva a abrir sus puertas», anota el regidor de Cabrillas, consciente de que la marcha de alumnos a otros centros de la zona obedece a motivos laborales. «Los padres trabajan en Salamanca y se llevan a sus hijos a la capital, pues en este municipio hay niños suficientes como para mantener viva la escuela», apostilla Ángel Javier Matilla, quien, a pesar de esta desfavorable situación, aún confía en poder recibir a alguna familia con niños en edad escolar que permita mantener abierto el centro. «No es fácil, pero haremos todo lo posible para que ocurra», concluye.
Al filo de la navaja se encuentran también otros seis centros escolares de la provincia, que este curso pasado han contado en sus aulas con tres o cuatro alumnos (el mínimo exigido por la Junta de Castilla y León para mantener abierta una escuela). Pero, contrariamente a lo que sucede en Cabrillas, todos confían en mantener activas sus aulas el próximo curso. Es el caso de Cantagallo, Valero, San Felices de los Gallegos, Cilloruelo, Santiz y Peñaparda. «En nuestro caso, se va un alumno y entra otro, lo que nos permite seguir contando con tres escolares», señala el alcalde de Cantagallo, Adolfo Álvarez, consciente de que no resulta fácil retener a los niños en el pueblo: «Bastantes familias prefieren llevar a sus hijos a Béjar porque hay más niños y se relacionan más, y eso que desde el Ayuntamiento hemos promovido incentivos económicos», confiesa Álvarez.
Valero también mantendrá abierta la escuela el próximo curso, ya que a sus tres alumnos actuales se sumará uno más. «Eso permitirá que el colegio se mantenga vivo al menos durante cuatro años», subraya Demetrio Canete, alcalde de la localidad, para quien conseguir que llegue gente joven resulta «complicado, pues prefieren ir a las ciudades grandes». Y lo mismo sucede en San Felices de los Gallegos, que mantendrá sus tres alumnos el próximo curso, a los que se sumará uno más en el 2025-26. «Eso nos da una esperanza de vida del colegio de al menos cinco o seis años», confiesa su alcaldesa, María Antonio Redero. Una situación similar se vive en Santiz, que mantendrá sus cuatro alumnos a pesar de que son varias las familias que apuestan por llevar a sus hijos a Salamanca o a Guijuelo. «Salen dos pero entran otros dos, lo que nos garantiza mantener abierta la escuela otros cuatro o cinco años más», subraya Manuel Hernández, alcalde de la localidad.
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