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Garcibuey
Lunes, 5 de junio 2023, 10:23
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«El Tritón Miguelón» se ha ganado ya una merecida fama por sus colosales dimensiones y recientes galardones a nivel internacional, pero este tritón, que se pierde en un insondable estanque del entorno de Garcibuey, tiene a sus espaldas historias conmovedoras como la de Javier Martín, que ha dejado su impronta en la obra y también en el corazón de Sea_162, el artista.
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Javier cursa tercero de Secundaria y tiene dislexia. Ante la imposibilidad de ir con sus amigos a un viaje al extranjero que exigía saber francés, el joven se convirtió en la mano derecha del autor de esta obra, quien se mostraba reticente en un comienzo. «Al principio me parecía mucha responsabilidad, tener a un niño de 14 años que nunca había pintado...». Pero sus dudas se fueron despejando y el arco de transformación fue increíble: «Acabé diciendo que el chaval era un figura. Le pedías algo y lo hacía, te hacía la proporción perfecta de mezcla para obtener un color, a la primera, y era el primero en estar allí cuando aún estábamos desayunando», admite.
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Los trabajos duraron una semana de sol a sol. Cada mañana se reunían sobre las 10 para organizarse y terminaban al caer la noche, con una parada para comer. Mezclar colores, recoger, pintar y revisar con un dron que las líneas estaban perfectamente trazadas, son algunas de las tareas en las que Javier se involucró con una profesionalidad admirable.
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A raíz de eso surgió la idea de impulsar una visita de la asociación de dislexia de Salamanca, DISFAM —otro joven de la misma también prestó su ayuda en la elaboración del mural—, y recorrer los murales del pueblo. Una docena de niños, en compañía de sus familiares, capturaron cada obra durante juegos, fotografía en mano, y aprendieron sobre arte con la cianotipia. «Sin necesidad de leer y escribir aprendieron muchas cosas», sostiene Miguel Martín, padre de Javier e impulsor de Graffitibuey.
«Es importante darle visibilidad, hacer entender que son igual de capaces, tienen la misma inteligencia», insiste Miguel, que además es profesor.
Desde un grupo de whatsapp con familias en su misma situación se comparten alegrías, pero también penas: desde la evolución de una niña que pierde el miedo a los libros hasta la frustración de progenitores que ven cómo su hijo debe esforzarse el doble que los demás en un sistema no adaptado a sus necesidades.
«Se les lleva al logopeda, a psiquiatras... es un trabajo que marca la diferencia, pero no todo el mundo tiene el dinero para hacerlo. Yo me dejo muchos meses quinientos euros en eso», señala, e incide en desvincular la dislexia de prejuicios. «No es ninguna discapacidad, simplemente se aprende de otra manera».
Es por ello que los juegos visuales, la pintura y los brillos de la cianotipia contribuyen a un correcto estímulo de niños que crecen dando siempre el máximo porque no se pueden permitir dar menos.
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