«En primavera íbamos a escardar lentejas»
Feliciano Martín Cascón, el silletero de Cantalpino, sigue trabajando a mano la madera y tejiendo los asientos de las sillas con espadaña como lo hacían sus antepasados para lo que únicamente utiliza herramienta rudimentaria manual
«Me gustaría exponer en el DA2», anhela Feliciano Martín Cascón, más conocido como el silletero de Cantalpino , aunque se le puede considerar un artista cuyo principio fundamental es el respeto a la naturaleza y su compromiso para con las raíces.
Este vecino de Cantalpino tiene en su propia vivienda un verdadero museo cargado de creatividad fruto de una filosofía de vida y pensamiento. Al igual que su trayectoria vital como artesano y artista, cada una de las piezas elaboradas por sus propias manos tiene una historia con profundas raíces. «Veo que un señor arranca unos nogales de 50 años y que hace un montón para quemarlos, le pido permiso para coger los troncos y me dice sí, coge toda la que quieras», detalla. Este fue el origen de una mesa robusta cuyo diseño emergió de la forma de la madera y en la que no faltan detalles propios de una obra de arte. Sobra decir que los muebles y otros artilugios que Feliciano Martín hace con sus manos y herramientas rudimentarias, totalmente manuales, no tienen precio. Sería imposible valorar una pieza que le ha llevado horas, porque para este cantalpinés lo más importante es terminar su trabajo.
En su museo sobre todo abundan las sillas y sofás con asiento de espadaña, porque su origen y raíces son la artesanía silletera que ya ejercía su padre Feliciano Martín Campo y su abuelo Dimas Martín Lagar, al que no conoció porque tristemente le fusilaron.
Los silleteros no podían vivir de este trabajo, y tenían que dedicarse a hacer labores del campo en determinadas épocas, por ejemplo en estos meses se dedicaban a la siega. «No era un oficio como el del herrero que se dedicaba específicamente a ello, se tenía que buscar la vida y ahora por ejemplo mi padre y yo estaríamos segando cebada o trigo y en primavera íbamos a escardar lentejas a La Armuña», recuerda.
El oficio de silletero comienza con la recogida de la espadaña en los humedales, «siempre respetando la naturaleza», subraya Feliciano Martín.
«Hace mil años se hacía con estos y sigo haciéndolo así»
Desde hace 16 años vive en su casa de Cantalpino, pueblo que le vio nacer hace 75 años pero del que salió con sus padres de niño. Pasó su infancia y adolescencia en Villoria y a los 17 años emigró a Cantabria, estuvo en el País Vasco durante varios años en la industria metalúrgica, después volvió a Salamanca donde adquirió la licencia de un taxi y enseguida se construyó una casa en la zona del balneario de Babilafuente.
El tiempo le hizo retornar a su orígenes. «Fijate para ir a 15 kilómetros con la herramienta al hombro y la espadaña», recuerda de aquellos tiempos en los que el silletero iba andando de pueblo en pueblo para arreglar aquellas sillas de espadaña que se usaban en los hogares.
Algo que marcó la vida de Feliciano Martín fue una enfermedad que tuvo de niño y le originó una discapacidad de por vida. Lo que podría ser un limitante para él fue un aliciente. «He evolucionado y hago sillas, mesas, carracas, de todo», cuenta Feliciano Martín a la vez que no consiente ser llamado ebanista.
«Soy silletero», incide a la vez que recuerda que su padre y antepasados también tenían que fabricar partes de las sillas por ejemplo si se rompían. Si le encargaban arreglar una silla con una pata rota el silletero también se encargaba de esa reparación.
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