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Carmen Álvarez en la entrada de la residencia, junto a los ramos de flores de su cumpleaños. S. DORADO
La asturiana de 104 años que sonríe en La Fuente de San Esteban: «Preguntó quién era aquella rubia...»

La asturiana de 104 años que sonríe en La Fuente de San Esteban: «Preguntó quién era aquella rubia...»

Carmen Álvarez dejó su tierra natal y el trabajo en el campo para iniciar una nueva historia con su marido, un maestro que la conquistó en su juventud

S. Dorado

La Fuente de San Esteban

Jueves, 19 de septiembre 2024, 11:48

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Con una salud excelente salvo por algún mareo ocasional, Carmen Álvarez García, «asturiana de pura cepa», señala ella con orgullo, es la persona de mayor edad en la zona de La Fuente de San Esteban, con 104 años recién cumplidos el pasado día 14 de septiembre, un acontecimiento único que celebró en compañía de sus seres queridos en la residencia Santa Inés, en la que pasa sus días.

La sonrisa asoma a sus labios más frecuentemente que las lágrimas que hacen que sus ojos se vuelvan vidriosos al recordar a su marido fallecido, y es que los recuerdos alegres, y sorprendentemente nítidos, vienen a su mente con gran soltura. Con 19 años, Carmen trabajaba el campo y cuidaba de las vacas en su pueblo natal, Momalo. Su historia de juventud comienza con un amor a primera vista. «José vio desde la carretera y preguntó quién era aquella rubia que iba a buscar agua», cuenta, y añade el chascarrillo del que sería su futuro marido: «Pues a esa me la pillo yo».

Carmen hace referencia con esto a lo que ella denomina «las bromas de la juventud», y recuerda cómo al día siguiente recibió una nota de su parte, entregada por un amigo, «su discípulo», que decía que Carmen había llamado su atención y quería hablar con ella. Le hablaron de su pretendiente, «un maestro muy guapo», decían, a lo que ella también señaló: «Pues para mí». José se presentó poco después en su casa reclamando una respuesta: «Era muy valiente, muy atrevido».

La nota ha quedado grabada en su memoria, y es que la sorpresa fue mayúscula: «Yo no sabía quién era, me quedé como una payasina». Su marido, un joven profesor con tan solo dos años más que ella, fue el detonante que la llevó a vivir a Valladolid y, finalmente, a La Fuente de San Esteban, de cuya escuela era director el padre de su amado, y donde continuó José su enseñanza.

Desde que se casó, Carmen pasó a ser «Doña Carmen», recuerda, aunque advierte: «Ahora soy solo Carmen». A la localidad salmantina llegó ya con sus dos hijos, uno de los cuales, el pequeño, ya murió, y el otro tiene 80 años. «Hablamos todos los días por teléfono». A Carmen le preocupan los problemas de corazón de su hijo, que vive en Segovia. «Soñé que me hablaba el día antes de mi cumpleaños, pero no era su voz, y cuando vino, me quedé tranquila», y es que los sueños parecen a menudo premonitorios. Aunque a Carmen no le quedan hermanos vivos, tiene una muy vasta familia: diez nietos, bisnietos y hasta tataranietos. «Mi hijo mayor tiene siete hijos, y el que murió ha dejado tres hijos», explica.

La asturiana no necesita dudar cuando le preguntan por su recuerdo más feliz: «Cuando nacieron mis hijos», asegura. También reconoce echar de menos las tierras asturianas y su pueblo, las lluvias constantes, las gastronomía y las bebidas que acarician todavía su paladar cuando piensa en ello.

Tampoco los años han impedido que Carmen siga robando corazones, y a su lado, mientras narra su historia, permanece fiel su amigo y compañero Clemente, que también está en la residencia, y con el que tuvo una relación de diez años después de haber enviudado, a pesar de que, confiesa, «yo nunca vi bien a la gente que se juntaba otra vez».

Hasta Clemente añade rasgos vivarachos de la personalidad de Carmen, como que recientemente se pidió un carajillo. También ha sido comilona, aunque la edad ha mitigado su apetito: «Ahora como muy poco, y me duelen las rodillas, los huesos se desmoronan». A pesar de ello, y aunque reclama tener de vuelta su bastón —se lo han requisado para prevenir caídas al ponerse en pie por su cuenta, con el que antes podía recoger cosas del suelo, conserva la fortaleza de una mujer asturiana humilde que «solo sabía trabajar la tierra».

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