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Vista de la frontera natural entre España y Portugal desde la localidad de Saucelle D. S.

El «arte» del estraperlo como modo de subsistencia: así era el contrabando en Salamanca

La Raya salmantina fue, durante años, el escenario de operaciones del paso de diversas mercancías de un lado al otro, a través de senderos abruptos para burlar la frontera

D. Sánchez

Salamanca

Domingo, 18 de mayo 2025, 07:00

Quizás para las nuevas generaciones, hablar del contrabando les evoque a tiempos muy lejanos, a las imágenes de películas o series de televisión ambientadas en el siglo XVIII. Sin embargo, la práctica del estraperlo, ahora en desuso, fue un modo de subsistencia en La Raya salmantina hasta mediados del siglo pasado. En algunos lares más al norte, ese «arte» se mantuvo vivo hasta bien entrados los años 80 y 90, deparando incluso figuras de cierto renombre que cambiaron el paso de tabaco por otras sustancias más peligrosas, pero de mayor rentabilidad económica que acabaron en la Operación Nécora, la primera gran macroredada contra el narcotráfico en España, allá por 1990.

La frontera entre España y Portugal es el límite terrestre más largo y antiguo de Europa, con una longitud de aproximadamente 1.234 kilómetros. Su origen se remonta a 1143, con los tratados de Zamora y Badajoz, aunque el trazado actual se definió en 1864 y 1926. Una delgada línea que separaba por escasos metros «vecinos» de dos países distintos. En el caso de la provincia de Salamanca, sus más de cien kilómetros de frontera fluvial por el cauce del río Duero, y su especial orografía, fueron los ingredientes esenciales para una ruta que durante años permitía el paso de mercancías fuera de los ojos de la ley.

El estraperlo, que según la Real Academia de la Lengua se define como el comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa, incluía una diversidad de artículos que iban desde el café o el tabaco, quizás los más usuales, hasta minerales, elementos para el campo o armas. Para muchas familias de los municipios que conformaban esa «raya» entre países, esta forma de vida era una manera de completar las exiguas rentas de una España rural donde la pobreza abundaba.

Esta práctica unía, en cierta manera, a las gentes de ambos lados, superando la barrera idiomática y tirando de ingenio y manos para lograr el objetivo: aquellos que tenían caballos ponían sus animales al servicio de los jinetes e incluso los niños fueron una parte clave para el paso de mercancías entre un lado y el otro del paso fronterizo.

Aunque el contrabando fue habitual en esta zona del provincia, es tras la Guerra Civil cuando adquiere una mayor importancia, ante las carencias y limitaciones marcadas por las cartillas de racionamiento. Localidades como Hinojosa de Duero o Navasfrías, se convierten en punto estratégicos de los caminos «salvajes» que hombre y mujeres —sí, también hubo una notable participación de estraperlistas femeninas— utilizaban para pasar desapercibidos lejos de los ojos vigilantes de la benemérita. Algunos incluso cobraban un jornal si la expedición tenía éxito. Como señala Juan Daniel Cruz-Sagredo en su libro « Contrabandistas somos y en el descamino nos encontraremos», el paso de wolframio y café llegó a propiciar la formación de partidas de «hasta doscientos peones o jornaleros que, cargando mochilas de unos treinta kilos a sus espaldas, recorrían largas distancias y cruzaban en una misma noche la frontera. Únicamente si la operación llegaba a buen fin el mochilero cobraba su jornal».

Por esos senderos que bordeaban las accidentes geográficos entre ambos lados también pasaron personas huyendo de un destino trágico. Si bien es cierto que el paso de personas en la Segunda Guerra Mundial tuvo un punto álgido en la frontera hispano-francesa, La Raya también vivió el tránsito de evadidos, desertores, espías, judíos y antifascistas de diversas nacionalidades.

Hoy, en localidades como Freixo de Espada á Cinta o Hinojosa, el contrabando pervive en la memoria de los mayores, en las leyendas o en la ruta senderista, con mirador incluido, que permite recorrer aquellos mismos caminos que, durante generaciones, fueron el nexo de unión entre vecinos de dos países con la esperanza de sobrevivir en tiempos difíciles.

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