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Analía de Gumucio y Aldo Arcalde, en el bar de Peralejos. S. DORADO
De Argentina a un pueblo de Salamanca: «A nuestros hijos les costó adaptarse a la escuela; que no les abrazaran fue chocante»

De Argentina a un pueblo de Salamanca: «A nuestros hijos les costó adaptarse a la escuela; que no les abrazaran fue chocante»

Después de adaptarse a cambios culturales, la familia de Aldo y Analía, procedente de Argentina, hace vida en Peralejos de Abajo gracias a una vivienda social y a la oportunidad de regentar el bar

S. Dorado

Peralejos de Abajo

Viernes, 9 de agosto 2024, 06:30

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Las piezas para que el engranaje de la España Vaciada se sacuda el óxido y funcione, cada vez vienen de más lejos. Aldo Arcalde y Analía de Gumucio son el antídoto a la despoblación en Peralejos de Abajo. Para el pueblo, una bocanada de aire. Para ellos, «una situación de necesidad y un duro cambio», cuenta el padre de familia.

Junto a sus tres hijos, Arwen, Leia y Alan, de 10, 9 y 5 años, se armaron de valor y dejaron todo atrás. «Durante muchos años, en mi ciudad de origen fuimos emprendedores. La presión política y cambios vertiginosos nos llevaron a tener que emigrar», comparte. Aldo tiene ciudadanía española, ya que sus abuelos son originarios de Almería, aunque el cambio, por desgracia, nada tiene que ver con el capricho de establecer lazos con sus raíces.

«Pensamos en lugares como Italia, hasta que encontramos una noticia en la que se invitaba a repoblar Peralejos. Enviamos un mail explicando nuestra situación. El Ayuntamiento contestó de forma casi inmediata», recuerda. La comunicación prosiguió hasta que la oportunidad de acceder a una vivienda social supuso un empujón decisivo. «Fue muy duro tomar la decisión, porque construimos nuestra casa, teníamos nuestra tienda...», admite. «Es donde se criaron nuestros niños, y además nos fuimos con mucha incertidumbre».

De hecho, cuando abandonaron su vida allí, en Peralejos solo les esperaba la vivienda social. «Era lo único que teníamos en ese momento». Las antiguas escuelas, reformadas para este fin, les dieron cobijo nada más llegar a la pequeña localidad salmantina. El primer empleo que Aldo pudo conseguir, de manera temporal, fue en el matadero de Vitigudino, y continuó con trabajos ocasionales para el Consistorio. Hace tan solo un año que el matrimonio se hizo con las riendas del bar, que en estos días de fiestas goza de gran ambiente, incluso es testigo de una boda justo en frente, en la iglesia, mientras Aldo narra su historia.

«Ya nos hemos acoplado a esto», asegura. Su mujer trabaja en el matadero de Vitigudino, pero en estos días le echa una mano en el bar siempre que puede. A nivel de entorno, el cambio no fue tan drástico, ya que provienen de una zona semirural. El cambio social es otro asunto. «A los niños les costó mucho adaptarse a la escuela. Nosotros, culturalmente, somos más dados a los abrazos; aquí son más distantes», explica. Y es que en Argentina las maestras tienen por costumbre abrazar a sus alumnos. «Llegar aquí y que no les abrazaran ni les dieran un beso les resultó chocante, pero se adaptaron».

A pesar de su vínculo con el sur de España, donde si son más dados a los abrazos y al contacto, la familia de Aldo nunca había viajado a España. Quizá ahora sea el momento de redescubrir sus raíces, aunque el futuro es, una vez más, incierto. «Hemos tenido tantas vicisitudes...Yo antes de casarme tuve que emigrar tanto por tantas cosas, que no sabría decir qué pasará mañana».

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