La Alberca exhibe toda su belleza en el Corpus Christi

En La Alberca no dan puntada sin hilo, y mucho menos en la festividad del Corpus Christi, en la que desde primera hora el ambiente es destacado, y quienes lucen los trajes de vistas albercanos no dejan de hacerse fotografías con los turistas, o bien dejarse fotografiar con los atuendos más exquisitos y delicados, complejos y repletos de ricos detalles.

El casco urbano lucía en altares, balcones y calles en general sus galas más primorosas: flores, figuras sacras, adornos, plantas, paños y, sobre todo, colchas con bordados serranos, entre las que este año abundaban las que, sobre el fondo blanco, muestran o bien un rombo negro o un lazo negro, símbolo de que la familia que habita esa vivienda ha perdido a un ser querido en el último año.

La expectación siguió con el mismo entusiasmo a la procesión del Santísimo Sacramento desde su salida en la iglesia, custodiada por una infinidad de estandartes y capas charras, así como el sonido de la gaita y el tamboril, el palio y los niños y niñas de Comunión, y los padres, siempre junto a ellos a los lados del recorrido, para abastecerles de pétalos de rosa.

La primera parada junto a la iglesia estuvo dedicada a las vocaciones para mantener la Iglesia, y en ella el párroco Alfredo Fernández recibió el primer diluvio floral al alzar el Santísimo Sacramento. En la Plaza Mayor la parada versó sobre los niños nacidos en este año, mientras que en la tercera, en la calle Tablao, tan solo unos cánticos acompañaron la lluvia de pétalos. Los difuntos fueron los homenajeados en el altar de la plaza de San Antonio.

Una calle en obras obligó a cambiar el recorrido por una vía paralela para visitar el quinto altar, en el que también se dedicaron únicamente los cantos a los que el público se unía sin vacilar ni perder detalle. El sexto altar estuvo dedicado a la paz en el mundo. En este punto, el intenso sol ya había adherido, en forma de tercer ojo, un pétalo a la frente del párroco, que, como es habitual, devolvía las sonrisas a los animados niños que protagonizan el Corpus, incluyendo al monaguillo.

El incienso siguió dejando su huella por las calles albercanas en dirección al séptimo altar, en la calle Barrio Nuevo, y en el cual el párroco recordó a los enfermos y a las personas mayores, ya que además esta es la parada más próxima a la residencia.

Por último, el solano bajero de la iglesia se convirtió en el cénit de esta procesión acogiendo el ofertorio, e invitando a los participantes a ascender la escalinata jalonada por los vestidos y trajes de Comunión, para rendir honores y reverencias al Santísimo Sacramento, y lucir los deseados trajes de vistas que embelesan a todo el mundo.

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