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¡Y me puse un aro de oro en la oreja!

Viernes, 31 de diciembre 2021, 04:00

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EL silencio roto por un ruido sordo cuando los bloques de hielo caían sobre el mar, el viento casi permanente y penetrante que se acentuaba ... o reducía, dependiendo de donde soplase, y el olor penetrante de la pingüinera: estos son tres de los recuerdos que tengo en la memoria de mi viaje a la Antártida en 1998. Fue entre los últimos días de febrero y los primeros de marzo, a bordo del buque Hespérides. Y todos ellos me han venido a la mente al leer la información publicada en la GACETA el miércoles sobre la presencia de los militares salmantinos en la base Gabriel de Castilla, en la Isla Decepción. Me acuerdo del sonido de la sirena a bordo llamando a todos los tripulantes a ocupar sus puestos de combate, cuando íbamos a pasar por los Fuelles de Neptuno, que dan acceso a la bahía central de la citada isla. Se trata de un paso muy estrecho, a la vez que peligroso, por la poca profundidad y las rocas en el agua. De ahí que se tocase lo que supongo que sería “zafarrancho de combate”. Recuerdo los momentos de tensión previos y durante esa breve travesía por este punto, conteniendo la respiración. Luego, el desembarco en zodiac hasta la playa para recoger el material y preparar las instalaciones para la invernada antártica. También la visita a los pingüinos, con miles y miles de estos animales y el olor de sus excrementos.

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