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La peseta se resiste a morir. Por lo menos, para algunos. Han pasado ya dos meses desde que el Banco de España cerró la ventanilla y no se puede cambiar la antigua moneda española por euros. Y están a punto de cumplirse 20 años, que se dice pronto, desde que el euro se convirtió en nuestra divisa común para los habitantes de una buena parte de los Estados miembros de la Unión Europea (UE). Pero, a pesar de ello, hay quien se resiste a que la peseta pase a mejor vida del todo. Por ejemplo, en el campo, todos los años, cuando llega esta época y el precio de los cereales se pone de máxima actualidad, para bien o para mal, no son pocas las llamadas, correos, e incluso cartas postales que recibo, pidiéndome que facilite los precios de la cebada y el trigo en pesetas y no en euros. Los más sosegados plantean la petición, pero también los hay iracundos que argumentan, en algunos casos con “malas pulgas”, que “en el campo seguimos hablando en pesetas”.

Otro ejemplo. Ayer mismo recibí una comunicación con los precios de la uva en Castilla-La Mancha que ha establecido una de las bodegas más importantes de España, con presencia en prácticamente todas las regiones productoras. Y ahí figura una columna con los precios en euros por kilogrado y, al lado, para que no haya error o confusión, otra columna con los precios en pesetas por kilogrado. Pregunté si en esas tierras de La Mancha y Valdepeñas los viticultores continúan hablando en pesetas y me dijeron que sí, que de ahí las dos columnas. Además, me argumentaron que también se trata de razones prácticas y de claridad. Un ejemplo: la uva blanca moscatel de la IGP Tierra de Castilla se paga a 0,016227 euros kilogrado, cifra muy difícil de retener y de aclararse con ella; sin embargo, llevada a pesetas, eso supone 2,70 por kilogrado, una cantidad mucho más fácil de retener, especialmente en el caso de los que cuentan con más edad. Algo similar sucede con las cotizaciones de la cebada o del trigo. Es mucho más fácil entenderse con 30 o 31 pesetas por kilo, que con la ristra de decimales que supone eso en euros. Por lo tanto, auguro que la peseta, guste o no guste, va a tener todavía unos cuantos años de vida, por lo menos en el campo y en el medio rural y para una parte de los productos agrícolas y ganaderos.

Por otro lado, de vez en cuando no resisto la tentación de establecer una comparación de productos básicos en pesetas y en euros. Si hace veinte años, en 2001, nos llegan a decir que un postre de helado, en un restaurante medio, o un kilo de cerezas en la frutería, nos iba a costar dos décadas después 1.000 pesetas, nos hubiésemos echado las manos a la cabeza. ¡Señor, señor, los precios están por las nubes, sobre todo en pesetas!

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